Una mirada sobre la historia santafesina

Cuatro siglos y cuatro décadas

Ana María Cecchini de Dallo

Al primer siglo -en rigor faltaban 13 años para alcanzarlo-, la ciudad lo vivió en el sitio fundacional. El asiento requirió modificarse, pero los restantes componentes de la ciudad: pobladores, ideales, creencias, instituciones, comercio, animales, emprendieron la epopeya de la mudanza.

Su segundo siglo de vida lo dedicó a construirse en el nuevo sitio y renombrarse como Santa Fe de la Vera Cruz. Aquí, su sociedad multicultural logró un tiempo provechoso, una vez revitalizados su puerto y los nexos comerciales con las otras poblaciones del espacio regional: Asunción, Córdoba, Buenos Aires.

En el tercer siglo de vida, la ciudad tuvo que afrontar una secuencia de enormes y variadas dificultades. Debió defender las fronteras norte, este y oeste para asegurar la vida de Buenos Aires; y en el territorio de su jurisdicción crear nuevas poblaciones desgranando a sus propios habitantes: Coronda, San José del Rincón, Paraná y la Villa del Rosario. Además, tuvo que luchar por su comercio y su puerto. Se sumó decididamente al proceso emancipador demandando, a la vez, su autonomía, lo que la convirtió en capital de la provincia de Santa Fe.

La nueva situación le generaría otra lucha, esta vez por la organización constitucional de las provincias del Río de la Plata en un Estado federal. Por cierto que no fue una acción que ejerciera sola, pero fue la que sostuvo de modo continuo con fuerza y dignidad. Llegó al final de su tercer siglo viendo que el motivo de su lucha se hacía realidad, y fue precisamente en su antiguo cabildo, donde se dio forma a la Constitución escrita, para, en pocos años, lograr una Nación constituida.

El cuarto siglo dio paso a una provincia nueva, totalmente cambiada en la composición de sus pobladores por el efecto inmigratorio, un proceso de permanentes cambios en el que los pueblos y colonias brotaban junto a los sembrados, y los caminos se abrían en tierra, con y sin rieles. Otro tanto ocurría con la apertura de escuelas, las nuevas instituciones representativas y las demandas crecientes de una sociedad en franco progreso.

Frente de esa mayúscula transformación, la ciudad ejerció su condición de capital, velando por el beneficio de la totalidad de la provincia, la integridad de su territorio y mejoras para su sociedad, aun cuando los beneficios para sí misma no se dieran en igual magnitud.

Luego, cuatro décadas más sumadas a su edad, un recorrido en el que, al igual que el país, vivió buenos y malos tiempos, pero que siempre condujo a una provincia de avanzada, que marcó rumbos en innovaciones de toda índole -políticas, científicas, artísticas -, en el marco de una sociedad democrática, caracterizada por una identidad austera y modesta, a veces algo conformista, que tal vez se forjara en aquellas largas y penosas luchas por la subsistencia de su gente y de los pueblos que engendrara.