Mirando a 2015

El heredero

Ortodoxia servida con relato para evitar el desmadre inflacionario o tener a quién echarle la culpa. Y fuerza propia, para sabotear desde el llano.

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Sergio Serrichio

[email protected]/ Twitter: @sergioserrichio

Pago de tres laudos por 500 millones de dólares en el Ciadi (tribunal arbitral del Banco Mundial), propuesta de pago al Club de París, brusca elevación de las tasas de interés, hasta hacer de la actual gestión del Banco Central la más monetarista desde el retorno de la democracia, incipiente sinceramiento estadístico, monitoreado por el FMI, fuerte devaluación del peso, arreglo con Repsol por la expropiación de YPF mediante la emisión de entre 5.000 y 6.000 millones de dólares en bonos y comprometiendo un flujo de pagos de casi 11.000 millones, tarifazos por venir e intento de poner topes inferiores a la inflación a los aumentos salariales en las rondas paritarias, como ya se hizo con las jubilaciones y se está haciendo con los docentes.

Salvo un plan de reducción del gasto público, no hay prácticamente nada que el gobierno esté haciendo que no sea un ajuste ortodoxo de la economía, cuyo evidente propósito es reabrir el acceso al crédito internacional y evitar que la inflación se desmadre y haga añicos lo que queda del crisnerismo.

Puesta en escena

Pero este ajuste, que ya llevó la desaceleración iniciada a fines de 2013 a suave recesión y la hará recesión pura y dura a medida que pasen los meses, se hace sin renunciar al inverosímil relato, la farsa de los precios cuidados, la alcahuetería de la claque de propaganda y los escraches fascistas de “orgas” paraestatales como Quebracho.

Ergo, el efecto “curativo” de la ortodoxia oficial será, en el mejor de los casos, limitado. Además, no hay que subestimar las dificultades prácticas y políticas del programa en marcha. “No los quiero ver salir a protestar cuando paguen lo que corresponda”, dijo con aire castigador el ministro de Economía Axel Kicillof al referirse al efecto que el retiro de subsidios tendrá sobre las facturas de gas y electricidad para lograr, dijo, la “equidad tarifaria”.

Pero fue el propio gobierno el que edificó y sostuvo ese sistema y el que debe asumir los costos de desarmarlo. La consultora Abeceb.com calculó, por ejemplo, que la eliminación de los subsidios en Capital Federal y Gran Buenos Aires llevaría la factura eléctrica promedio, por bimestre, de 66 a 550 pesos, un aumento del 733 por ciento. Aunque el “sinceramiento” sea parcial y en cuotas, el dolor de bolsillo será inmenso y alcanzará a gruesos sectores de clase media, muchos de ellos todavía consumidores del relato.

Nudo dramático

Siete años de falseamiento ininterrumpido de los índices de precios, que subestimaron la inflación, exageraron el crecimiento y maquillaron groseramente los indicadores socioeconómicos, hicieron que la Argentina se despegara, en 2007, de la evolución de las demás economías sudamericanas. Desde entonces, no sólo la inflación, sino también el riesgo-país, las exportaciones, el nivel de reservas y de inversión extranjera productiva divergieron cada vez más de los de nuestros vecinos.

En el año 2000, por caso, la Argentina generaba 31% de las exportaciones del Mercosur, proporción que pasó a 28% en 2003 y a 24% en 2013. En 2008, primer año completo de gobierno de Cristina Fernández de Kirchner (CFK), la Argentina era el tercer país de América Latina por volumen de reservas internacionales, detrás de Brasil y México. Hoy es el sexto, tras haber sido rebasado por Colombia, Perú y Chile. Aquel año, las reservas argentina equivalían a 23% de las brasileñas, hoy rondan el 5 por ciento.

La retórica ajada de la “juventud maravillosa” vuelve como farsa en los discursos sobre los poderes concentrados, monopolios, oligopolios, formadores de precios, designios imperiales y toda suerte de fuerzas oscuras supuestamente confabuladas para arruinar la “década ganada”.

Ninguna fuerza externa se dedicó a “castigar” a la Argentina, como insiste en sus discursos la presidente. Fueron sus políticas flagelatorias y una sociedad demasiado tolerante a la corrupción y la mentira.

La novedad es que al envilecimiento de la moneda se suma ahora un renovado intento de envilecer a la juventud, principal objetivo de la propaganda oficialista y del lanzamiento a la vidriera pública del “sucesor natural” del kirchnerismo: Máximo Kirchner.

“Nuestro trabajo es a largo plazo (...) hoy parece que el peronismo es lo que abarca todo, pero hay que ver qué piensan los pibes, si se sienten tan representados de esa manera (...). Los veo muy de ir con lo propio. Están muy decididos (...) Nos dicen soberbios. ¿Por qué soberbios? (...) ¿Qué sería lo democrático? ¿Que el que sacó el 16 por ciento le diga lo que tiene que hacer al que sacó el 54? (...). Nosotros seguimos. La Cámpora no es ni dogmática ni pragmática en exceso. Esa permeabilidad nos permite seguir ampliando bases. Hay políticas fuertes, como la de derechos humanos, o el desendeudamiento, que son esenciales, constitutivas, como la conducción de Cristina (...)”.

Entre bambalinas

El mensaje del vástago de Néstor y Cristina, en los supuestos diálogos con Sandra Russo que pronto se conocerán como libro bajo el título “Fuerza propia”, es claro: el kirchnerismo no admite herencia no sanguínea, mensaje que además- hace virtud de la imposibilidad de ganar con ese nombre las próximas elecciones presidenciales y se desentiende de las riñas sucesorias del peronismo.

El plan, entonces, es llegar a 2015 sin hiperinflación (de ahí la ortodoxia disfrazada de chamuyo épico), con las espaldas cubiertas, negociando la impunidad de la corrupción y, de última, blandiendo la amenaza de la fuerza propia, la rabia de Cristina.

“Nosotros a los pibes no les vamos a decir que no se puede. Los pibes ya se despertaron. Esa porción de la Argentina, después de 2015, va a seguir exigiendo”, dice Máximo, heredero y a la vez albacea de la fortuna de la familia presidencial. La política, y también la que se cuenta en billetes.

La novedad es que al envilecimiento de la moneda se suma ahora un renovado intento de envilecer a la juventud, principal objetivo de la propaganda oficialista y del lanzamiento a la vidriera pública del “sucesor natural”.

 

Salvo un plan de reducción del gasto público, no hay prácticamente nada que el gobierno esté haciendo que no sea un ajuste ortodoxo de la economía.