Holocausto. Cerca de la histórica puerta de Brandenburgo se extiende el singular monumento del arquitecto Peter Eisenman, constituido por bloques evocadores de lápidas simbólicas que representan a millones de judíos muertos por el aparato de exterminio nazi. Foto: Archivo
J.M. Taverna Irigoyen
Se recorren las calles de Berlín, de Munich, de Frankfurt, y llama la atención la moderada y casi nula manifestación preelectoral de los partidos y de la ciudadanía en general. Falta un mes para el 22 de septiembre en que se elegirán los miembros del Bundestag, el Parlamento Federal -598 escaños, de los que se requiere 300 para obtener la mayoría absoluta- y el clima es casi imperceptible. La cosa está planteada frente a una Angela Merkel CDU/CSU, quien va por un tercer mandato de la Unión Demócrata Cristiana, y Peter Steinbrück, del SPD, designado candidato en septiembre de 2012. Más atrás, Rainer Brüderie, del FDP ofrece escasa resistencia. Pero la crisis de la eurozona, enfrentando al bolsillo de los contribuyentes pareciera ser un factor determinante. Se oye que un 30% de la ciudadanía está desinteresada y sobre todo que la juventud (grupos recorren haciendo encuestas domiciliarias en barrios de la ciudades más importantes) es la que menos deseos de participación ofrece. En avenidas y ciertos ámbitos públicos muy elegidos, hay cartelas de Steinbrück pequeñas, incorporadas a los pilares de iluminación. Y muy pocas expresiones más. No se percibe espíritu de contienda electoral.
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Parece imposible de comprender, pero el muro de Berlín no ha caído del todo, después de casi 24 años. Las avenidas que muestran la sucesión de barrios grises, idénticos uno al otro, con espacios de respiración urbana descuidados y de mala impresión, subsisten a lo largo de kilómetros. Y los edificios ahora maquillados con bandas de colores, con pinturas que sugieren nubes sobre sus frentes y aún con la incorporación de falsos balcones en algunos de sus planos, no logran revertir el pobre aspecto de lo que fue el Berlín del Este, el Berlín oriental que un régimen estigmatizó entre 1965 y 1989, construyendo una realidad fustigante. Los restos del muro, que erizan la piel, han quedado para las fotos de la humanidad. Tristísimo testimonio. Y ahora le llaman “la galería del Este”, como que sobre su piel de cemento se dibujan y pintan íconos de nuestro tiempo, líderes actuales y líderes caídos, metáforas de una sociedad violenta y en cambio, transcripciones tecnológicas y cósmicas. La gran avenida que hasta hace algo más de una década y media llevó el nombre de Stalin y que fue suplantado por el de Karl Marx, por considerar a aquél el mayor asesino de la historia, muestra a lo largo de kilómetros una ciudad más incorporada al bienestar, con algunos acentos de vacilante estética, como “para exhibir” una realidad inexistente y falsa a los ojos de extraños. Desde 1990, un año después de la caída de muro, todos los 2 de octubre se celebra la unificación.
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El monumento al Holocausto no es bello ni tiene por qué serlo, frente a lo siniestro, al horror que simboliza: 2.711 bloques de cemento, acostados en la horizontalidad representando los 6 millones de vidas de judíos exterminados. Surgió después de años de insistentes propuestas, de un concurso internacional que convocó a 553 proyectos, entre 1995 y 1998. Salió triunfante el presentado por el arquitecto neoyorquino Peter Eisenman, quien a través de estás lápidas / estelas pretende testimoniar -a lo largo de 19 mil m2 de extensión- una suerte de cementerio que acusa y exige memoria. Su construcción comenzó en 2003 y se inauguró el 10 de mayo de 2005, a un costo de 25 millones de euros. El Monumento al Holocausto, que huelga destacarlo emociona hasta las lágrimas, está ubicado a una manzana al sur de la puerta de Brandenburgo y a pasos del búnker de Hitler, frente al Tiergarten, junto a la estación Postdam Platz. Generó y sigue generando controversias (a más de los atentados, como el de las esvásticas trazadas sobre los bloques en 2008 por los neonazis), pero lo visitan y honran anualmente más de 3 millones y medio de personas que sienten que el mundo no debe olvidar.
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Los alemanes dicen que su país está en obra. Lo dicen refiriéndose más a Berlín (que es la República y el Estado, del cual la capital es... Berlín), donde todo se está construyendo y reconstruyendo. Las cicatrices de la guerra y el deterioro y la caída de grandes monumentos, edificios, arquitecturas de diversas funciones que han sufrido el abandono y el mal uso, son motivo de intensos trabajos de recupero. En cualquier área metropolitana que se recorra, se advierten estas acciones y, en otro sentido, se evidencia a cada paso la calidad de los trabajos realizados, frente a palacios admirablemente recuperados. Pasear por los bosques de Grünewald, por ejemplo, donde las mansiones compiten con grandes estructuras destinadas al personal de embajadas y otras misiones, puede dejar boquiabierto al más entero. También la Isla de los Museos, el Reichstag, aun la mismísima puerta de Brandenburgo, ofrecen la visión de grúas, centenares de obreros trabajando sobre andamios. Qué no decir de los teatros de ópera de cada ciudad -Colonia, Rotenburgo, Hannover, Goslar, Cochem- de las iglesias y de los Ayuntamientos. O detenernos en el Berlín Potsdam, capital del Estado de Brandenburgo y ubicada junto al río Havel, sede de la conferencia en la que Stalin, Truman y Churchill determinaron los destinos de la humanidad, al finalizar la Segunda Guerra Mundial.
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Nefertiti, con su enigmática presencia real, anda por estos caminos provocando efectos de competencia. Pero el Museo de Pérgamo, de Berlín y el de Arqueología Románica de Colonia, mantienen su imponencia e inequívoco prestigio. Sin embargo, difícil (por no decir imposible) es acceder a una parte de la oferta museológica de la República Federal de Alemania. Varias veces distinguido por la Unesco, por organismos de cultura desde el Icom Internacional en adelante, el país maneja con inteligencia el inmenso valor de sus patrimonios como un imán para atraer las masas de todo el mundo.Y si los campos de concentración pueden merecer la mirada del horror y la condena -desde el de Sachsenhausen, uno de los más visitados- tanto así como los de exterminio, la otra obra, la de amor y belleza del género humano admitirá la fuerza de la convivencia y del bien creativo.
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La historia bulle y se proyecta en todo el territorio alemán. Si se recorren los lagos, al atravesar el Warinsee se pasará frente a la construcción donde se reunieron jerarcas nazis el 20 de enero de 1942 para aprobar la “solución final” de la cuestión judía. O pasaremos por el famoso Puente de los Espías. Rodearemos o entraremos al Palacio Cecilienhof y sabremos de su origen romántico. O quizá lleguemos al impresionante Versailles Alemán y sus maravillosos jardines, allí donde el rey de Prusia, Federico II el Grande, hijo de Federico Guillermo I, llamado el Rey Soldado, construyó una historia diferente, desde el amor por el arte y las letras. Amigo íntimo de Voltaire. Allí, en su imponente palacio de Saint Souci sabremos un poco más de sus deslices y enfrentamientos. Y también de la anécdota reciente: poco más de un lustro. Cuando sus restos, que no fueron acogidos a su muerte en la Catedral, hace casi doscientos años, desaparecieron y no recibieron la sepultura que el propio rey había pedido. Hace una década fue detectado en una mina de la región y posteriormente inhumado en los jardines del palacio, junto a sus once perros, como era su voluntad, bajo otras tantas lápidas contiguas. Para la ceremonia, también de acuerdo a sus directivas, fue problemático hallar un cortejo de varones de más de dos metros de altura. Hubo que recurrir, entonces, a los jugadores del equipo de básquetbol alemán.