Mesa de café

¿Nunca en domingo o siempre en domingo?

MESADECAFE.tif
 

Remo Erdosain

Quito apoya la bandeja sobre la mesa, con un pañuelo se limpia el sudor de la frente y mirando fijo a Marcial le pregunta su opinión sobre la prohibición de trabajar los domingos. Marcial lo escucha, pero el que contesta es José:

—El domingo se hizo para descansar, así lo dice la religión y así lo confirman los viejos luchadores sociales que dedicaron años de militancia para el descanso dominical.

—Sin embargo -observo- ya a fines del siglo XIX algunos sacerdotes se quejaban de que los inmigrantes, en su afán de acumular dinero, no cumplían con el descanso del domingo y en lugar de ir a misa se dedicaban a los negocios.

—¿Y con eso adónde querés llegar? -pregunta Abel.

—A que si esto ocurría hace más de cien años en sociedades mucho más religiosas que las actuales, qué se puede esperar hoy en día cuando el consumismo es la constante.

—¿Y eso está bien o está mal? -pregunta Quito.

—No está ni bien ni mal, es así -responde Marcial.

—Tu respuesta es propia de un conservador -objeta José.

—¿Y qué tiene de malo ser conservador? -inquiere Marcial.

—De malo no tiene nada, por lo menos para los que podemos soportarlo, pero como todo conservador tendés a simplificar todo.

—Es que la realidad podrá ser compleja, pero sus manifestaciones son sencillas.

—Es un punto de vista -señalo. —Es un punto de vista reaccionario -acota José. —Ni una cosa ni la otra -replica Marcial-, es un punto de vista práctico. Siempre queda lindo posar de complejo, pero en la vida los amigos de la complejidad terminan sin hacer nada o haciendo todo mal.

—Siguen sin contestar mi pregunta -insiste Quito.

—Creo -digo- que en el mundo en que vivimos es imposible pensar en un descanso dominical absoluto. Puede que a esa consigna la cumplan los chicos que van a la escuela o los empleados públicos, es decir, el diez o quince por ciento de la sociedad, porque el resto de la gente algún trabajo hace los domingos, y si no lo hiciera ese veinte por ciento pondría el grito en el cielo.

—Mi impresión -agrega Marcial- es que la propuesta de descansar los domingos a los únicos que afecta es a los dueños de los grandes supermercados, porque a nadie se le ocurriría que los comedores, los cines, las salas de teatro, los bares, los kioscos que venden diarios y revistas, los pequeños negocios atendidos por sus dueños, los vendedores ambulantes descansen los domingos.

—Tampoco descansan los enfermeros, policías, periodistas, choferes de colectivos, camioneros, es decir la mayoría de la gente.

—Menos aún descansan las prostitutas.

—Y ni pensar el caos que sería la sociedad si a todos esos trabajadores se les diera por descansar los domingos.

—¿Vos te imaginás -observa Abel- un domingo sin fútbol, sin parrillas, sin cine?

—Lo que pasa -considera José-es que vivimos en sociedades consumistas y no creo que eso sea bueno.

—No creo que sea lo mejor, pero tampoco es lo peor -puntualiza Marcial-, prefiero sociedades que consuman y no sociedades muertas de hambre; prefiero discutir los excesos del consumo que el exceso de carencias. En África o en Haití seguramente esta discusión sería innecesaria.

—¿Y qué hacemos con los derechos de los trabajadores? -insiste José.

—El descanso dominical -explico-, si no me falla la memoria, fue aprobado en 1904 ó 1905 y fue una conquista real de los trabajadores explotados en jornadas interminables de trabajo.

—Hoy esa conquista ha sido anulada de hecho -señala José.

—Más o menos -contesto-porque los empleados que trabajan el domingo reciben una paga extra y además descansan otro día.

—No debe ser lindo no saber qué día se descansa, no poder hacer planes con el tiempo libre o no.

—Eso habría que preguntárselo a los empleados -apunta Abel.

—El otro día, la cajera de un supermercado me dijo que si se prohibía trabajar los domingos, ella dejaba de ganar mil pesos al mes, lo cual no es una cifra para subestimar cuando se tiene un sueldo de cinco mil pesos.

—Entonces, ¿se puede saber para qué está el domingo? -se pregunta José.

—Muy sencillo -respondo- para hacer a cada uno lo que le dé la gana, y ello incluye el derecho a trabajar, o para decirlo de una manera si se quiere más gruesa, el derecho a hacerse unos mangos extras.

—Observo una cosa -interviene Abel-, todas las religiones conciben un día de descanso para estar con Dios, pero sólo los fanáticos de esas religiones exigen que ese derecho se cumpla de manera compulsiva.

—Por otra parte -agrega Marcial- a nadie se le prohíbe que el domingo o el día que considere conveniente un creyente vaya a la iglesia, la mezquita o la sinagoga. A nadie se le prohíbe, pero a nadie se lo obliga.

—Lo tuyo es demasiado liberal para mi gusto -reacciona José.

—Hace un rato me dijiste conservador, ahora me decís liberal, ¿alguna vez te pondrás de acuerdo sobre lo que soy?

—Sos conservador, liberal y gorila.

—Comparto tus juicios por razones diferentes a las tuyas, pero te recuerdo que, además, me llamo Marcial, es decir, que soy algo más que una calificación política.

—Yo no creo en los individuos, creo en los pueblos -se despacha José.

—De vos no me extraña -contesta Marcial-, pero te haría una corrección: vos no creés en el individuo, pero creés en el caudillo o el líder, que aunque no te guste aceptarlo es un súper-individuo. Lo que pasa que es un individuo al que la masa, como te gusta decir, se le arrodilla y le rinde honores casi religiosos.

—A decir verdad -expresa Abel-, prefiero adorar a Dios y no a un caudillo. Prefiero otorgarle facultades extraordinarias a alguien que está más allá de nosotros que a un monigote que se cree que dispone de facultades divinas.

—Ustedes nunca van a entender al pueblo -reprocha José.

—En eso tenés razón: si entender al pueblo es pensar como vos, yo no sólo que nunca lo voy a entender, sino que además no me interesa ni me importa entenderlo -enfatiza Marcial.

—Debo reconocerte que en eso sos coherente -admite José-, un gorila coherente.

—Recuerdo que la recomendación de las Sagradas Escrituras es “ama al prójimo como a ti mismo” -digo.

—¿Y con eso adónde querés llegar? -inquiere José.

—Muy sencillo. La Biblia dice ama al prójimo como a ti mismo y no a la tribu, al pueblo o a la masa como a ti mismo. La Biblia, aunque les cueste aceptarlo, es más liberal que lo que vos estás dispuesto a reconocer.

—Sigo sin entender por qué van a prohibir que se trabaje los domingos -reclama Quito con impaciencia, porque el patrón acaba de hacerle señas para que atienda a otras mesas.

—No te hagás problemas Quito -le digo-, nosotros tampoco entendemos muy bien por qué se despachan con semejante anacronismo.

—Yo tengo derecho a pensar -observa Abel- que lo hacen para jorobar a los supermercados, porque en realidad a los únicos que afectaría esta disposición es a ellos.

—No comparto -concluye José.