El colectivo que sueña

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Un grupo de amigos paranaenses compró un colectivo y lo está transformando en motor home, para viajar al Mundial de Brasil en junio del próximo año. Aquí, una crónica de la aventura, desde el primer asado y la vaga idea hasta la campaña que ya está en marcha, con el Maracaná como horizonte.

TEXTOS. NATALIA PANDOLFO ([email protected]). FOTOS. JUAN MARTÍN ALFIERI.

“Estamos enfermos”, dice uno que no da más de la alegría. Es una tardecita cualquiera en una calle cualquiera de Paraná: el colectivo de la empresa San Vicente llega a bocinazo limpio y se estaciona triunfal.

“Esto es nuestro”, se dicen, como quien intenta confirmar que la vida no es sueño. Se suben, acarician las butacas, se abrazan, hablan a los gritos, se agarran la cabeza.

Érase una vez un asado entre amigos. El 2012 recién se estaba desperezando. Era el cumpleaños de Juan Pablo, sábado al mediodía. Hablaban, claro, de fútbol. Y se armó nomás el picadito: uno dijo vamos al mundial, los otros dijeron dale boludo, el primero se puso serio, los otros se entraron a mirar, se rieron, brindaron, pase al centro y gol.

Del chiste regado con vino a los hechos concretos pasó un corto trecho: con el paso de los días, cada uno fue haciendo foco en el objetivo. Algunos empezaron a averiguar. Hasta que, en completo estado de lucidez, tomaron la decisión: comprar un colectivo y transformarlo en un confortable motor home.

Hoy el Mercedes Benz modelo 94 ya está en el quirófano, en proceso de transformación. Los más cabuleros aplauden el dato: 1994 fue el último año que el Diego jugó un Mundial.

La idea es convertir a este bicho traído de María Grande en un verdadero hogar sobre ruedas. Las funciones están repartidas: los que están en contacto con las leyes se pusieron a cargo de las cuestiones reglamentarias; los que saben de aspectos técnicos le ponen manos a la obra al vehículo. Hay dos que trabajan en ingeniería y construcción: son ellos, Nicolás y Diego, los que dan las directivas al resto; y el que no sabe, aprende. También hay que encargarse de la difusión, de conseguir sponsors y de administrar las redes sociales, adonde llueven los mensajes de buenos augurios. El coche duerme en el taller donde trabaja uno de los del grupo, y todos los sábados recibe la visita de los quijotes que sueñan con cantar el ohohoh del himno, vestidos de celeste y blanco.

EL SUEÑO DEL PIBE

El día que vieron doblar el coche y estacionarse frente a sus narices, a más de uno le pinchó la espina del ¿y ahora?

Hubo, también, quienes prefirieron bajarse del cole antes de que empezara a rodar. “No es sólo comprar un colectivo y viajar: la idea es que nosotros seamos los protagonistas, los que laburemos, y eso implica destinar tiempo y dedicación -explica Santiago Alfieri-. Es un proceso de aprendizaje, de conocerse: no es lo mismo hacer algo que comprarlo hecho. Te involucrás de otra manera”.

El primer sábado que se juntaron a trabajar comenzó el desmantelamiento: se quitaron las butacas y las líneas del colectivo empezaron a desdibujarse. Desde ahí quedaron establecidos los sábados como día de mate, música y laburo.

La idea es instalar, al fondo del coche, una especie de placard o lockers, para guardar sus cosas. Allí estará asignado el espacio para cuatro cuchetas triples; una pared con una puerta para acceder a una cocina chica con una barra para desayunar; y, adelante, un living con asientos de ambos lados, televisor y mesa.

Con Luis, el chofer, completan los 11 del equipo. Él es quien les facilitó el contacto para poder comprar el colectivo y es, además, mecánico: es el Messi, claramente.

ALAS QUE ENLAZAN RUTAS

Trabajo, estudio, familia y obligaciones de cualquier mortal le suman condimentos al panorama. “Hubo una vez que habían pasado veinte días y estábamos estancados, no habíamos podido reunirnos a trabajar -dice Juan Martín Alfieri-. Había que poner dinero para avanzar con una parte del laburo, y no podíamos sentarnos a esperar que llegara financiamiento de afuera”, cuenta. Entonces uno puso por el otro, fulano lo bancó a mengano, y así lograron salir del bache.

El financiamiento es propio. “Siempre dijimos que íbamos a ir, como fuera: tirando cinco colchones en el colectivo, o armando algo más confortable, que es lo que estamos haciendo. Nunca fue la intención buscar sponsors; pero si vienen, bienvenidos sean”, dicen los hermanos.

De todos modos, el cole está pensado como una plataforma publicitaria: que llame la atención y que sea una vidriera para las marcas que quieran sumarse al proyecto. “Llegue o no llegue la ayuda, nosotros vamos a ir igual. Y a la plata hay que generarla. Cada uno fue buscando opciones, trabajos, changas: lo que viniera”, cuentan.

Hay también un gran desafío: convivir un mes diez personas, con sus chinches y sus ñañas, las conocidas y las por conocer. “El primer objetivo es que sigamos siendo amigos después de esto”, se ríe Santiago.

HASTA LA PRÓXIMA VEZ

Juan Pablo, el dueño de la casa donde se gestó el sueño, vive en un contenedor marítimo -cuentan los amigos, como quien dice mi primo vive en Rosario.

Vino de Canadá hace algún tiempo con esa idea: había visto complejos habitacionales y quería hacerse una casita así. Parte del laburo lo hizo apoyándose en la ayuda de sus amigos. Desde entonces, el lugar se convirtió en sede oficial de las peñas. Allí, el día de su cumpleaños, alguien echó a rodar la pelota de Brasil 2014.

Ahora los sábados van pasando y la cuenta regresiva avanza. La mirada está puesta en el 6 de diciembre, cuando se realice el sorteo de los grupos donde deberá jugar la selección argentina. “A partir de ahí organizaremos el viaje. La idea es estar el 12 de junio en San Pablo, para la inauguración, y al otro día viajar adonde esté la selección. Después, en la medida de lo posible, iremos recorriendo Brasil de acuerdo al derrotero de Argentina”, estiman.

Además sueñan con ser un punto de encuentro de los argentinos allá. “A través de la web recibimos muchas consultas; si bien la Fifa tiene su página, la gente por ahí nos pregunta a nosotros porque somos más cercanos. A la vez, queremos aportar datos que tengan que ver con lo histórico, lo turístico, lo cultural e información de servicio de cada sede”, cuentan.

La idea genera, de movida, empatía. “Es que hay muchos grupos que sueñan con hacer algo así”, justifican ellos.

Después del Mundial, la salida más rápida es vender el cole, aunque nadie vota por ese final. Algunos hablan de ir usándolo entre ellos, con sus familias. Los más delirantes ya miran con cariño el 2018: meterlo en un buque y mandarlo a Lisboa, y hacer desde allí el recorrido hasta Moscú. “La distancia no es mucho mayor de la que deberemos recorrer desde aquí hasta Fortaleza, al norte de Brasil”, se entusiasma Juan Martín.

“Cuando le buscamos un nombre al grupo, nos gustó esto de ‘Mundial Andando’. No es ir a ver partidos del mundial: es vivirlo, desandarlo, atravesarlo, disfrutar de ese folclore. Sabemos que el mundial no vuelve a Sudamérica hasta, por lo menos, dentro de veinte años. Es ésta la oportunidad de vivirlo así, y va a ser única”.

El colectivo sabe que un gran partido lo espera. Que el espejo retrovisor guardará imágenes imborrables. El puntapié inicial ya está dado: el partido es todo suyo.

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Antes y después: el cole en el quirófano, en pleno proceso de transformación.

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LA SELECCIÓN

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1) Juan Martín Alfieri

31 años.

Comunicador Social.


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6) Álvaro Gabas.

28 años.

Contador.


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2) Juan Pablo Noriega.

33 años.

Empleado.


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7) Augusto Ramos.

26 años.

Filósofo.


El cole está pensado como una plataforma publicitaria: que llame la atención y que sea una vidriera para las marcas que quieran sumarse al proyecto.

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3) Santiago Alfieri.

29 años.

Proyectista y estudiante avanzado de abogacía.


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8) Maximiliano Rodríguez Paulín.

26 años.

Licenciado en Economía.


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4) Diego Bevilacqua.

31 años.

Contador.


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9) Lionel Ruggia.

31 años.

Estudiante y rastafar.


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5) Nicolás Almeida.

31 años.

Empresario.


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10) Luciano Armando.

35 años.

Contador.

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Los sábados son días de música, mate y trabajo.


“Cuando le buscamos un nombre al grupo, nos gustó esto de ‘Mundial Andando’. No es ir a ver partidos del mundial: es vivirlo, desandarlo”.

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“Sabemos que el mundial no vuelve a Sudamérica hasta, por lo menos, dentro de veinte años. Es ésta la oportunidad de vivirlo así, y va a ser única”.

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La idea genera, de movida, empatía. “Es que hay muchos grupos que sueñan con hacer algo así”, justifican ellos.