En la basílica de San Pedro

El Papa, la misa de Nochebuena y la poderosa energía de la humildad

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“Lo vi salir con el Niño Dios en brazos y cerré por un momento los ojos imaginando que el anciano jesuita lo acostaría en una cuna de paja en cualquier parte del mundo, en un sitio donde la dignidad esté ausente y la injusticia humana sea todavía la madre de los padecimientos”. Foto: EFE

 

Germán De Carolis

(Desde Roma)

Llegó finalmente el día de la primera misa navideña celebrada en San Pedro por el jesuita Jorge Mario Bergoglio, infatigable viajero de su propio destino. Guiado por sus misteriosas luces y sus secretas y profundas convicciones, pudo realizar su largo recorrido y sentarse en el milenario sillón de San Pedro en Roma, para sorprender al mundo con su sencillo y contundente mensaje de entendimiento: amar al prójimo y socorrer a los débiles y desesperanzados que sufren su existencia por causa del egoísmo y la indiferencia humana.

El 24 de diciembre de 2013, a las 21.30, el Papa Francisco llegó al altar central de la basílica de San Pedro, ubicado bajo las cuatro columnas oscuras del maravilloso baldaquino de Bernini, y desde allí ofició la misa de Nochebuena. Miles de fieles lo siguieron con alegría dentro y fuera del recinto, mientras las transmisiones televisivas multiplicaban su mensaje a los cuatro rumbos del planeta.

Jorge Bergoglio es el Papa Francisco, pero al verlo y escucharlo a escasos veinte pasos de donde estaba celebrando la misa, me di cuenta de que sigue siendo ese sacerdote argentino que se dirigía a los fieles desde la Catedral Metropolitana de Buenos de Aires, o desde un altar improvisado en cualquiera de las villas miseria que solía visitar cuando hasta no hace mucho tiempo vivía en la Argentina.

Su voz es tan serena y convincente como la de aquellos días en Buenos Aires, y su mensaje idéntico: sean mejores seres humanos, imiten a Cristo y salgan a buscar y a socorrer al pobre y al necesitado que esperan imperiosamente la piedad de los que más tienen.

Jorge Mario Bergoglio es el Papa, un argentino nacido en Buenos Aires que hoy ejerce su Papado en Roma, pero podría perfectamente hacerlo desde un altar en la Villa 31 o en cualquier iglesia o capilla del mundo, porque su espiritualidad y su historia singular, y su simplísimo mensaje de amor y piedad por el marginado, el desposeído, el enfermo, el anciano, el niño y el excluido, es una expresión contundente y sincera. En la voz de Bergoglio se minimiza el ámbito en el que da su mensaje de cambio. Viéndolo allí, a pocos metros, y escuchando su voz suave y afectuosa, comprendí que el alma de Bergoglio es mucho más grande e importante que el lugar donde daba al mundo su mensaje navideño.

Viéndolo allí en mi condición de argentino, acostumbrado a su humildad y a su simple sabiduría cristiana, comprendí finalmente por qué el Papa Bergoglio no se deja atrapar por el boato y el poder. Su alma simple se siente en paz navegando la sencillez y la humildad.

La maravillosa basílica de San Pedro es sin duda un tesoro extraordinario, un recinto mágico que contiene piezas de arte y riquezas únicas, como "La Piedad" de Miguel Ángel. Sin embargo no era eso lo que durante la ceremonia impactaba a los allí presentes, sino esa energía nacida de la espiritualidad y la austeridad genuinas que emanaban de Bergoglio. La riqueza y el poder también se arrodillan ante su porteña humildad.

Finalizada la misa, el Papa Francisco se dirigió hacia donde estaba la figura del Niño Dios, la tomó en sus manos paternalmente, y la llevó -acompañado por criaturas de distintas nacionalidades- a un pesebre fuera de la nave central. Lo vi salir con el Niño Dios en brazos y cerré por un momento los ojos, imaginando que el anciano jesuita lo acostaría en una cuna de paja en cualquier parte del mundo, en un sitio donde la dignidad esté ausente y la injusticia humana sea todavía la madre de los padecimientos.

Jorge Bergoglio es el Papa de los pobres del mundo, aunque viva en el Vaticano.

Jorge Bergoglio es el Papa de los pobres del mundo, aunque viva en el Vaticano.