De “Leche del sueño”

Pintora y escritora excepcional ligada al surrealismo, Leonora Carrington también tuvo una vida de aventuras y locura digna de una biografía algo más interesante que la que le propinó la reciente Premio Cervantes, Elena Poniatowska (que supo también atribuir a Borges la autoría de ese terrible poema, “Instantes”). De Leonora Carrington, nacida en Inglaterra en 1917 y fallecida en México en 2011, el Fondo de Cultura Económica acaba de publicar “Leche del sueño”, una serie de deliciosos cuentitos ilustrados por ella misma, destinado a sus hijos. Aquí transcribimos algunas de sus páginas.

Por Leonora Carrington

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E.L.T. Mesens, Max Ernst, Leonora Carrington y Paul Éluard en París, en 1937. Foto de Lee Miller. Foto: Archivo El Litoral

 

Juan sin cabeza

El niño Juan tenía alas en lugar de orejas. Se veía raro.

—¡Miren mis orejas! —decía, y la gente se espantaba al verlo.

A Juan le gustaba mover las orejas por las noches, y una vez las movió tanto que su cabeza salió volando por la ventana.

Juan se quedó sin cabeza y no pudo llorar, pues ésta se había quedado con sus ojos. Entonces se levantó y corrió detrás de ella, pero la cabeza se fue saltando de árbol en árbol como si fuera un pichón.

La mamá del niño, que miraba por la ventana, lo vio correr.

—¿A dónde vas, Juan?

—Es que se fue mi cabeza.

—¡Qué desgracia! —exclamó la pobre mujer.

—¡Ja ja ja! —la cabeza reía mientras volaba, y por más que Juan corría no podía alcanzarla.

—Présteme su lazo, señor —dijo Juan a un hombre.

—Sí, niño —le respondió.

Y con el lazo pudo por fin pescarla.

Juan volvió muy cansado a casa con la cabeza brincando detrás, fuertemente amarrada al lazo.

—Mamá —dijo Juan—, pégame la cabeza.

Y su mamá se la pegó en los hombros con chicle, pero como era de noche se la pegó al revés.

—Que no se te vuelva a escapar la cabeza, hijo—dijo su mamá.

Y a partir de entonces Juan tuvo mucho cuidado cuando movía las orejas.

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El niño Jorge

Al niño Jorge le gustaba comer la pared de su cuarto.

—No lo hagas —dijo su papá.

Pero Jorge no le hizo caso y siguió comiendo pared.

Su papá decidió entonces ir a la farmacia y comprarle un frasco de pastillas de pared. Él se las comió todas de un jalón y dentro de su cabeza creció una casa.

Jorge estaba muy contento jugando con la casa en su cabeza, pero su papá se puso triste porque le dijeron en la calle:

—¡Qué niño tan raro tiene usted, señor!

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Humberto el Bonito

Humberto, el niño más bonito de la ciudad, tenía ojos azules y chinos dorados. A pesar de que era muy bonito también era antipático. Le gustaba, por ejemplo, echar ratas en las camas de sus hermanas para hacerlas llorar.

Un día, su hermana Rosa puso un cocodrilo en su cama...

—¡Ayyy! ¡Qué miedo! —gritó Humberto—. ¡Hay un cocodrilo en mi cama!

Pero Humberto era tan bonito que el cocodrilo, en vez de atacarlo, le sonrió alegremente.

Desde entonces, Humberto y el cocodrilo son grandes amigos y, por supuesto, ahora el niño es todavía más antipático, pues siempre va a todas partes con él.

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