editorial

  • Los casos de violencia desenfrenada entre menores, adolescentes, jóvenes o adultos se multiplican por causas aparentemente irrelevantes.

Violencia sin sentido

En la ciudad de Junín, provincia de Buenos Aires, nadie sale de su asombro. Este domingo, una adolescente de apenas 17 años murió en el hospital luego de haber sido brutalmente golpeada 72 horas antes por tres compañeras de escuela.

El jueves último, luego de clases, se encontraba con una amiga, cuando las agresoras comenzaron a golpearla. Primero fueron puñetazos, siguieron las patadas y luego remataron el ataque utilizando elementos contundentes.

La adolescente regresó a su casa. Se acostó a dormir, pero pronto comenzó a descomponerse, hasta perder el conocimiento debido a un coágulo en el cerebro. Los médicos no pudieron evitar el deceso.

Los vecinos de Junín no terminan de comprender qué fue lo que sucedió. La jueza que investiga el caso declaró que no existen razones aparentes que derivaran en esta locura: “No hay motivos claros que expliquen la agresión. Pudo haber sido por linda o porque iba mejor vestida que otras. Es cotidiano que los fines de semana los adolescentes y adultos se enfrenten a la salida de boliches y en la calle. Las peleas llegan a un extremo que nunca hemos visto”.

Las agresoras están detenidas y serán juzgadas por el delito de homicidio calificado, agravado por premeditación. La mayor tiene 29 años. Actuó junto a su hermana, de 22 años, y una menor de 16 años. Todas asisten a la misma escuela nocturna.

Este tipo de situaciones no son aisladas. De hecho, se repiten cada vez con mayor frecuencia. Se trata de menores, adolescentes, jóvenes o adultos que desatan un nivel desenfrenado de violencia sin causas aparentes. Puede ocurrir en una escuela, a la salida de un boliche bailable, en el tránsito callejero o en una cancha de fútbol.

Difícilmente, las políticas de seguridad puedan prevenir este tipo de situaciones. La violencia desenfrenada puede desatarse en cualquier lugar, y en cualquier momento.

Tampoco parecen existir demasiadas diferencias en cuanto a estratos sociales. Desde el Observatorio Latinoamericano de la Violencia Escolar de la República Argentina, por ejemplo, se reconoce que en los últimos años, la violencia en las escuelas se fue extendiendo y profundizando. Las burlas y las bromas suelen pasar cada vez con mayor frecuencia a las agresiones físicas o psicológicas, en algunos casos con graves consecuencias.

El fenómeno, incluso, suele darse con mayor frecuencia en escuelas privadas, de clase media o media-alta, que en escuelas públicas, cuyos alumnos provienen de sectores más humildes.

Las mujeres -sobre todo jóvenes- aparecen cada vez con mayor frecuencia entre las protagonistas de estos ataques desenfrenados. En los últimos meses, los canales de televisión mostraron distintos episodios registrados por cámaras de seguridad instaladas en el Gran Buenos Aires, en los que se pudo observar a grupos de adolescentes atacando de manera despiadada a víctimas desvalidas.

La violencia no es nueva en la Argentina. Y en este contexto histórico, seguramente los años setenta fueron la expresión más cabal de una sociedad minada por el odio y las divisiones. Sin embargo, en aquellas épocas se sabía cuáles eran los motivos que provocaban tales enfrentamientos. En cambio, actualmente los casos de violencia desenfrenada se multiplican por causas aparentemente irrelevantes.

Nadie parece estar exento de convertirse en víctima. Y cada día resulta más difícil determinar quién puede convertirse en el próximo victimario.

Nadie parece estar exento de convertirse en víctima. Y cada día resulta más difícil determinar quién puede convertirse en el próximo victimario.