La discreción del estilo

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Mario Vargas Llosa.

Foto: Archivo El Litoral

 

Por Armando Domenico

“El héroe discreto”, de Mario Vargas Llosa. Alfaguara. Buenos Aires, 2013.

Mario Vargas Llosa irrumpe, tras algunos años de silencio, con una novela signada por una discreción narrativa paralela a la discreción de sus principales personajes, los éticos héroes anónimos que sostienen a una sociedad progresista. El héroe discreto narra en capítulos alternados dos historias paralelas que confluirán al final, la de Felícito Yanaqué, un empresario que ha crecido merced al trabajo y la honestidad, y que se niega a pagar el tributo por protección que le exige un siniestra y misteriosa mafia, y la de don Rigoberto, que por su fidelidad hacia su jefe debe sufrir los embates de los hijos airados del anciano millonario viudo, decidido a casarse con su empleada doméstica. La novela es una vuelta de Vargas Llosa a su Lima y a su Piura, y también a personajes recurrentes en su obra: Rigoberto, Lituma, doña Lucrecia y Fonchito.

Bajo las intrigas apuntadas se desarrolla el verdadero tema de la novela, el de la relación de los padres e hijos, la de Felícito Yanaqué con un hijo del cual sospecha no es el verdadero padre, el del mencionado millonario con sus hijos inútiles y el de don Rigoberto con un hijo adolescente que lo inquieta con el relato de las apariciones de un misterioso hombre que puede ser una invención, un pervertido o el demonio en persona.

Extrañamente, las líneas que proverbialmente pertenecen a los géneros más frecuentados y adocenados (el culebrón, por citar el que puede recurrir en este caso): el final feliz (en verdad, el final demasiado feliz de El héroe discreto sobrelleva cierta debilidad), el suspenso calibrado minuciosamente en el remate de cada capítulo y, sobre todo, los principios morales o ideológicos sobre los que se asienta la intriga (la fuerza invencible del trabajo, de la honestidad, de la bondad, y el castigo inevitable del delito, del desamor y la traición), extrañamente, decíamos, esas características se han convertido, en la pluma de un buen escritor contemporáneo, en propiedades sospechosas, con la valencia de ser políticamente incorrectas. Vargas Llosa las esgrime con una libertad casi entrañable, así como sus, diríamos novedosas, señales de respeto hacia los misterios que encierran la fe religiosa y los poderes desconocidos del espíritu humano.

Bienvenida, pues, estas incorrecciones, y también aquella otra que irrumpe ante cualquier narración escrita hoy con rigor a partir de las leyes clásicas en la construcción de los personajes y de la intriga, despertando el escandaloso alboroto de la intelligentsia literaria actual. No en vano Vargas Llosa ha declarado en varias entrevistas el esfuerzo que le costó la escritura de esta novela, que fluye sin apelar a ninguno de los recursos típicos de la “novela de ruptura” (apenas en contados pasajes, cuando en algún diálogo se habla de una conversación del pasado, se introduce sin aclaración -pero sin sobresaltos- aquel otro coloquio). Una fluidez nada fácil la de El héroe discreto, que ofrece una lectura apasionada que agradecerán los lectores y que contradice la vocinglera amonestación que ejercita la mentada academia sobre los textos que peligran con remedar a “la novela del siglo XIX” y a “la obsoleta narración clásica”.

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