Sin aliento

Sin aliento

“Obrero en huelga asesinado” (1934), del fotógrafo mexicano Manuel Álvarez Bravo.

 

Por Julio Anselmi

“Y Matarazo no llamó...”, de Elena Garro. Mardulce. Buenos Aires, 2013.

Un pobre tipo ingenuo (o mejor, corroído por el resentimiento) se encuentra ante la posibilidad de hacer un fácil negocio por izquierda (o se entrega a una rubia infartante de oscuro pasado, o decide vengarse de su vida anodina y solitaria) y sin casi percatarse da un primer y un segundo y tercer paso fuera de la ley, y ya está entrampado en un callejón sin salida, en un vértigo de persecución y violencia. Sobre este esquema, James Hadley Chase, James Cain y tantos otros autores de novelas negras han construido algunas de las mejores tramas policiales. Es que ese esquema posee en potencia numerosas cualidades: la posibilidad de que el lector se identifique de inmediato con el protagonista; la posibilidad de una construcción de creciente pesadilla; la posibilidad de fijar en clave realista todos los mecanismos de la paranoia.

Elena Garro ha utilizado tal esquema para escribir una novela política, pero en serio, una novela políticamente nada correcta, donde las traiciones y el uso infame de la gente en el grupo de “revolucionarios” no es menos atroz que el corrompido gobierno que los reprime.

El pobre tipo en cuestión es Eugenio Yáñez, un burócrata ya maduro, solitario y fracasado. Un día, de regreso hacia su casa, se cruza con unos huelguistas y los escucha quejarse de que ya no tienen ni cigarrillos. “¡Qué felicidad le produjo llevarles aquellos cartones de cigarrillos de marcas variadas! Nunca pensó que ese hecho iba a sellar su destino. Sólo había sido un impulso generoso, un deseo irrefrenable de tomar parte en algo que ignoraba, pero que reunía a millares de personas, entre las cuales él podría confundirse y arrojar lejos de sí la terrible soledad que lo rodeaba. Esa noche, cuando les tendió el regalo, una felicidad desconocida se apoderó de él. ¡Por fin había roto el círculo de soledad y de silencio que lo aislaba del resto de sus semejantes! Compartía la suerte de muchos y, lo que era aún más importante, ellos lo habían recibido sin reservas. Lo llamaban ‘compañero Yánez’ ”.

A la noche siguiente, vuelve a llevarles tabaco a los dos jóvenes (Tito y Pedro, a quienes no es casual que Garro dedique el libro, ya que como el propio Yánez y otro desgraciado, el Matarazo del título, son los únicos personajes nobles que se presentan en el relato). Estos jóvenes y otros dos huelguistas les piden que los lleve a los suburbios en su viejo auto. Ya uno, que se revelará traidor, lo increpa: “Muy bien, compañero. Es interesante su actitud, aunque me parece demasiado sentimental... cosa nada rara en un novato pequeñoburgués...”.

Y las cosas se desencadenan: la represión policial, uno de los jóvenes heridos, la aparición de Matarazo, otro “pequeñoburgués”, y finalmente el abandono en la puerta de la casa de nuestro Yánez de un herido inconsciente, deformado por los golpes. Durante días y días, Yánez asistirá a este agonizante en una atmósfera opresiva como pocas veces se ha dado en la literatura.

Una de las maravillas de esta novela es la sabia dosificación de sucesos, reflexiones y decisiones del personaje (aunque escrita en tercera persona, la novela sigue paso a paso -hasta poco antes del final- el destino y la conciencia de Yánez). Esa perfecta construcción hace verosímil (y por ende, espantoso) lo que sucederá con este malherido, en un estertor sin pausa, a quien Yánez tendrá en su cama sin decidirse a llevarlo a un hospital o llamar a un médico.

Elena Garro, de la que poco sabíamos, más allá de lo que las biografías de Adolfo Bioy Casares y de Octavio Paz nos contaran, se nos revela como una escritora insoslayable y de absoluta vigencia. Bien venidas, pues las publicaciones argentinas de esta novela y de Andamos huyendo Lola, en la misma editorial.