Mesa de café

Gobernantes genuflexos, policías bravas y saqueadores

Remo Erdosain

—Al cuñado de mi vecino lo saquearon y encima, lo cagaron a palos -dice Abel.

—¿Quiénes fueron? -pregunta José.

—Algunos eran sus vecinos, otros sus clientes, éste es el país maravilloso en el que vivimos.

—Lo que pasa es que la situación económica es insostenible. La inflación se está comiendo los salarios y la gente por algún lado estalla -comenta José.

—Ésa es una verdad a medias -contestó- porque, desde que tengo memoria, la situación económica nunca es buena y los salarios nunca alcanzan. Además, este estallido se produce en los primeros días de diciembre, antes de que la gente cobre el aguinaldo y antes de que se despierten las expectativas habituales por las llamadas fiestas de fin de año.

—Sobre el tema hay mucha tela para cortar -dice José-, pero lo que yo creo es que no se puede permitir que la Policía ande declarando huelgas como si fuera un sindicato más.

—En muchos países del mundo la Policía está sindicalizada -recuerdo.

—Eso podrá funcionar en Francia, Noruega, Suecia, pero en la Argentina sospecho que será una fuente más de corrupción policial -dice Marcial.

—¿Podés explicarte un poco mejor?

—Muy sencillo: en la Argentina, la Policía está muy corrompida y los hábitos sindicales también son corruptos. Puede que los sindicatos defiendan a los trabajadores en general, pero su gran especialidad es defender no a los mejores, sino a los peores, ¿te imaginás un sindicato de la Policía defendiendo a los amigos del gatillo fácil, a los coimeros y apretadores, a los socios de los piratas del asfalto, a los regentes de prostíbulos y casas de juego clandestino, a los prendidos en el negocio del narcotráfico?

—Como siempre, exagerando -responde José-. Yo creo que se puede organizar una especie de sindicato, con la salvedad de que tratándose de policías tienen prohibido el derecho de huelga, por ejemplo.

—Yo no lo tengo claro -dice Abel-, pero lo que sé es que los policías están cobrando sueldos de hambre; y lo peor de todo es que esos sueldos se constituyen con adicionales y otras yerbas, motivo por el cual a la hora del retiro, un policía después de haber trabajado toda la vida, tiene una jubilación de hambre.

—A mí lo que me llama la atención -digo- es que en un país donde la seguridad es la prioridad social, los gobiernos le paguen a la Policía chauchas y palitos.

—Llamale hache, pero la Policía no tiene derecho a extorsionar a la sociedad o dejarla indefensa en manos de los delincuentes -contesta Marcial-. Yo, en lugar de los gobiernos, lo que hubiera hecho es cesantear a los cabecillas.

—Es fácil decirlo, pero no es tan fácil hacerlo.

—Y así nos va.

—Lo que yo creo -insiste José- es que esto estuvo todo preparado. No es casualidad que de un día para el otro el país esté en llamas justo cuando se van a celebrar los treinta años de la democracia.

—Y si todo estuvo tan preparado -pregunta Abel- ¿por qué no lo detectaron con anticipación?, ¿o a los servicios de inteligencia los tienen para jugar al ta-te-tí?

—Yo lo que creo -digo- es que no hubo un comando nacional preparando el estallido, pero que policías tramposos, políticos oportunistas y punteros corruptos aprovecharon la bolada, es cierto. Lo que también es verdad es que el país estaba al borde del estallido porque, aunque al amigo José no le guste, la gente no está viviendo bien; la inflación tritura los sueldos. Uno va a un supermercado, compra cuatro o cinco chucherías y la cuenta a pagar se va arriba de los dos o tres palos.

—Yo no sería tan exagerado -responde José-, no estamos en el mejor de los mundos, pero tampoco vivimos en un infierno. Ahora bien, hasta en el mejor país del mundo si retirás a la cana, los saqueos empiezan y no me digan que esos saqueadores están con hambre, porque a la hora de elegir entre un paquete de arroz o una botella de whisky, eligen el whisky.

—Ése es el pueblo que nunca se equivoca que vos ponderás tanto -chicanea Marcial.

—Yo creo que hay que preguntarse qué está pasando en la Argentina -reflexiona Abel- porque no sólo los malandras estaban robando en las calles, también lo hacían vecinos respetables.

—Es que cuando los lazos de la civilización se rompen, todos nos animalizamos -remata Marcial.

—No sé cuántos vecinos responsables se prendieron en la joda -digo-, yo en un punto también creo que el malandraje existe, hay más de un millón de jóvenes que no trabajan ni estudian; la familia y la escuela no contienen y, en ese contexto, no hay que sorprenderse que cuando la policía hace un paro, esa multitud considera que tiene luz verde para salir a robar.

—En la Argentina no hay hambre.

—No hay hambre, pero hay pobreza, marginalidad y humillación.

—También hay malandras.

—Salen a chorear objetos de consumo -dice Marcial-, roban electrodomésticos, zapatillas, vinos finos. En las sociedades consumistas, en sociedades donde a los pobres la televisión les muestra el confort de la vida, cuando el sistema estalla, los que salen a robar lo hacen para hacer realidad sus fantasías, aquello que saben que nunca podrán acceder.

—¿Y vos, Quito, qué pensás? -le dice Abel al mozo que silenciosamente se acercó a la mesa y nos está escuchando.

—Yo lo que creo es que esto se arregla metiendo bala.

—¿A quiénes, a la Policía que se hizo subversiva? -pregunta Marcial guiñando el ojo.

Quito vacila, pero después responde:

—A los negros de mierda que este gobierno mantiene con los planes sociales.

—Además de pobre y reaccionario, racista -comento.

—Un típico exponente de la cultura nacional y popular criolla -vuelve a chicanear Marcial.

—Yo creo que Quito existe para que vos tomes agua contra el pueblo -acusa José.

—Yo lo que reitero -digo- es que puede haber pobreza, puede existir una situación social explosiva, pero todo podría impedirse si existiera una clase dirigente que, en lugar de serrucharse el piso entre ellos, se preocuparan en ponerse de acuerdo para hacer las cosas bien.

—Yo creo que esto se les fue de las manos.

—Se les fue de las manos antes de que pasara todo -insisto- y ésa es su principal falta. Si De la Sota hubiera sabido prevenir, habría entendido que no se puede dar el lujo de irse a pasear a Colombia con la Policía amotinada. Y si el gobierno nacional, en lugar de hacerle una zancadilla a De la Sota, hubiera movilizado a la Gendarmería, todo lo que vino después podría haberse evitado o haberse reducido a su mínima expresión. En lugar de eso, se largaron a joder, a hacerse los vivos entre ellos y allí están los resultados.

—Y lo peor de todo es que por culpa de esas joditas la gente quedó sometida a la barbarie, al miedo, a la indefensión.

—Peor, lo más grave de todo, es que con este desquicio social lo que sale a la superficie es lo peor de la gente. A diferencia de las grandes rebeliones sociales, donde lo que emerge son los sentimientos más nobles, en este caso lo que emerge es la mierda.

—Yo lo que creo -dice Abel- es que atendiendo a la realidad de un país prácticamente en llamas, no había condiciones para los festejos de la democracia con sus recitales protagonizados por músicos bien pagos y sus cócteles con bocaditos de salmón y vinos finos.

—Es una manera de ver las cosas -dice José-, por el contrario, a mí me parece que ante el vandalismo protagonizado con la complicidad de la Policía y los enemigos de la democracia, era importante dar una respuesta firme.

—A mí me encanta oírte hablar a favor de la democracia -le dice Marcial a José-, pero a la democracia hay que defenderla todos los días, no solamente en los aniversarios o cuando están con el agua en el cuello.

—No comparto -concluye José.

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