De domingo a domingo

El remanido relato de que todo está bien cuando cunde el incendio

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En el Patio de las Palmeras donde se presentó la presidenta, se circunscribieron controladamente los aplaudidores más ultra. Foto: DyN

 

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

Cuando había cierto alivio general porque la presidenta de la Nación había recuperado el centro de la escena política y cuando en apariencia se había terminado la peligrosa languidez en la que había entrado el gobierno en tiempos de declinación, fue todo un símbolo la imagen de Cristina Fernández el miércoles por la noche mirando hacia el interior de la Casa Rosada, dirigiéndose únicamente a sus partidarios más enfervorizados y relatándole a “los pibes para la liberación” lo bien que ella cree que le está yendo al país.

Y en paralelo, otro contrasentido: minutos antes, ella misma le había tomado juramento en un escenario contiguo a tres figuras clave de su Gabinete, a los que había mandado de urgencia a arreglar los desaguisados de “la herencia recibida”, la suya propia.

Alguien en el equipo de creativos que la acompaña habrá imaginado su regreso triunfal a los atributos del mando como un símil de aquel 17 de octubre de la vuelta del líder a tomar contacto con su pueblo, a través de un mensaje de ida y vuelta. No debe haber pensado quién pergeñó tamaña puesta en escena que estaba mostrando el aislamiento mismo. Como figura fue demoledora: el balcón de Juan Perón, de cara a la mítica Plaza, le dejó paso al balcón del Patio de las Palmeras. Abajo, sólo los partidarios más ultra, en un festejo al que no habían sido convocados todos. De pejotismo poco y nada. Sólo fue para los chicos de Unidos y Organizados, repartidos por los patios de una Casa de Gobierno que hasta tenía rejas en los pasillos para evitar desplazamientos inconvenientes de la tropa.

Un sonriente regreso sin gloria

Oscar Parrilli iba y venía para verificar que todo saliera bien y la seguridad estaba más que preocupada. Tanta gente había adentro y tantos corralitos se habían armado, que una salida en tropel, por cualquier circunstancia de emergencia, probablemente hubiese terminado en tragedia.

Como alejada de todo, allí arriba, sin un dejo de autocrítica y con ánimo manifiesto de transmitirle a todos y todas que su camino iba a pasar por la “profundización” del mismo modelo que la llevó a tan delicada situación, Cristina pareció no haber registrado siquiera la goleada en contra del 27 de octubre. Era su hora de regreso y no iba a permitir que la realidad se la empañase.

Cómo decirles lo que estaba pasando, si ella misma no puede creer que esté pasando. Entonces, la presidenta, seguramente feliz por tanto bochinche, se encerró únicamente en la enumeración de sus logros y omitió todo aquello que no conformase al auditorio. Bien contentos estaban los jóvenes sólo con verla allí y mucho más aquellos de sonrisa fácil que el guión televisivo colocó junto a ella para que asintiesen al final de cada frase.

Algunos parecían estar en trance, ajenos a todas las tribulaciones de la sociedad. La serenidad familiar que se le notó a Cristina el día de la reaparición a través de las redes sociales y no de la cadena nacional, junto a su hija cineasta, su nuevo perro, las rosas de Hebe de Bonafini y su pingüino de peluche y el auténtico alivio que sintió tanta gente por verla tan bien, trocó esa noche mucho más planificada que aquel video casi familiar, en desánimo para muchos otros que la observaron demasiado absorta en su microclima.

Tan ajustado fue el libreto que la presidenta cumplió dentro de la Rosada para celebrar su vuelta que hasta su circulación por los pasillos estuvo prefijada, casi cronometrada, para que la disposición de cámaras no se perdiera nada. Hasta una cruz de cinta adhesiva pegada al piso le marcó a la presidenta el lugar exacto donde debía pararse para hablar y tener allí la mejor luz y sonido.

En suma, no habló de nada

Más allá del relato, en la arenga ante la tropa juvenil, hubo también un estudiado no relato y entre las omisiones, ella no sólo no habló de las elecciones perdidas, sino que supuso que nadie en el auditorio padecía la inflación, ni había sufrido situaciones de inseguridad, ni estaba cerca del flagelo de la droga, temas que sólo enarbolan los opositores.

Calló y les dio aquello que querían escuchar. Quizás por ser cuestiones más duras, tampoco mencionó Cristina la fuga acelerada de reservas, ni el déficit energético, ni la emisión monetaria, ni el agujero fiscal, ni la pérdida de mercados, ni los problemas para conseguir inversiones.

Ni siquiera habló de política, ni de los cambios en el Gabinete, ni de la salida por la ventana del protegido de otrora, el fiel ejecutor de órdenes, Guillermo Moreno.

En fin, armó un discurso de burbuja, algo que no le aguara la noche. Sin embargo, tal como suele ocurrir, con las campanadas de las 12, volvieron las calabazas y por eso, al día siguiente salieron a la cancha las caras nuevas, los portadores de las malas noticias, para decirle a todos los verdaderamente interesados en escuchar que el ajuste se aceleró.

Con un estilo de comunicación casi inédito para el kirchnerismo, Jorge Capitanich y Alex Kicillof hicieron malabares para que no se les notase la capucha de verdugos y produjeron novedades al por mayor, pero sólo desde el plano del notable cambio en las formas.

De medidas, lo que se dice medidas, hay hasta el momento poco y nada. Lo que hay que determinar ahora es si lo de la “profundización” es un cliché que la presidenta ha comprado porque se lo vendió desde la teoría el convencido Kicillof o si va a triunfar el mayor realismo de Capitanich cuando salió a explicar que “lo que se denomina políticamente la profundización del modelo, para nosotros no es nada más ni nada menos que garantizar las condiciones... para que todos tengamos mejor calidad de vida”.

La cuestión es la “variación de precios”

La lista de dulces objetivos que hizo el propio jefe de Gabinete excluyó los cómo para “garantizar” esas condiciones y como, en general, son las herramientas las que definen los procesos de ajuste, habrá que esperar para ver si Cristina se las aguanta sin salir a mezclarse con la gente otra vez y deja hacer en nombre de no acumular mayor estrés, en cumplimiento interesado de las recomendaciones médicas. Con ella fuera de escena, después de 2015, es natural y hasta lícito que si Capitanich se siente el sucesor del proceso kirchnerista.

Político más que hábil, el gobernador del Chaco en uso de licencia no eludió preservarse: “trabajamos en una agenda que obviamente establece (la presidenta); nosotros propiciamos alternativas, opciones. Ella decide y nosotros ejecutamos”, explicó.

Al mejor estilo kirchnerista, el nuevo jefe del Palacio de Hacienda le endilgó a terceros los actuales padeceres económicos (“ hay campañas muy intensas para sembrar incertidumbre”) , como si él mismo no hubiese estado a cargo desde diciembre de 2011 de lo mismo que propicia hoy: “Vamos a trabajar muy fuertemente en la cuestión de las cadenas de valor, en trabajos con costos, en trabajos con la apropiación de rentas a lo largo de la cadena”, señaló.

La preeminencia de la planificación y de los controles del Estado estuvo en boca de ambos y una cuestión común fue minimizar las consultas periodísticas: para los dos, el término prohibido inflación pasó a ser “variación de precios”, mientras que se ocuparon de marcar casi al unísono la importancia de considerar como un todo lo fiscal, lo monetario y lo cambiario. Hubo además varias pelotas pateadas afuera. Por ejemplo, para Capitanich, el Indec “pertenece a las objeciones del pasado” y para Kicillof, “tenemos algunas reservas que han sufrido alguna rebaja pero que están a niveles consistentes”.

Lo más crítico fue la aceleración de la caída de reservas que se registró en los últimos días, mientras que en los mostradores se observó mucha “variación de precios” hacia el alza, desde ya y por las dudas: “Se fue Moreno y esto no va a ser un ¡Viva la Pepa!”, prometió Capitanich.

¿Cómo puede ser que en un país que anda tan bien haya que arreglar montones de cosas? ¿Cómo es posible que un modelo tan exitoso necesite ser cambiado con la excusa de la “profundización”? Son misterios del marketing político que la habilidad sobre todo del nuevo jefe de Gabinete deberá encauzar con su muñeca y su labia, aunque será bien difícil sostener a la vez dos posturas tan ambiguas, salvo por el repetido costado de la conspiración permanente de los “poderes concentrados” al que adhieren todos.