Con alma de copla

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Eulogia Tapia. Foto: Archivo El Litoral

Nidya Mondino de Forni

“En el curso de varios lustros de viajes de estudio he conocido numerosos pueblos, aldeas, caseríos ranchos aislados, desde la puna jujeña a la pampa bonaerense. Junto a casos de conflictos y catástrofes, otros hay muy felices. Han quedado al margen del tiempo y su propio aislamiento los ha salvado. Sufren el olvido pero evitan el aniquilamiento. En ellos se advierte que viven una etapa retrasada, pero normal dentro del proceso de su evolución. Lugares así son para el viajero verdaderos oasis, no sólo geográficamente sino espirituales. El investigador encuentra en los ranchos familias, con frecuencia numerosas, perfectamente integradas en el sentido jurídico, social y ético. Llama la atención la sagaz armonía funcional con que han amoldado los medios de vida a las características de la naturaleza circundante (...). Tras las míseras apariencias de la indumentaria raída y del rancho decrépito, sorprende la sobria cortesía en el trato y el señorío hidalgo en las actitudes. Cuando hay ocasión, en el canto, en el baile, en las obras artísticas de sus manos surge, como flor impecable entre las peñas, un depurado sentido de lo bello que parece nacido por milagro”. (Augusto Raúl Cortazar, Los libros y la realidad de la investigación folclórica. 1957)

Seguramente como “nacida por milagro” fue para Leguizamón y Castilla, la aparición de la joven pastora-coplera Eulogia Tapia. Tenía por entonces sólo dieciocho años.

“Yo había bajado de mi casa al pueblo a cantar. Ahí armaban carpas durante el carnaval y se juntaban todos. Yo llegué con mi caballo blanco. El Cuchi y Castilla estaban también ahí cantando con sus guitarras. Éramos muchos hasta que empezaron los contrapuntos (duelos de coplas entre uno y el otro). La gente se fue yendo y yo me quedé sola con ellos dos en un duelo, hasta que les gané con una última copla: “Esta noche va a llover/ agua que manda la luna/ mañana han de amanecer/ como pato en la laguna”.

“Ellos me preguntaron qué quería por haber ganado, y yo les dije que me hicieran un tema. A la canción recién la escuché como un año después en la radio. No lo podía creer”.

Quizás también como “nacida por milagro”, consideró su presencia, aquella noche, el público de Cosquín, en la plaza Próspero Molina, cuando sobre el escenario Atahualpa Yupanqui, apareció, tierna y emocionada Eulogia Tapia. Vestía de gala a la usanza criolla, sombrero negro de ala ancha, poncho rojinegro y botas. Erguida, con su caja en la mano y con el paso del tiempo en su rostro. Tenía ahora más de sesenta. Sin más presentó sus credenciales de cantora, demostrando que la memoria no le falla.

“Yo soy hija de las nubes/ pariente del aguacero/ vivo en el cerro más alto/ donde me alumbra el lucero”.

“Alegre mocita i sido/ y alegre y vieja i morir./ Cuando suenan las cajitas/ me amanezco sin dormir”.

El público, con un nudo en la garganta y ojos llorosos no paraba de aplaudir, de pie, en tanto recordaba los versos, dedicados a ella, de la “Zamba La Pomeña” de Gustavo Cuchi Leguizamón (1917-2000) y el poeta Manuel Castilla (1918-1980).

“Eulogia Tapia en la Poma/ al aire de su ternura/ si pasa sobre la arena/ y va pisando la luna...”.

Sin duda, su presencia humilde y serena fue una chispa importante de sinceridad y autenticidad absoluta. Finalmente, al preguntarle el periodista, al que también le temblaba la voz, cómo vive actualmente, responde con su tonada campesina “con mis cositas nomás”.

Eulogia Tapia nació el 13 de setiembre de 1945, vive en la actualidad en un puesto de campo, cercano al pueblo de La Poma (Salta). Se dedica a cuidar sus cabras, elaborar quesos y trabajar la tierra.

“Cada mañana de verano se la puede encontrar con las botas de goma y ordeñando, o mateando con su marido bajo el alero de su casa de adobe”. (La Nación, 2007).