Crónica política

Certezas e incertidumbres de la política

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Rogelio Alaniz

“Lo que fue bien pensado será necesariamente pensado otra vez, en otro lugar y por alguien más.” T. Adorno

En la provincia de Buenos Aires se resolverá en las próximas semanas uno de los posibles liderazgos del peronismo y la promoción de un candidato con firmes chances para ganar la presidencia en 2015. Que la disputa por el poder político en la Nación se libre en la provincia de Buenos Aires, a nadie le debería sorprender atendiendo a la complejidad de las contradicciones sociales que allí se despliegan. De todos modos, así como alguna vez se pontificó que el país no terminaba en la General Paz, ahora hay buenos motivos para observar que la Argentina no concluye en los difusos límites del conurbano.

Al respecto, podría postularse que en los próximos comicios presidenciales uno de los dilemas que podría llegar a develarse es el que se manifiesta entre un país que se organiza desde el conurbano o un país que toma como referencia la región centro. O, para ser más preciso, al eje Paraná, Santa Fe, Rosario y Córdoba, al cual muy bien podrían incorporarse Mendoza y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, es decir la Argentina moderna y progresista, como contrapunto de la Argentina subsidiada, corrupta y anacrónica que tiene en el conurbano su expresión más visible.

La hipótesis trasciende la geografía, para dar cuenta de dos tradiciones, dos culturas, dos modelos de productividad y, en sintonía con una prestigiosa tradición ensayística que va de Mallea a Ezequiel Martínez Estrada, con “dos Argentinas”, contradicción presentada no como antinomia irreductible, sino como punto de partida alrededor del cual se deberá resolver desde qué lugar y qué tradición el país inicia su itinerario en el siglo XXI.

Hechas estas consideraciones, importa señalar que no es necesario recurrir al horóscopo o indagar en los signos zodiacales, para aventurar que en octubre Massa no sólo se impondrá a Insaurralde, sino que lo hará por una diferencia superior a la que obtuvo en las Paso. Si efectivamente este pronóstico llega a cumplirse, el intendente de Tigre podría disponer de un amplio margen de iniciativa para derrotar a Scioli, el único candidato del peronismo con alguna posibilidad de ponerle límite a lo que se avizora como una exitosa carrera política hacia la presidencia.

No deja de llamar la atención que el kirchenrismo -cuyo relato fundacional insistió hasta el cansancio en que llegaba a la presidencia de la Nación para fundar una nueva Argentina- no disponga de otro candidato que Scioli, alguien que siempre fue considerado sapo de otro pozo, cuando no un infiltrado de la derecha. En realidad, la reducción del kirchnerismo a sus dos figuras fundacionales no debería sorprender demasiado, en tanto que su exclusiva visión de la política nunca fue más allá de ellos mismos, y así como con Menem concluyó el menemismo, puede decirse que con los Kichner concluirá el kirchnerismo.

De todos modos, el escenario que se abre al 2015 mantendrá un amplio margen de imprevisibilidad, sobre todo en un país como el nuestro donde la incertidumbre suele ser la constante. Hoy Massa parece ser el hombre señalado por los dioses para asumir las responsabilidades del poder y, seguramente, disfrutar de sus mieles. Algo parecido se dijo de De Narváez en 2009, pero luego las impiadosas e ingratas vicisitudes de la política lo colocaron en el modesto lugar que hoy ocupa.

Massa no está llamado necesariamente a correr la misma suerte -entre otras cosas porque el agotamiento del kirchnerismo hoy es más evidente que hace cuatro años- pero el camino que deberá recorrer para llegar al sillón de Rivadavia dista mucho de ser un paseo confortable, entre otras cosas porque el mismo peronismo se encargará de recordarle los rigores de la travesía que le aguarda.

En política está permitido imaginar el futuro al que cada uno aspira, pero no está permitido creer que ese futuro se cumplirá inexorablemente. Cada uno es dueño de imaginar la Argentina que más desea, pero la distancia entre los deseos y la realidad está plagada de acechanzas e imprevistos. Ese lúcido y cada vez más actualizado liberal que fue Raymond Aron, sostenía que en la historia, la incertidumbre, más que indignarnos o hundirnos en la desesperanza debe ser un motivo de satisfacción intelectual porque es la que sostiene y hace posible la libertad.

Hechas estas salvedades, podemos animarnos a pensar en algunos escenarios probables luego de las elecciones de octubre. En principio, uno de los espectáculos dignos de contemplar será la lucha interna en el peronismo, incentivada en estos casos por el agotamiento de un ciclo político y la apertura a otro sobre el cual apenas se conocen sus lineamientos más generales.

Tal como se presentan los acontecimientos es muy posible que la disputa entre Massa y Scioli sea la más importante, pero más allá de hipotéticos desenlaces, el peronismo no debería perder de vista -y algunos de sus dirigentes ya lo están señalando- que si no logra articular una estrategia de unidad puede llegar a tener sorpresas desagradables, porque uno de los datos fuertes del proceso democrático abierto en 1983, es que ningún dirigente y ninguna fuerza política cuenta por anticipado con el bastón de mariscal.

Si las elecciones presidenciales fueran hoy es muy probable que el nuevo presidente fuera peronista y hasta es posible que respondiera a los apellidos de Scioli o Massa. Asegurar lo mismo para dentro de dos años es cuanto menos irresponsable, sobre todo porque lo que se avizora es un tiempo de crecientes borrascas políticas, de turbulencias económicas y discordias sociales que pueden modificar el actual escenario.

Un ciclo está concluyendo, pero no termina de quedar en claro cómo será el próximo, salvo suponer que -parodiando a un conocido pensador italiano- el espacio que se abre entre lo que se está muriendo y lo que está por nacer “da lugar a la presencia de los fenómenos morbosos más diversos”.

Los dirigentes peronistas deberían advertir que así como el fin de ciclo amenaza con pasar a retiro a los Kirchner y al kirchnerismo con la misma impiedad que en su momento lo hizo con Menem y el menemismo, su impulso puede extenderse al propio peronismo, entre otras cosas porque hasta para el más inocente observador es fácil apreciar los visibles vasos comunicantes existentes entre el kirchnerismo y lo que ahora intenta presentarse como su superación.

Doce, en realidad catorce años de peronismo, es un plazo más que prudencial en un país en el que a pesar de su tradición caudillista, la sociedad pareciera harta de convivir con los mismos dirigentes. De todos modos, hoy todas las variables de la política parecen jugar a favor de la continuidad del peronismo en el poder, pero para 2015 no producirá los mismos resultados un gobierno que deje el poder sumido en el fracaso que la conclusión del mandato en condiciones de sosiego público; no despertará las mismas expectativas heredar el kirchnerismo -como pretende Scioli- que presentarse como su más enconado opositor.

Los próximos dos años pueden ser también el tiempo de la oposición, si es que logra presentarse ante la sociedad con una propuesta de gobernabilidad creíble o si la sociedad advierte que la política en la Argentina no empieza ni concluye entre las paredes del peronismo. En todos los casos, a los rigores de las coyunturas, a la persistencia deliberada de opciones políticas que se presentan como portadoras de un cambio de dudosa sinceridad, sería deseable que se construyan coaliciones políticas de signo opositor con representación territorial y vocación genuina de poder. A Binner, Cobos, Macri -por señalar a los más visibles- el destino les brinda una oportunidad histórica que pueden hacer suya si logran encender la chispa del genio y convocar los dones del azar.


Si las elecciones presidenciales fueran hoy es muy probable que el nuevo presidente fuera peronista y hasta es posible que respondiera a los apellidos de Scioli o Massa. Asegurar lo mismo para dentro de dos años es cuanto menos irresponsable.