Semana Santa a través de El Greco

2014 es el año de El Greco. En el cuarto centenario de la muerte de este genial pintor, un recorrido por las escenas de la pasión y resurrección de Jesucristo a través de sus cuadros.

TEXTO. PURIFICACIÓN LEÓN. FOTOS. EFE REPORTAJES.

 

Pintor de lo visible y lo invisible, hoy su obra goza de un gran reconocimiento, aunque no siempre fue así. Tras su muerte, siglos de olvido sepultaron su trabajo y no fue hasta finales del siglo XIX cuando se redescubrió a este artista originario de Creta. Doménico Theotocópuli, conocido por el sobrenombre de El Greco, nació en Candía (Creta) en 1541. Hasta 1567, trabajó en Creta como pintor de iconos. Desde allí viajó a Venecia, ciudad en la que residió durante tres años y donde conoció a grandes maestros como Tiziano.

Tras un viaje de estudios por Italia (Padua, Vicenza, Verona, Parma y Florencia), en 1570 se instaló en Roma, donde vivió en contacto con el círculo intelectual del cardenal Alessandro Farnese.

IMÁGENES RELIGIOSAS

En 1576, el pintor se trasladó a Madrid, donde recibió encargos del rey Felipe II, que en aquella época vivía muy pendiente del desarrollo de las obras del monasterio de El Escorial. Entre otros cuadros, el cretense pintó para el rey español “El martirio de San Mauricio”, una obra que no fue del agrado del monarca.

Tras su breve paso por la actual capital de España, en 1577 El Greco se establece en Toledo, donde vivirá su periodo más prolífico como artista. Su taller en la ciudad tuvo una gran actividad debido a la considerable cantidad de encargos que recibía, muchos de ellos de temática religiosa.

“El Greco creó con sus pinceles un nuevo mundo de imágenes religiosas y una revolucionaria forma de tratar y mostrar a los individuos divinos o terrenales, de tal fuerza que hoy podemos fácilmente reconocerlo como propio”, señala Fernando Marías, comisario de la exposición “El griego de Toledo”.

Uno de los primeros cuadros que El Greco pintó allí fue “El expolio de Cristo”, que permanece en la sacristía de la catedral de la ciudad. El cuadro representa el momento en el que Jesucristo va a ser despojado de sus ropajes antes de su crucifixión.

“No se suele pintar nunca el momento en que Cristo es expoliado de sus vestiduras para ser crucificado”, comenta Rafael Alonso, especialista del Museo del Prado de Madrid, encargado de la restauración de esta obra del maestro cretense.

El especialista subraya que este cuadro muestra referencias de todo el aprendizaje del pintor. “Por un lado tenemos la herencia bizantina, en cuanto a que todas las figuras están superpuestas unas a otras. Todo lo que está detrás de Cristo es como un torbellino, es toda la muchedumbre que va a acosar al hijo de Dios”, describe.

“Sin embargo, el color es totalmente veneciano. Recuerda a Tiziano, a Veronés y a Tintoretto, que es, bajo mi opinión, a quien más se le parece, por la forma de trabajar”, apunta.

EL CRISTO CRUCIFICADO

“Verónica con la santa faz” es otro de los cuadros que narran escenas de la pasión de Cristo. El Greco lo pintó durante sus primeros años en la ciudad castellana y en él se ve a la Verónica sobre un fondo oscuro, sujetando entre sus manos el paño con el rostro de Cristo. Según la tradición cristiana, Verónica, al ver pasar a Jesús cargado con la cruz camino del monte Calvario, le ofreció su velo para que se limpiara del rostro la sangre, el sudor y los salivazos recibidos y, en ese trozo de tela, el rostro de Cristo quedó impreso.

“Cristo abrazado a la cruz” es un tema que El Greco pintó en numerosas ocasiones, lo que refleja que tuvo una buena acogida entre su clientela. En estos cuadros, Jesús aparece de pie, vestido con una túnica roja, color que simboliza el martirio, y coronado con espinas.

Sobre su cabeza podemos contemplar el nimbo romboidal, de clara inspiración bizantina.

Del taller del artista cretense también salieron un buen número de imágenes de Cristo crucificado. Muestra de ello son, por ejemplo, “La crucifixión”, hoy propiedad del Rijksmuseum de Ámsterdam; “Cristo en la cruz”, del National Museum of Western Art de Tokio; o el cuadro “Cristo crucificado con dos donantes”, del Museo del Louvre de París.

El Greco pintó, asimismo,”La resurrección de Cristo”. En esta obra, Jesús porta una banderola, símbolo del triunfo sobre la muerte, y viste un manto de color púrpura, el color litúrgico del sacrificio y del martirio. Sobre su cabeza vemos, una vez más, el nimbo romboidal de tradición bizantina.

“La resurrección de Cristo con San Ildefonso” es una de las obras del genial pintor que se pueden contemplar en el convento de Santo Domingo el Antiguo de Toledo. Este convento, la sacristía de la catedral de Toledo, la capilla de San José, la iglesia de Santo Tomé y el hospital Tavera son los denominados “espacios Greco”: conservan los lienzos originales, es decir, en el mismo lugar para el que fueron pintados.

“El ‘griego de Toledo’, como se le conoció en su tiempo, fue ese inmigrante que nunca llegó a dominar nuestra lengua, firmó siempre en caracteres griegos y mantuvo el apodo de su nacionalidad de origen, llegando a ser el más universal toledano de todos los tiempos y un verdadero icono de la identidad de nuestra ciudad”, destaca Gregorio Marañón, presidente de la Fundación El Greco 2014.

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Uno de los primeros cuadros que el Greco pintó en Toledo fue “El expolio de Cristo”, que permanece en la sacristía de la catedral de la ciudad.

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“Cristo en la Cruz”, realizado por El Greco entre 1600 y 1610.

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HOMENAJE

El museo de Santa Cruz es la sede principal de la muestra “El griego de Toledo”, la mayor exposición de la obra del pintor cretense. Gran parte de los cuadros provienen de 29 ciudades del mundo, como París, Nueva York, Washington o Florencia.

La exposición podrá visitarse hasta el 14 de junio y permanece abierta todos los días de 10 a 20. Fuera de los museos, Toledo también se ha vestido de El Greco para rendir homenaje al artista.