“Postales aguadas”

Sueños con poesía

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Vanessa Pérez Cepeda, Fabiana Sinchi y Manuel Venturini son los excelentes intérpretes de la propuesta dirigida por Claudia Correa. Foto: Gentileza producción

 

Roberto Schneider

El espectáculo “Postales aguadas” está inspirado, como muy bien sostuvieron sus hacedores antes del estreno, en las tradiciones que llegan desde nuestros ancestros, atravesadas por historias de recuerdos prestados. Éstas se transforman “en nuestros cuerpos, nuestras voces y miradas de la realidad. Un álbum de fotos que van pasando, con un cierto tono de humor. Se trata de un viaje que comienza no se sabe dónde, desde la infancia, hasta la vejez o viceversa. Un viaje real a Andalucía desde la mirada de nuestro continente lejano”. Un dejarse llevar por esta cultura interminable, de ritmos extranjeros que se viven y desviven en nuestro querido Litoral.

En la escena, prevalece la idea de la memoria como una realidad vigente que convive con el individuo todos los días, en oposición a la percepción de la memoria como nostalgia del pasado. Los tres personajes protagonistas rodean un círculo en el que palpitan como un corazón en el centro del universo. Ahí, anidan las dimensiones del tiempo y el espacio. Alrededor de ese corazón gira el “tiempo sin tiempo” del mundo de los mitos. Tal vez por esa razón, la acción se desarrolla en un marco de vida con tintes de extrañamiento, en el que esos seres humanos se relacionan sin interferencias. Para el grupo Frasco Chico, no hay vida más real que ésa porque no hay nada más real que el mito. Fabiana Sinchi, Manuel Venturini y Vanessa Pérez Cepeda demuestran una incuestionable y sentida eficacia técnica para dar vida a imágenes por momentos alucinatorias y en permanente metamorfosis, en un montaje donde se destaca también el vestuario, la musicalización y la coreografía, sumamente precisos, firmados por el mismo grupo.

Esos cuerpos están en el Litoral, con batir de palmas y una bata de cola que adquiere una magnífica diversidad de formas. Están por aquí y sólo tienen sus cuerpos, sus espíritus, sus propias carnaduras. Ese punto de partida reúne a dos mujeres y a un hombre en un relato que combina en dosis iguales la melancolía y la pasión. Los modelos, las pieles, el amor por la tierra y el amor por el otro, el abandono, el cuerpo, la soledad, de nuevo el amor, el deseo; todas estas cuerdas se tocan en escena con la minuciosidad y destreza que sólo es posible en tres intérpretes de lujo como Pérez Cepeda, Venturini y Sinchi.

De tal modo, Frasco Chico -magníficamente dirigido por Claudia Correa- transcribe la idea de que el teatro readquiere su antiguo oficio de encarnar los sueños, de ser efímera poesía viviente. Una atmósfera profundamente onírica acompaña esta propuesta de gran exigencia interpretativa, en la que la poesía y la tragedia se hacen presentes. Como todo sueño, el espectáculo también está hecho de retazos diurnos, de metáforas sociales y de heridas. Porque, además, “no hay nada más brutal, más cruel que entender que podría haber sido tantos otros. Y, a veces, el alivio”.