Vino al mundo un sol

Nidya Mondino de Forni

“¡Oh, insensatos afanes de los mortales!, ¡cuán débiles son las razones que os inducen a bajar el vuelo y a rozar la Tierra con vuestras alas! Mientras unos se dedicaban al foro y otros se entregaban a los aforismos de la medicina, y éstos seguían el sacerdocio y aquéllos se esforzaban en reinar por la fuerza de las armas, haciendo creer en su derecho por medio de sofismas, y algunos robaban y otros se consagraban a los negocios civiles, muchos se enervaban en los placeres de la carne y bastantes por fin se daban a la ociosidad, yo, libre de todas estas cosas, había subido con Beatriz hasta el Cielo, donde tan gloriosamente fui acogido...”. (Canto XI - Paraíso - Divina Comedia).

Son estas palabras de Dante, llegado (en compañía de Beatriz) al cuarto cielo o cielo del sol, del Paraíso, donde se encuentran los beatos más cercanos a Dios. De pronto, se ve rodeado por espíritus resplandecientes de insignes personajes, entre los que se destaca Santo Tomás de Aquino, quien le revela al nombre de sus compañeros. Discurriendo luego sobre temas divinos aclara una de las dudas del poeta sobre el designio de la providencia de dar nacimiento a las órdenes religiosas franciscanas y dominicas para que asistieran a la Iglesia de Cristo. Refiere Dante al nacimiento de San Francisco en Umbría, precisamente en Asís, en la ladera menos áspera del Monte Subasio:

“Di questa costa, Lá d’ove ella frange/ piú sua rattezza, nacque al mondo un sole/ come fa questo talvolta de Ganges”. (“De esta pendiente, allá donde ella rompe/ más su inclinación, nace al mundo un sol/ como el que nace en las fuentes del Ganges”).

El río Ganges, siempre para indicar el Este (Oriente) en referencia al nacer del Sol, en clara preeminencia que Dante otorga a San Francisco, en quien ve un modelo de la plenitud de las virtudes y la sabiduría.

“Peró chi d’esso loco fa parole,/ non dica Ascesi, che direbbe corto/ ma oriente, se proprio dir vuole”. (“Más quien de ese lugar diga palabras/ no diga Asís que diría poco/ sino Oriente más bien llamarse quiere”).

Su amor a la pobreza: “Aún no distaba mucho de su nacimiento, cuando aquel Sol comenzó a hacer que la Tierra sintiese algún consuelo con su gran virtud; pues siendo todavía muy joven, incurrió en la cólera de su padre por inclinarse a una dama (la pobreza) a quien, como a la muerte, nadie acoge con gusto y ante la corte espiritual se unió a ella, amándola después más y más cada día. Ella, privada de su primer marido (Cristo) permaneció despreciada y oscura mil cien años y más, sin que nadie la solicitase hasta que vino éste. La concordia entre Francisco y la pobreza inspiró santos pensamientos a otros. Mas su rebaño poco a poco se dispersó...

“Su concordia y sus alegres semblantes/ amor y admiración y dulce mirada/ eran motivo de pensamientos santos./ Tanto que el venerable Bernardo se/ descalzó primero y detrás de tanta paz/ corrió y corriendo le pareció ir lento.

¡Oh ignorada riqueza! ¡Oh bien fecundo!/ Se descalza Gil, se descalza Silvestre/ tras el esposo, tanto la esposa agrada (la pobreza)”.

Aprobación de la orden: con su prole de seguidores, como padre de una familia que ceñían el cinturón, el cordón usado por la gente de pueblo para sujetar la túnica, habiendo ya dictado las normas de vida franciscanas, como maestro, presentó en Roma, para su aprobación, la regla. Recibió su primera aprobación del Papa Inocencio III y la segunda de Honorio III.

Viaje a Oriente: fue a Tierra Santa, pero entre los sarracenos fue hecho prisionero y viendo fracasada su misión vuelve a Italia.

Sus estigmas: “En la cruda peña entre el Tíber y el Arno (la Verna)/ de Cristo tomó el último sello, que/ sus miembros dos años llevaron”.

Su muerte:

“Cuando aquel que tanto bien le dio en suerte/ quiso llevarlo de aquí abajo a la recompensa/ que mereció por hacerse pequeño,/ a sus frailes, como herederos legítimos/ encomendó a su mujer más querida (la pobreza)/ y ordenó que la amasen fielmente/ y desde el seno de ella el alma preclara quiso/ moverse, regresando a su reino, y para su cuerpo no quiso otro ataúd (que el suelo)”.

Invita luego, Dante, a empaparse de amor a la virtud y al conocimiento verdadero “se abrirán los ojos y se verá por dónde o qué es lo que quiebra, desgaja, la salud del alma”.

La aparición de Francisco fue como el despertar de una nueva primavera, provocando por todas partes un anhelo de experiencia evangélica, de volver a vivir la pureza del mensaje de Cristo, devolviendo el gozo, la libertad y el amor a la tarea de existir, a una sociedad sedienta de sinceridad, verdad y justicia.

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Detalle de “Muerte de San Francisco” , de Giotto.