Preludio de tango

Elba Berón

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Manuel Adet

En la década del noventa si la memoria no me falla, en 1993- actuaba en el Gran Rex, territorio de memorables jornadas musicales, la revista Tango argentino, un emprendimiento dirigido por Claudio Segovia y Héctor Orezzoli y que subía al escenario a Jovita Luna, Raúl Lavié, Alba Solís y Elba Berón. Según supe después, las actuaciones de Tango argentino cumplieron once fechas en el Gran Rex y una temporada en el Lola Membrives.

La compañía de Segovia y Orezzoli venía de actuar en América Latina, después de haber lucido sus atributos en Broadway. El espectáculo era completo: había música, canciones, representaciones teatrales y mucho humor. Puede que para un crítico severo las funciones hayan sido sobreactuadas y orientadas a ganar el aplauso ruidoso y la aprobación ligera de un público conformado mayoritariamente de turistas que, además, pagaban la entrada sin otra pretensión que pasar un buen momento, pero convengamos que la calidad personal de los artistas atenuaba esos pecados evidentes.

Elba Berón era una de las protagonistas centrales de esas noches de tango, baile y milonga. La más insinuante, la más rea en el fraseo. Entonces se estaba despidiendo de la vida, pero ninguno de los que entonces disfrutábamos de sus tangos lo sabíamos. Asimismo es muy probable que el público que apreciaba sus condiciones vocales y festejaba sus humoradas no supiese que se trataba de una de las grandes personalidades del tango, una mujer que en su momento se había dado el lujo de ser la primera en ser convocada por Aníbal Troilo para sumarse a su orquesta.

Elba no sólo subió al escenario con la orquesta de Pichuco -hazaña que luego cumpliría Nelly Vázquez y nadie más- sino que lo hizo para reemplazar a Ángel Cárdenas y formar pareja vocal, nada más y nada menos, que con el “Polaco” Goyeneche. Convengamos que con esos dos maestros en el escenario, la señora Berón aprendió todo lo que hacía falta en materia tanguera.

Se dice que en su momento, Pichuco quedó fascinado con esta mujer cuando la escuchó cantar en la comedia musical fundada por Enrique Discépolo y que entonces respondía al nombre de “Caramelos surtidos”, una propuesta artística cuya puesta en escena estaba a cargo de Cátulo Castillo. Fue precisamente en esa ocasión que Elba interpreta “Y a mí qué”, tema de Castillo y Troilo que la mujer lo debe haber hecho muy bien para que un tipo exigente y algo machista como Pichuco decida convocarla para que integre su orquesta, tarea que cumplirá desde febrero de 1961 hasta fines de 1963, fecha en la que se retira de la orquesta y es reemplazada por Roberto Rufino.

Casi tres años estará Elba Berón luciendo sus atributos musicales en la orquesta de Troilo. Cuatro temas grabará para la RCA Víctor que hoy podemos apreciar: “Desencuentro”, “Cachirliando” compuesto por su padre Adolfo Manuel y Enrique Uzal, “Coplas”, de Troilo y Alberto Martínez que interpretará junto con Goyeneche y su clásico, “Y a mí qué”.

Para esa época Elba tenía alrededor de treinta años, pero hacía por lo menos quince que se lucía en los diferentes escenarios. Había nacido en la localidad bonaerense de Zárate el 31 de diciembre de 1930, en el seno de un hogar donde la música era sagrada. En efecto, su padre Adolfo Manuel y su madre Antonia Iglesias amaban la música y ese afecto se lo transmitieron intacto a sus hijos, todos músicos y músicos destacados cuyo primer escenario fue el comedor familiar donde a la hora de la sobremesa la guitarra y el canto copaban la parada.

Elba es hermana de Raúl Berón -para más de un tanguero, el mejor después de Gardel, y basta para ello escuchar sus grabaciones con Caló- del guitarrista Adolfo y de José. Con su hermana Rosita formarán un dúo dedicado a temas camperos, tangos, valsecitos y lo que pida el público. En 1943, la pareja debuta en la radio local y en 1946 llega a radio Belgrano, donde diez años antes habían lucido sus talentos sus hermanos Raúl y José, los mayores de la familia.

A partir de las actuaciones en Belgrano, las hermanas Berón se convierten en una marca registrada en lo suyo. La pareja de jovencitas actúa en locales y confiterías porteñas: La querencia, Goyescas, Mi refugio y, por supuesto, en radio Belgrano y radio El Mundo. El tango todavía no es lo suyo, pero está empezando a serlo. Por lo pronto Elba aprende a manejarse en el escenario, a relacionarse con el público e ir definiendo una identidad que años más tarde algunos compararán con la de la Negra Bozán y Tita Merello, comparaciones hechas tal vez con la mejor de las intenciones, pero algo arbitrarias, ya que la personalidad artística de Elba se habrá de definir desde muy joven sin necesidad de imitaciones.

Para 1956, su hermana Rosita se enamora y se casa con Roberto Resquin, entonces un conocido jugador de fútbol de San Lorenzo de Almagro que decide marcharse a Colombia como tantos jugadores de entonces seducidos por los generosos contratos de ese país. Elba pierde a su compañera de escenario, pero la soledad le permite depurar su oficio y afianzar su estilo, como si se estuviera preparando para el encuentro estelar con Troilo.

Después de esa experiencia con Pichuco, Elba se instala como solista. En 1970, graba un casete para el sello Magenta, acompañada por el cuarteto A puro tango, dirigido por Miguel Nijensohn. El casete se titula “Tangos reos” y allí se pueden apreciar temazos como ”Chorra”, “Qué vachaché”, “Pipistrela”, “Niño bien”, “Garufa”, “Mama, yo quiero un novio”. Como se podrá apreciar, la selección de tangos no traiciona el titulo del cassete y, mucho menos, el perfil de una mujer que solazaba y divertía al público con su voz, sus ocurrencias y su capacidad interpretativa.

Para 1977, está de vuelta con su hermana Rosita, recién llegada de Colombia. Juntas deciden abrir un local que se llamará La casa de las hermanas Berón, ubicado en pleno San Telmo. El director del espectáculo musical que se brinda los fines de semana es Paquito Berón, hijo de Elba, fiel al linaje y destino familiar. Casualmente, acompañada de su hijo, Elba se presenta más de una vez en “Sábados Circulares”, el programa de más rating de su tiempo, dirigido por el célebre Pipo Mancera.

En las temporadas de verano, los Berón marchan a Mar del Plata donde nunca faltan contratos y veladas musicales taquilleras. Después vino la propuesta de Tango argentino, a la que ya nos referimos, y en marzo de 1994, cuando a primer golpe de vista parecía que le quedaba y le sobraba resto en el carretel, su corazón tanguero dijo basta.