editorial

  • La sangría económica del único país petrolero del orbe que no crece, y su continua pérdida de capital social e intelectual, desnudan un proceso de indetenible degradación.

El chavismo lo hizo

Después de quince años de revolución socialista del siglo XXI, los indicadores económicos y sociales de Venezuela se precipitan al vacío. La mayor inflación del mundo y el nulo crecimiento de la economía se corresponden con la mayor tasa de homicidios del planeta, la profunda división social y política, el abrumador desajuste cambiario, el crónico desabastecimiento y los crecientes números de la emigración de jóvenes desesperanzados, particularmente del sector universitario.

La sangría económica del único país petrolero del orbe que no crece y la continua pérdida de capital social e intelectual -cruda realidad presente y futura hipoteca en términos de competitividad nacional- desnudan ante los ojos del mundo un proceso de indetenible degradación en uno de los principales países petroleros del planeta; por añadidura, en un ciclo de buenos precios internacionales de los combustibles fósiles.

La retórica bolivariana, heredada por el actual presidente Nicolás Maduro, es incapaz de disimular el estrepitoso fracaso del proceso pretendidamente revolucionario. Las cifras están a la vista, al igual que la apabullante conflictividad social y el empobrecimiento general. Quizá por eso ha dejado de ser un espejo en el que se miren experiencias nacionales y populares de América del Sur, como Ecuador y Bolivia.

Correa, el presidente ecuatoriano, más allá de su inocultable autoritarismo, es un economista de sólida formación y un administrador eficiente; en tanto que Morales, por debajo de su gestualidad bolivariana, ha acomodado su relación con los EE.UU., persigue a las plantaciones de coca -de donde él proviene-, abre segmentos de sus recursos naturales a la participación del capital extranjero y consigue crédito internacional a tasas inferiores al cinco por ciento anual en dólares. Más al norte, en el Caribe, la mismísima Cuba está inmersa en un programa de cambios paulatinos en orden a la apertura de la economía. La isla que constituyó durante medio siglo el núcleo del modelo revolucionario, agobiada por los resultados prácticos de su ideario, inició un camino semejante al transitado en su momento por China en orden a la creación de zonas de actividad económica con márgenes de libertad ampliados. Allí está por ejemplo, el nuevo puerto próximo a La Habana financiado por Brasil con la mirada puesta en el comercio internacional. Y los comentarios en diarios europeos respecto de los proyectos de inversión preparados por distintas empresas para aprovechar la progresiva apertura económica del régimen de los Castro.

Lo notable es que mientras esto ocurre en países que han adscripto al marxismo como ideología matricial de su acción de gobierno, en la Argentina sectores de intelectuales kirchneristas como los que integran el panel de Carta Abierta abogan por una mayor intervención en la ya asfixiada economía nacional y promueven instrumentos de control de las actividades inspirados en los procedimientos del gobierno venezolano.

Carta Abierta, integrada por numerosos chavistas explícitos e implícitos, debería observar con mayor realismo la catastrófica situación del país y régimen que suele tomar como referencia; verdadero desastre que anticipa lo que podría ocurrir con la Argentina si el gobierno decidiera profundizar el avance en esa dirección.

Carta Abierta debería observar con mayor realismo la catastrófica situación del país y régimen que suele tomar como referencia.