editorial

  • Cinco diarios venezolanos debieron suspender sus ediciones impresas porque el gobierno restringe los dólares necesarios para importar papel.

Censura, con el estilo chavista

La tensión entre el poder político y la prensa representa un factor inevitable de la relación entre ambos sectores. De allí que los países más avanzados en materia de civismo, democracia y control republicano, cuenten con marcos legales que protegen el derecho a la libre circulación de la información.

Para evitar la crítica y las informaciones inconvenientes para el poder, los gobiernos de tinte autoritario apelan a todos los mecanismos a su alcance.

Durante los noventa, por ejemplo, el menemismo intentó atemorizar a medios y periodistas a través de una catarata de acciones judiciales proyectos de ley mordaza. El objetivo final apuntaba a generar un clima de temor generalizado que desembocara en la autocensura por parte de los comunicadores.

El kirchnerismo eligió otro camino para controlar el flujo de información y evitar las críticas. Por un lado, favoreció la compra de medios de comunicación que terminaron en manos de empresarios amigos del poder. Por otro, intentó asfixiar a los medios díscolos, restringiéndoles el acceso a la publicidad estatal y destinando enormes sumas de dinero para sostener a los medios que respondían al discurso oficial.

En Venezuela, el gobierno apela a recursos aún más directos para acallar la crítica: restringe a los periódicos la posibilidad de acceder al dólar. En consecuencia, a los medios escritos les resulta imposible importar el papel indispensable para publicar sus ediciones.

Tanto es así que, la semana pasada, cientos de periodistas salieron a las calles para reclamar al presidente Nicolás Maduro que liberara los dólares necesarios porque, de lo contrario, sus puestos de trabajo corren serio peligro de desaparecer.

Los comunicadores no parecen exagerar. De hecho, el diario El Nacional, uno de los más importantes del país, se vio obligado a reducir el número de sus páginas en un 40 por ciento en enero. Además, limitó la tirada de lunes a sábado -que era de 85.000 ejemplares aproximadamente-, y decidió mantener la circulación de los domingos, que es 240.000 ejemplares.

El diario El Impulso redujo su edición de cuatro cuerpos a sólo uno. El Correo del Caroní, pasó de imprimir 32 páginas a 8.

Según la información brindada por el Instituto Prensa y Sociedad, los otros diarios que debieron reducir el número de páginas son: La Nación, de Táchira (centro), que pasó de imprimir 36 folios a 16; y La Noticia y La Prensa, de Barinas (norte), que los redujeron de 28 a 20.

Pero estos no son los casos más graves, pues existen cinco diarios que ya debieron suspender su circulación impresa: El Diario de Sucre, Antorcha, El Sol de Maturín, El Guayanés y Notidiario.

Si esta asfixiante situación se sostiene a través del tiempo, los medios venezolanos calculan que alrededor de 30 mil puestos de trabajo podrían desaparecer. Pero al gobierno, poco parece importarle.

A principios de la pasada semana, Nicolás Maduro dijo que no le importaba ser llamado “dictador”, si eso implica censurar a la prensa crítica de “la revolución”. Lo dijo públicamente y sin tapujos, mientras anunciaba un plan para pacificar a una Venezuela que sigue batiendo récords de criminalidad y muerte.

De esta manera piensa Maduro, el heredero de la Revolución Socialista del Siglo XXI, el mismo proceso político que algunos funcionarios argentinos encumbrados en el poder observan con admiración y toman de modelo respecto del hostigamiento a la prensa crítica.

Nicolás Maduro dijo que no le importa ser llamado “dictador”, si eso implica censurar a la prensa crítica de “la revolución”.