editorial

Adolfo Suárez, forjador de la transición española

  • Después de cuarenta años de una feroz dictadura, fue elegido como primer presidente del gobierno español por el voto popular. Desde ese lugar, apoyó los principios de una democracia ejemplar.

Adolfo Suárez murió este fin de semana, a los 81 años de edad, aunque en realidad desde hacía por lo menos diez años el Alzheimer lo había sumergido en una profunda e irreversible oscuridad. A Gregorio Marañón se le atribuye haber dicho que un hombre necesita soportar una dolorosa desgracia para que se le reconozcan sus méritos. El principio vale para Suárez, el forjador de la transición política de la dictadura a la democracia en España y el primer presidente elegido por el voto popular luego de casi cuarenta años de dictadura.

Hoy toda España despide al político moderado, el operador sagaz, el forjador de entendimientos políticos y el artífice de la transición. Políticos de derecha e izquierda, empresarios, sindicalistas e intelectuales le rinden homenaje a quien supo afrontar con maestría los desafíos de su tiempo. Los mismos que en su momento lo hostigaron, los que lo consideraban un retoño del franquismo y los que le imputaban haberse entregado a la izquierda, ahora admiten su talento y la estatura de sus ideales.

Adolfo Suárez, en efecto, fue un joven y prolijo funcionario del franquismo. Para completar la semblanza, habría que decir que su pertenencia al franquismo se despliega en los años en que el régimen empieza lentamente a liberalizarse, sobre todo en el área económica y en algunos aspectos de la política.

La muerte de Franco, en noviembre de 1975, precipitó los acontecimientos. España estaba preparada por razones internas y externas para asumir los beneficios de la democracia. Como dijera el propio Franco en una de sus últimas entrevistas: “Le dejo a España algo que yo no tuve cuando inicié mi gobierno: una poderosa clase media”. En ese contexto social y político, el camino de la democracia estaba abierto, pero su recorrido no iba a ser tan sencillo.

La transición reclamó, de todos, flexibilidad, capacidad para negociar acuerdos y deponer para siempre las rivalidades de la guerra civil. Juntar a socialistas y comunistas con monárquicos, conservadores y ex falangistas no fue tarea sencilla. El esfuerzo sin lugar a dudas fue de toda la clase dirigente, pero en ese nivel la figura de Adolfo Suárez fue descollante.

Se sabe que los procesos históricos intensos y complejos suelen devorar a sus propios protagonistas. En una entrevista acordada al diario ABC, casi al final de su último mandato, un Suárez desencantado y algo depresivo consideraba que para esa fecha -1980- él era el político más desprestigiado de España. En efecto, todos parecían tener cuentas pendientes con él, incluso los periodistas que en esos años disfrutaron de una libertad de prensa hasta entonces desconocida. Las críticas entonces parecían tapar los logros políticos e institucionales.

Cuando se retira de la vida pública no son pocos los que estiman que ya es un cadáver político. Sin embargo, la historia lo absolvió y lo absolvió en serio. Ya para mediados de la década del noventa era considerado un prócer. Todos los reconocimientos les fueron otorgados. Sus adversarios y enemigos admitieron, a veces a regañadientes, que su labor política fue necesaria y excepcional.

“España despide al político moderado, el operador sagaz, el forjador de entendimientos políticos y el artífice de la transición”.