Preludio de tango

Armando Tagini

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Manuel Adet

Es un poeta con un puñado de tangos que le alcanzan y le sobran para estar por derecho propio en el ranking de los grandes. Lo curioso es que esos tangos los escribió siendo un joven veinteañero que entonces frecuentaba la bohemia nochera y la amistad de poetas y músicos con los que educó el oído y aprendió el arte de escribir bien.

Veintiún años tenía cuando escribió “Gloria”, con música de Humberto Canaro. Ya en aquellos años la prueba de fuego por la que atravesaba un letrista se llamaba Carlos Gardel. Si el Morocho grababa el poema del autor, su destino estaba asegurado. Pues bien, el 27 de agosto de 1927, Gardel graba “Gloria”, un tango que luego será interpretado por personajes como Nina Miranda y Julio Martel, por mencionar a los más conocidos.

Una de sus estrofas posee un ritmo que invita a tararearlo caminando por una calle cualquiera: “Viejito salú./ Podés espiantar,/ que mi juventud/ no es flor pa’tu ojal./ La gloria que vos/ a mí me ofrecés,/ guardala mejor/ para otra mujer./ Mi pibe no es/ bacán de bastón,/ pero has de saber,/ tiene corazón,/ y soy para él,/ pues yo bien lo sé:/ ¡no hay gloria mayor/ que la del amor!”. Primer poema conocido de Tagini que conquista al gran público con una trama en la que la mujer de la noche -a diferencia de tantos otros tangos- no cede a los requerimientos de un viejo millonario, sino que defiende el amor de su pibe “que no es bacán de bastón”. “Gloria” no es el nombre de la mujer, sino la consagración del amor.

Ese mismo año, Tagini escribe uno de esos tangazos que harán historia. Se llama “La gayola”, con música de Rafael Tuegols. Semejante tango, Gardel no lo iba a dejar pasar, y ese mismo año de 1927 lo graba, modificando algunas palabras del texto original, oficio que le encantaba practicar para inquietud de los poetas a quienes no les gusta que le toquen las letras. “La gayola” fue inmortalizada por Gardel, pero por si alguna duda quedaba al respecto, se sumaron luego las versiones, por ejemplo, de Edmundo Rivero, Alberto Podestá y Julio Sosa, de quien dice la leyenda que fue el ultimo tango que interpretó un par de horas antes de emprender el viaje definitivo por Avenida Libertador.

La primera estrofa de “La gayola” es de antología: “¡No te asustes ni me huyas!... No he venido pa’vengarme/ si mañana, justamente, ya me voy pa’no volver.../ He venido a despedirme y el gustazo quiero darme/ de mirarte frente a frente y en tus ojos contemplarme, (campanearme , dice Gardel)/ silenciosa, largamente, como me miraba ayer...”. El tema del hombre traicionado por la mujer es trillado en el tango -no sólo en el tango-, aunque en este caso, la traición que provoca el crimen y la cárcel, no impide que el hombre la siga queriendo y cuando haya recuperado la libertad, regrese para reconocerse en los ojos de ella. Esa expiación a través del amor es notable en el género: “Te lo juro estoy contento que la dicha a vos te sobre./ Voy al campo a laburarla pa’ juntar algunos cobres,/ pa’que no me falten flores cuando esté dentro el cajón”.

En 1928, en septiembre para ser más preciso, Gardel le graba a Tagini otro tangazo: “Mano cruel”, con música del contrabajista Carmelo Mutarelli. Hace poco escuché una grabación de Luis Cardei con una presentación en la que menciona a un vecino de la mítica calle Pepirí. “Fuiste la piba mimada/ de la calle Pepirí,/ la calle nunca olvidada/ donde yo te conocí.../ Y porque eras linda y buena,/ un muchacho medio loco/ te hizo reina del piropo/ en un verso muy fifí”.

“Mano cruel” es el tango de una calle y una nostalgia, la calle Pepirí, y la nostalgia de un tiempo perdido, ido para siempre, cuando ella antes de corromperse o ser corrompida era hermosa y buena. Al siguiente estribillo, Gardel le da ese ritmo que sólo él es capaz de dar: “Hoy ya no sos la linda piba que mimo,/ la muchachada de la calle Pepirí,/ aquella calle donde yo te conocí/ y donde un mozo soñador tanto te amó”. “Mano cruel” se puede disfrutar con las voces de Jorge Vidal, Alberto Marino o Roberto Chanel.

El 22 de octubre de 1928, Gardel grabó su tango más personal, más vanguardista y para muchos el más bello. Se trata de “Marioneta”, con música de Juan José Guichandut, el mismo que compondrá entre otros “Misa de once”, grabado también por Gardel en septiembre de 1929, “Perfume de mujer”, que Gardel grabó en 1927 previo una grabación de Agustín Irusta con Francisco Canaro y “Buey manso”, grabado en diciembre de 1930.

“Marioneta” anticipa lo mejor de Manzi, Contursi y Expósito. Un amigo que nunca dejó de llorar a un amor perdido lo cantaba cada vez que se ponía triste, y aseguraba que Tagini anticipó en ese poema su propia tragedia amorosa.

El tango evoca una casona colonial, un patio, una mujer de pollerita corta y bucles despeinados “contemplando absorta los títeres que hablaban inglés, ruso y francés”. Lo que parece ser una descripción costumbrista, de pronto se transforma en una metáfora. El paso de los años convierte un escenario familiar en una imagen con inusitados significados. “Los años de la infancia risueña ya pasaron/ camino del olvido; los títeres también./ Piropos y promesas tu oído acariciaron.../ te fuiste de tu casa, no se supo con quién.// Allá entre bastidores ridículo y mezquino,/ claudica el decorado sencillo de tu hogar./ Y tú, en el proscenio de un frívolo destino,/ sos frágil marioneta que baila sin cesar”. La versión de Floreal Ruiz es muy buena. Y la del joven Ariel Ardit da gusto escucharla.

En algunos de los mejores tangos de Tagini, hay un rasgo sociológico -por decirlo de alguna manera- distintivo. Dicho con palabras sencillas, el tema de la chica buena corrompida por las luces del centro. Es verdad que hay muchísimos tangos que aluden a lo mismo, pero Tagini lo hace con particular calidad. En “Mano cruel”, el Paraíso del pasado es la calle Pepirí; en “Misa de once” -recomiendo a Rubén Juárez-, el mito adquiere la forma de una ceremonia religiosa en la iglesia del barrio a la que ella va acompañada de su abuela. La misa en ese caso opera como un contraste con el presente “pecador”. En “Marioneta”, la niña de bucles y mirada soñadora se transforma por decisión propia en una marioneta que baila sin sentido. Hay otro poema de él, menos conocido, pero que insiste en la misma temática. Se llama “Piuma al vento”, escrito en 1929 con música de Eduardo Ponzio: “Golosina de viejos ricachos/ que a la cumbre ascendiste de un salto/ y del lóbrego barrio’e los tachos/ te mandaste a un chalet del asfalto”.

Armando José María Tagini nació en el barrio del Abasto, el 9 de junio de 1906. Su padre fue Francisco Tagini y su madre Josefa Oyarzábal. Perteneció a un linaje tanguero que incluyó la célebre “Casa Tagini”, una de las primeras importadoras argentina de fonógrafos, fonógrafos a los que Gardel recurrió más de una vez para grabar. Además de escribir, Tagini incursionó en el canto y se dio el lujo de debutar en la orquesta típica de Anselmo Aieta. En diciembre de 1933, se casó con Juana Bosco y sus hijos y nietos se mantuvieron leales a la tradición familiar. Claudio, su hijo, promocionó la enseñanza del tango para niños y en algún momento impulsó proyectos destinados a que el tango se enseñe en las escuelas. Sus nietos Vanina y Flavio cantan y escriben. Sus presentaciones en su momento fueron en el Café Tortoni y la Casa de Troilo. Además de giras en el país y Europa, Armando Tagini murió en Buenos Aires el 12 de julio de 1962.

“Marioneta” anticipa lo mejor de Manzi, Contursi y Expósito. Un amigo que nunca dejó de llorar a un amor perdido lo cantaba cada vez que se ponía triste, y aseguraba que Tagini anticipó en ese poema su propia tragedia amorosa.