ALAIN RESNAIS

Filmar para no olvidar

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Juan Ignacio Novak

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La obra del francés Alain Resnais, fallecido días atrás a los 91 años, posee una coherencia temática y estilística, que lo erige como uno de los grandes cineastas del siglo XX. No sólo fue un artista esencial de la nouvelle vague, sino que al mismo tiempo elaboró reflexiones fascinantes y profundas sobre la muerte, el deseo, la culpa, la nostalgia, la identidad y la estructura del pensamiento. Y la memoria: en muchas de sus películas se plasma el carácter escurridizo y efímero de los recuerdos y como éstos resultan determinantes.

En retrospectiva, su nombre y lo mejor de su producción están ligados a ese grupo de realizadores que en el ocaso de los años 50 y en un clima de creciente efervescencia, iniciaron la renovación del cine galo. Pero antes de que Francois Truffautt dirigiera “Los 400 golpes” (1959) y Jean Luc Goddard, “Sin aliento” (1960) ya Resnais había despuntado como artista de excepción en el cortometraje “Noche y niebla” (1955), donde documentó el horror de los campos de concentración nazis, para que las generaciones venideras adquirieran real conciencia de que tal barbaridad existió.

Luego, moldeó una pieza clave dentro de la nouvelle vague con guión de Marguerite Duras: “Hiroshima, mon amour” (1959), donde exhibe a través de la relación entre una francesa y un japonés (con la Segunda Guerra Mundial como telón de fondo) una intensa reflexión sobre la memoria, el olvido, los recuerdos y como éstos inciden en la construcción de la identidad. A ésta siguió la compleja “El año pasado en Marienbad” (1961), donde están presentes otra vez el paso del tiempo y la imaginación. En las décadas siguientes, profundizó su mirada con trabajos como “Providence” (1977) o “Mi tío de América” (1980) entre otras.

El último trabajo de Resnais fue “Aimer, boire et chanter”. Muchos coinciden en que allí están presentes muchas huellas, reminiscencias de las temáticas que abordó en varios tramos de su espléndida filmografía. Canto de cisne de un director irrepetible, el filme alcanzó notable recepción y obtuvo los premios Fipresci y Alfred Bauer. Pero el mérito más grande de Resnais es la vigencia que se advierte en sus películas, por la simple razón de que constituyen un examen sobre problemáticas que trascienden el paso del tiempo. Y son parte inescindible de la naturaleza humana.

Resnais despuntó como artista de excepción en el cortometraje “Noche y niebla” (1955), donde documentó el horror de los campos de concentración nazis, para que las generaciones venideras adquirieran real conciencia de que tal barbaridad existió.