De domingo a domingo

La paz social y el Estado ausente

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La capital cordobesa, devastada por turbas saqueadoras. Foto: gentileza Dia a Dia.com.ar

 

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

En estos días de creciente angustia para los ciudadanos de a pie que observan cómo el Estado se lava las manos en todas las cuestiones básicas, mientras las autoridades pelean cuestiones de cartel que les quedan muy lejanas, el ábaco interminable de la realidad argentina ha pasado sus cuentas en estos últimos siete días cada vez a mayor velocidad.

En primer término, el desmadre de los saqueos que rompió todos los diques de la convivencia; la sindicalización policial de oficio que epidemizó hacia todo el país las protestas por mayores salarios; el “yo no fui” del gobernador de Córdoba, José Manuel de la Sota; el intento de venganza política hacia esa provincia y el ascenso, desgaste y nervios de Jorge Capitanich le pusieron tensión extrema al rubro social, el más preocupante de la realidad argentina, tirantez aderezada por infinitos rumores y por la apología del pillaje esparcida alegremente por las redes sociales.

A la dinámica creciente de problemas con los que tiene que lidiar el desgaste del gobierno nacional, se le agregaron además el recorrido oscilante del dólar, el probable aflojamiento del cepo cambiario y la nueva estrategia de perder divisas para conseguir más reservas, junto a la vergüenza de los resultados de las pruebas educativas Pisa y el mayor bochorno de las justificaciones oficiales, más la violencia en la calle que desgranaron quienes se opusieron a la designación del nuevo rector de la UBA.

Y hay más

Pero, también y con cartel francés, hay que mencionar como muy relevante la insostenible situación política de Amado Boudou, a quien muchos en el gobierno también resisten, trance derivado sobre todo de su actuación en el caso Ciccone, más la evidente protección que se le quiere dar al vicepresidente desde una parte de la Justicia, temas que le añadieron incertidumbre por un lado y mucha desazón a la actualidad.

Sin embargo, faltan en el resultado dos elementos fundamentales para llegar a un resultado más preciso. No están a la vista, pero representan mucho más que el margen de error de todo cálculo y ellos son la inflación omnipresente, el mal de todos los males, la que distorsiona la vida y genera las dificultades económicas y las demandas sociales y también la ausencia física de la presidenta de la Nación, aunque es lícito pensar que es ella quien mueve los hilos, sin ningún deseo de exponerse.

Éste es un punto muy sensible, porque más allá de la innegable necesidad que tiene Cristina Fernández de preservar su salud física y emocional, su prolongada ausencia no contribuye para nada a adicionar certezas.

Los más acérrimos kirchneristas observan como una virtud que deje a otros hacer el trabajo sucio y que se preserve, mientras que los menos politizados sienten que sin la presidenta a la vista les falta su referente.

La Nación y las provincias

Es más que interesante seguir el periplo de Capitanich en estos días, a través de sus contactos con la prensa. Pese a su innegable capacidad comunicativa, matizada con muletillas (el “quiero transmitir” ya es un clásico) y con arabescos que a veces no dicen nada, en esos encuentros el chaqueño desnudó estados de ánimo y a partir de ellos, permitió hacer lecturas interpretativas.

La intervención del lunes pasado ya fue distinta, probablemente porque los comentarios periodísticos del fin de semana tocaron el tema del “ajuste”, término que el kirchnerismo no puede soportar, sobre todo si tiene que protagonizarlo. Esta columna aludió a la desazón de la militancia, imposibilitada de defender medidas como las que se están tomando en lo económico.

Entonces, fuera de todo antecedente, ese día Capitanich hizo kirchnerismo explícito, tomó lo más clásico de su repertorio y vociferó, seguramente para que lo escuchen más en Olivos que en otro lado: “Quiero poner mucho énfasis. Cuando se habla del fin del relato y del inicio de un proceso de ajuste, le pregunto al pueblo argentino: ¿qué ajuste?”.

El desconcierto que mostró esa mañana lo llevó a cometer varios errores básicos y a contramano de la frescura que había aportado hasta entonces, el jefe de los ministros por primera vez no instaló temas, sino que los corrió de atrás, y al mejor estilo pre-elecciones se dedicó a refutar los titulares de los diarios con estadísticas discutibles, exagerando situaciones, haciendo referencias laterales y embarrando la cancha.

El martes retomó una postura más clásica, habló de la solidaridad con las víctimas del temporal y se floreó con la explicación sobre el “drenaje de reservas” y sobre la necesidad de ponerle un impuesto al dólar turista porque “el sendero que estamos transitando es el correcto”.

Sin embargo, el miércoles derrapó muy mal cuando en el Aeroparque abandonó abruptamente su charla con la prensa, visiblemente molesto, después de haberle negado por motivos formales ayuda a Córdoba, cuya capital había sido devastada por turbas saqueadoras durante la madrugada. Dijo lo evidente, que no habría fuerzas federales porque la Constitución hablaba de las autonomías provinciales en temas de seguridad pública, y se plantó en que había que “evaluar” la situación. Todo sonó a una gran excusa, porque el jefe de los ministros sacó a relucir el reglamento cuando el incendio ya estaba desatado y había que poner a funcionar a pleno las mangueras.

Lo peor para Capitanich es que fue al frente, y dos horas después le enmendaron la plana desde Olivos. Haberse chamuscado con esa actitud de indiferencia no impidió que el secretario de Seguridad, Sergio Berni, dijera que estaba mandando dos mil gendarmes a Córdoba, justo cuando el gobernador De la Sota arreglaba el problema con la Policía. “Los necesitábamos anoche”, chicaneó el cordobés. Detrás de toda esta cuestión política no menor entre la Nación y las provincias no alineadas, subyace sin embargo lo que debería ser un motivo de extrema preocupación para la dirigencia y no ser pasado por alto por los ciudadanos.

Frutos del “garantismo”

Es probable que personas de mentalidad similar a aquellas que aparecieron de a miles en las calles de la capital mediterránea, hoy estén en condiciones de repetir ese tipo de excursiones en cualquier otro punto del país, aun en los considerados más seguros. ¿Por qué? Porque lo ocurrido en esa noche de terror sacó a la luz de modo descarnado dos cuestiones básicas, ambas entrelazadas: cómo la anomia se genera de arriba hacia abajo y cómo es capaz de terminar de modo violento con cualquier contrato social.

Córdoba fue el fin de un largo proceso de “todo es igual”, un mirar para otro lado que lleva unas dos décadas de vigencia, casi una generación, evolución que el kirchnerismo alimentó con aquello de “no criminalizar la protesta” y de propender al garantismo judicial. La misma desidia que le abrió paso a las bandas del narcotráfico.

Más allá del aprovechamiento que las bandas delictivas hicieron del chantaje policial a la administración De la Sota, el sálvese quien pueda dominó la escena y nadie respetó a nadie.

Los traspiés del jefe de Gabinete siguieron el jueves. Esa mañana suspendió su tradicional conferencia de prensa y la reemplazó con una declaración conjunta con el gobernador de Santa Fe, Antonio Bonfatti, donde pretendió habilitar “sólo cuatro preguntas”. Los periodistas se negaron a hacérselas y eso lo llevó a negociar con ellos otra charla por la tarde, abierta libremente a las consultas.

Allí, volvió a ser casi el mismo Capitanich de siempre, aunque se despidió con ironía: “¿Les pareció bien, que no he tenido ninguna restricción?”. Ese día, el ministro coordinador se apartó del secretismo oficial y aportó algunos datos interesantes. Reveló que se estaban desarrollando negociaciones en Buenos Aires entre Repsol e YPF, habló de tarifas y de quite de subsidios y explicó cómo es la estrategia de recomposición de reservas, bastante a la inversa del cierre del grifo cambiario que llevó a la actual sequía.

En todo caso, lo económico está muy mal, pero peor parece estar la situación de precariedad que se nota en materia de paz social. La fractura que se viene evidenciando cada vez más deberá arreglarse también de arriba hacia abajo. Esta semana, justo cuando se cumplen 30 años del retorno efectivo a la democracia, bien podría parafrasearse al presidente Raúl Alfonsín: “Un Mandela a la derecha, por favor”.


 

Lo económico está muy mal, pero peor parece estar la situación de precariedad que se nota en materia de paz social. La fractura que se viene evidenciando cada vez más deberá arreglarse de arriba hacia abajo.