editorial

Bachelet y el desafío del segundo turno

  • Concluyeron los agasajos, las celebraciones y los festejos, y ahora Michelle Bachelet, deberá asumir los desafíos, riesgos e incertidumbres que plantea la compleja tarea de gobernar.

Concluyeron los agasajos, las celebraciones y los festejos, y de aquí en adelante, la presidente de Chile, Michelle Bachelet, deberá dedicarse a asumir los desafíos, los riesgos y las incertidumbres que plantea la compleja tarea de gobernar. Dispone de una apreciable mayoría política y de los beneficios de un sistema y una cultura republicana ejemplar, pero al mismo tiempo sabe que los controles de la oposición serán estrictos.

En efecto, mientras el ex presidente Sebastián Piñera se puso a disposición de la flamante mandataria, en un gesto que los argentinos hace tiempo hemos olvidado, los principales líderes de la oposición ya dieron a conocer los puntos de desacuerdo con la gestión que se inicia. Por lo pronto, no comparten la iniciativa de Bachelet de aumentar los impuestos para afrontar las exigencias en materia de salud y educación. Los argumentos de la derecha son los clásicos en estos temas: aumentar los impuestos a los ricos termina produciendo resultados opuestos a los declarados, porque el freno a la economía provoca, como consecuencias no deseadas, caídas en la productividad y el empleo.

La izquierda, por supuesto, no piensa lo mismo. Por el contrario, sigue considerando que la insaciable codicia de los propietarios impide que se puedan desarrollar políticas sociales para los sectores más desprotegidos. Por lo pronto, lo cierto es que Chile en las últimas décadas ha crecido a tasas muy buenas, su experiencia económica ha sido ponderada por académicos y políticos, y no faltó quien lo comparase con Corea del Sur o algunos de los llamados tigres asiáticos.

Efectivamente, el crecimiento es real, como también lo son los altos niveles de empleo. Desde los tiempos de Pinochet, pasando por los gobiernos de la Concertación y el de la propia derecha, el modo de producción se mantuvo en sus líneas fundamentales. Puede que la izquierda haya demostrado más de sensibilidad por la cuestión social, mientras que la derecha puso el énfasis en el crecimiento económico, pero las líneas decisivas del modelo económico no fueron alteradas.

El problema es que el crecimiento y el empleo produjeron niveles de desigualdad considerados por los expertos como los más altos o los más injustos de América Latina. Puede que esta afirmación sea controvertida, pero lo cierto es que los beneficios del actual modelo chileno incluyen al treinta y cinco por ciento de la población, mientras que un sesenta y cinco por ciento está afuera o en las orillas.

Las movilizaciones estudiantiles, que se iniciaron durante la primera gestión de Bachelet y continuaron durante la presidencia de Piñera, dan cuenta de los reclamos generacionales de quienes exigen disponer del derecho a educarse sin pagar por ello cifras exorbitantes. Las demandas son justas, pero las soluciones no son tan sencillas. En todos los casos, Bachelet deberá disponer de una mayoría política y social que hoy no tiene, porque a los bloqueos del Parlamento se les suma la reticencia de una sociedad en la que más de la mitad de los ciudadanos no votaron en los comicios que la depositaron en el sillón del poder.

El problema es que el crecimiento y el empleo produjeron niveles de desigualdad considerados por los expertos como los más altos o los más injustos de América Latina.