llegan cartas

Las motos y la vida

RICARDO BUSTOS

DNI 7.788.556

En estos tiempos, el conjunto de comportamientos exhibidos por el ser humano, influenciado por la cultura, las actitudes, las emociones o el exceso de confianza en sí mismo, denota una falta de apego a la vida que asombra. Aquí la noticia cruel, textual, nos muestra que las pruebas son irrefutables y para muestra basta un “botón”: “Un bebé de tres meses sufrió un traumatismo encefalocraneano y desfiguración de rostro, luego de caer pesadamente de la moto en la que se movilizaban sus padres. El accidente ocurrió cuando una familia que reside en un barrio un tanto alejado del centro de Tartagal, Salta, se trasladaba en una motocicleta. La mujer iba en la parte trasera del rodado y llevaba en sus brazos, como lamentablemente suele ser habitual, a su hijo de tres meses. Cuando circulaban por la Ruta Nacional 34, la manta con la que la mujer cubría al bebé se enganchó con una de las ruedas del vehículo y el niño fue prácticamente arrancado de los brazos de su madre y cayó pesadamente de cara sobre la cinta asfáltica”.

Esta noticia la podemos trasladar a nuestra ciudad sin temor a equivocarnos y agregando como sustento a la información un cúmulo de faltas graves que cometen los ciudadanos que se conducen en motocicletas.

El rodado que de fábrica viene sólo para dos personas, para muchos se convierte en un ómnibus de larga distancia, en donde además de trasladar a papá, mamá, dos o tres niños, las bolsas del supermercado y algún elemento más, ya que queda de paso para ir a casa, demuestra el desinterés de los protagonistas por cuidarse y cuidar a lo más preciado que es su familia.

Primero llegamos a la motocicleta por economía y rapidez, creyendo que ir a un sitio en menos tiempo significa ir más ligero y la verdad es que si se cumplen las normas de tránsito, ello no es posible pues todos debemos ir a la misma velocidad y por las mismas manos de circulación. No debemos confundir el comportamiento humano con el comportamiento social, sabiendo que con el primero, soy directamente culpable de mis actos y el segundo me hace compartir errores por imitar al que burla los códigos de respeto hacia el semejante.