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La política de la memoria

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El escritor uruguayo Mauricio Rosencof, autor de “Diez minutos”. Foto: Archivo El Litoral

 

Aldana Vales

(EFE)

Como ya lo hizo en obras anteriores, el escritor uruguayo Mauricio Rosencof recupera en su libro “Diez minutos” los recuerdos de los más de once años que pasó encerrado en un calabozo durante la dictadura militar en su país (1973-1985), proceso que define como la construcción de “una gran barricada de la memoria”.

“La historia de un pueblo es su memoria. Para los violadores de los derechos humanos, la presencia de la memoria es lo que le sacude sus cimientos”, dijo en entrevista en Buenos Aires Rosencof, cuya novela es una suma de anécdotas reales de este ex dirigente tupamaro.

Al proceso de volver a esos fantasmas, el autor lo define como una “sensación de que todo lo que va escribiendo y largando son como fichas para completar un gran puzzle, una gran barricada de la memoria”.

Así comienza a asomarse una palabra clave en sus palabras y en el libro: la memoria, a la que considera como “inherente a la condición humana y una manera de tener presente a todos aquellos” que pasaron por los suplicios de la dictadura.

Es así que la memoria no aparece únicamente para que, en la novela, su padre, con el que comparte sólo diez minutos, pueda recordar a su hijo o para que el detenido no olvide los tormentos a los que ha sido sometido.

Otra característica de “Diez minutos”, publicado por Alfaguara, es la frontera difusa entre la ficción y la realidad. Precisamente, esa mezcla entre la fantasía y los hechos reales es la que también sufría el autor mientras estuvo bajo tierra, en aljibes, incomunicado, sin ver el mundo exterior, sin agua y, como muchos otros presos, reciclando su propio orín. “La realidad tangible no se podía vivir cuando se está en un calabozo así, sin libros, sin alguien con quien hablar. Entonces se vivía en los sueños, en la familia, en la imaginación, con todos los riesgos que eso suponía”, relata Rosencof.

El peligro de esa abstracción, por supuesto, era perderse en las imágenes creadas por la mente. “A veces paseaba con mi hija por la playa desde el calabozo, tomábamos gaseosa y, después, me quedaba la preocupación de qué hacer con el envase si había una requisa”, confiesa el escritor.

Otros tupamaros y él reinventaron el código morse y empezaron a comunicarse con los nudillos a través de los muros. “Nos juramos que si alguno salía vivo iba a dar testimonio de esas peripecias”, recuerda.

Desde la vuelta de la democracia, el escritor presentó novelas, poesías y obras de teatro, algunas obras también vinculadas a la época de la dictadura o a los días del encarcelamiento, como “La margarita” (1994) y “Las cartas que no llegaron” (2003).