El poderoso sueño de Martin Luther King

En la historia de la modernidad son muy pocos los discursos que inciden sobre el mundo real y se transforman en el lúcido testimonio de una sociedad y un tiempo histórico.

Estados Unidos y de alguna manera el mundo recordaron el día en que el reverendo Martin Luther King pronunció en Washington su célebre discurso I have a dream, “Yo tengo un sueño”. Medio siglo ha transcurrido desde aquel momento en que sin papeles escritos y haciendo uso de una cálida retórica pastoral, Luther King conmovió a millones de personas reclamando la igualdad, la justicia y exigiendo el fin de la discriminación racial.

Cuando el pastor habló en el Monumento a Lincoln, la causa de los derechos civiles no estaba pasando por un buen momento. A la resistencia de autoritarios y racistas se sumaban las respuestas violentas de segmentos del activismo negro y las vacilaciones de los propios liberals norteamericanos para quienes la concentración convocada terminaría haciéndoles el juego a los racistas.

Sin embargo, cientos de miles de personas marcharon ese día de agosto hacia Washington para reclamar por los derechos civiles. El entonces presidente John Kennedy había sugerido que el acto se hiciera un miércoles y no un fin de semana, a fin de evitar desbordes y violencia.

Pero en el teatro de la convocatoria, las palabras de este pastor bautista produjeron un efecto que nadie había previsto. De pronto cobró sentido y significado el reclamo por justicia e igualdad; de pronto quedó claro que era preferible optar por la movilización pacífica que por la violencia que pregonaban, por ejemplo, los “Panteras Negras”; de pronto, los liberales y demócratas norteamericanos comprendieron que no sólo era posible redactar leyes contra la discriminación, sino que, además, era necesario. Como dijera un periodista del New York Times al otro día: “Pasará mucho tiempo hasta que Washington olvide la voz melancólica y melódica del reverendo Martin Luther King”.

En la historia de la modernidad son muy pocos los discursos que inciden sobre el mundo real y se transforman en el lúcido testimonio de una sociedad y un tiempo histórico. En los Estados Unidos de Norteamérica la única pieza oratoria que se puede comparar con la de Luther King es la que pronunciara Abraham Lincoln, luego de la feroz batalla de Gettysburg que hace 150 años confrontara a los ejércitos de la Unión y la Confederación en el transcurso de la guerra civil que desangró al país del norte.

“Yo tengo un sueño” es una consigna incorporada definitivamente a la cultura del pueblo norteamericano y a cada uno y a todos los reclamos que se han hecho y se hagan en el mundo en nombre de la libertad y la justicia. En Sudáfrica, en Alemania comunista, en Medio Oriente, en China y en cada uno de los lugares donde es necesario defender los valores de la paz y la libertad, se recuerdan aquellas palabras pronunciadas por Luther King.

Es verdad que la oración de este pastor bautista es, para más de un crítico, una asignatura pendiente. Esta observación es compartida por el propio presidente Obama, quien sostiene que “hoy no podemos darnos por satisfechos, por tener un presidente negro”, que lo importante en todo caso es que la demanda por justicia ha quedado instalada a través de un discurso que es una proclama y una oración. Como dijera un conocido manifiesto universitario, “los dolores que quedan son las libertades que faltan”.

Lo importante es que la demanda por justicia ha quedado instalada a través de un discurso que es una proclama y una oración.