La vuelta al mundo

García Márquez: entre el periodismo y la literatura

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"Cien años de soledad": Gabriel García Márquez firmando ejemplares de la edición especial de su obra en Cartagena, donde inauguró el IV Congreso Internacional de la Lengua en marzo de 2007. Foto: efe

 

por Rogelio Alaniz

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Para Gabriel García Márquez, el periodismo fue algo más que una manera de ganarse la vida, un trabajo liviano que le permitía dedicarse de lleno a su oficio de escritor. El hombre que calificó al periodismo como el mejor oficio del mundo, mantenía con él una relación íntima, constitutiva de su oficio de escritor, al punto que sería impensable escribir su biografía omitiendo su condición de periodista. Si escribir es trabajar con las palabras, jugar con el orden y el ritmo de las frases y esforzarse para que ellas representen a la realidad en sus matices más íntimos, García Márquez fue, en ese sentido, el clásico escritor formado en las redacciones de los diarios.

Algunas consideraciones, sin embargo, son necesarias. No comparto la opinión de quienes sostienen que entre la ficción y la no ficción no hay diferencias significativas. Se me ocurre que el cuento más pobre de García Márquez es superior a su crónica más elaborada, pero sí creo que un periodista responsable y preocupado por la escritura aprende en el oficio de todos los días a trajinar con las palabras, a elaborar imágenes y metáforas, a construir párrafos sugestivos capaces de interesar al lector. Todo eso junto, todavía no es literatura, pero no hay literatura sin estos insumos del oficio, insumos que el periodismo otorga si el periodista está realmente preocupado por ser algo más que el empleado de un diario.

El periodismo no es el único camino para iniciarse en la literatura, pero ha sido el distintivo de escritores cuya obra artística ha estado influida o marcada por él. Pienso en Ernest Hemingway, Graham Greene, George Orwell, Juan Carlos Onetti, Benito Pérez Galdós y el propio Vargas Llosa. En nuestro país, esa marca distintiva está presente en Roberto Arlt y sus clásicas aguafuertes o en Tomás Eloy Martínez, un escritor en el que el periodismo fue el antecedente directo de la buena literatura.

Alguna vez escuché decir que a la hora de hacer literatura un escritor debe olvidarse que alguna vez trabajó de periodista. Al consejo, como todo consejo, hay que tomarlo con pinzas, sobre todo si previamente no nos hemos puesto de acuerdo sobre lo que es el periodismo. Hemingway -por ejemplo- sostenía que el periodismo era un buen punto de partida para un escritor a condición de que luego se olvidara de él. ¿Exageraba? Un poco. García Márquez no habría avalado esa opinión. Por lo menos no la habría avalado en su totalidad. Para él, el periodismo, los recursos estilísticos del periodista estuvieron siempre presentes en su obra literaria. Conquistar al lector con la primera frase, percibir el detalle, establecer la diferencia entre escribir “llegaron cien elefantes” o “llegaron noventa y nueve elefantes y uno chiquitito que estaba algo perdido”; diferenciar lo que es una crónica larga de una alargada, son recursos valiosísimos para un escritor.

Salvo Fernando Vallejo, todos los escritores ponderan el inicio de “Cien años de soledad”: “Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía habría de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. El vaivén de la frase, ese replegarse en el pasado, ir al futuro y retornar al pasado, ese balanceo maravilloso, es un recurso que García Márquez emplea en sus crónicas, un recurso que posiblemente aprendió escribiendo para los diarios. Está claro que la buena literatura no se hace solamente con buenos recursos estilísticos o con frases más o menos ingeniosas o sugestivas, pero no hay buena literatura ni hay escritor sin el dominio de estos recursos.

Después están las diferencias. Una novela, un cuento, un poema, incluyen la tragedia, el drama, interrogantes a veces sin respuestas sobre la condición humana, propiedades que no están presentes en la crónica periodística por más bien escrita que esté. Esta diferencia entre periodismo y literatura es insalvable y es inútil intentar disimularla. Es inútil y es también demagógico intentar borrar las fronteras entre un género y el otro, fronteras cuyos límites a veces pueden ser difusos pero insalvables en lo fundamental. Que ello sea así no excluye la exigencia del periodista para que cultive y pula su oficio, que trabaje su estilo, que -cito otra vez a García Márquez- nunca olvida que la mejor noticia no es la que se da primero, sino la que se escribe mejor. No todo periodista necesariamente será un creador de ficciones, tampoco tiene la obligación de serlo, pero está claro que el escritor que domina su oficio, está capacitado para ingresar a la literatura por la puerta grande de la literatura.

García Márquez es un ejemplo de esa relación entre periodista y creador de ficciones. No tenía veinte años y ya había empezado a escribir sus primeras notas en El Universal de Cartagena. Para entonces ya había borroneado sus primeros cuentos, pero él mismo dice que el proceso de aprendizaje de la escritura para él fue simultáneo.

Quienes se han preocupado por estudiar la prosa periodística de García Márquez, registran el crecimiento de sus dotes de escritor. Crónicas más elaboradas, puntuación precisa, frases cuya complejidad se expresan a través de una aparente simplificación, manejo simultáneo de los puntos de vista, empleo deliberado de los adjetivos, preocupación por la sonoridad de la frase, desconfianza y recelo a las palabras largas y, particularmente, a los adverbios.

Después de su paso por El Universal de Cartagena y El Heraldo de Barranquilla, García Márquez fue convocado por Guillermo Cano para trabajar en El Espectador de Bogotá. Allí, se transforma en poco tiempo en el periodista estrella del diario. Sus crónicas sobre vida cotidiana, política o cine son devoradas por los lectores. Es en ese período cuando escribe “Relato de un náufrago”, un reportaje que se publica en catorce números y que logra la hazaña de duplicar las ventas del diario. Se trata del naufragio de Alejando Luis Velasco, quien viaja desde Mobile hasta Cartagena en el destructor Caldas de la Marina de Guerra de Colombia. Una maniobra brusca del barco y Velasco, junto con ocho de sus compañeros, cae al mar, pero logra sobrevivir durante diez días. Esta “hazaña”, que en su momento había sido tratada por otros diarios, es la que decide escribir García Márquez. El texto o los textos están escritos en primera persona y el autor se vale de todos los recursos de la literatura no para eludir la realidad, sino para hacerla más vigorosa, más amplia y, sobre todo, más compleja. Es en esas crónicas donde se revela que el barco del Estado traía contrabando y que violaba todas las normas escritas y no escritas de Colombia.

García Márquez nunca renegó de su oficio de periodista y cada vez que pudo lo honró y le otorgó jerarquía. Su “debilidad” por el periodismo no excluía severas exigencias. Sus ironías y burlas al facilismo, los lugares comunes, eran célebres y temibles. Entrevistarlo era un desafío por partida doble: porque no era sencillo llegar a él y porque iniciada la entrevista era capaz del desplante más ruidoso con el periodista que no se había documentado como corresponde, o que no sabía preguntar, o que se revelaba como un esclavo del grabador, un aparato que odiaba sin atenuantes. Asimismo, si descubría talento, calidad, ingenio, podía ser afectivo y generoso hasta el exceso.

Siempre consideró que el periodismo era una versión noble de la buena literatura. No estoy de acuerdo, pero mi opinión en este caso no interesa. Sí, importa saber que como en tantos otros aspectos de su vida, el hombre defendió sus creencias con pasión y ni los reconocimientos, homenajes y halagos -con el Premio Nobel incluido- lo cambiaron o lo hicieron dudar acerca de lo que para él era una verdad sin atenuantes: el periodismo es el mejor oficio del mundo.

Los reconocimientos, homenajes y halagos -con el Premio Nobel incluido- no lo cambiaron ni lo hicieron dudar acerca de lo que para él era una verdad sin atenuantes: el periodismo es el mejor oficio del mundo.