De domingo a domingo

La Iglesia describió la degradación y el gobierno reaccionó mal

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En la inauguración de una escultura de Carlos Mugica, Cristina Fernández criticó el documento de la Conferencia Episcopal Argentina. Foto: DyN

 

Hugo E. Grimaldi

(DyN)

La interpelación que le hizo la Iglesia a toda la sociedad a través de un crudo documento que detalló los males de la hora fue tomada por el kirchnerismo como un ataque opositor al gobierno nacional. Es su naturaleza: todos los que no repiten los clichés que elaboran las usinas oficiales se van al fuego del infierno, ya sean la gente del común, los medios, los dirigentes que piensan diferente o, en otros tiempos, el cardenal Jorge Bergoglio.

La declaración de 11 puntos que dio a conocer la Conferencia Episcopal Argentina el viernes último realizó un riguroso inventario de las muchas formas de violencia que viene padeciendo la sociedad, de la pobreza, la inseguridad, el aumento notable de los delitos, la incidencia de la droga, el desvío de fondos de la corrupción, la lentitud de la Justicia, el desapego a la ley, el papel de los medios de comunicación y la necesidad de diálogo para buscar consensos y de formular un “compromiso por la verdad”.

Y en ese detalle, los obispos plantearon no sólo la responsabilidad de los dirigentes, sino que hicieron un foco relevante en la aceptación pasiva de los ciudadanos que, metidos en su individualismo (“todos estamos involucrados en primera persona”, dijeron), hacen como que no ven algunas situaciones de violencia y luego lloran los hechos cuando les tocan de cerca.

Un relato triturado

En el plano político y para enmarcar las secuelas del pronunciamiento sobre la “enfermedad” que significan todos los atropellos, hay una situación incontrastable que puso al gobierno en guardia, debido a la autoridad moral de los denunciantes: con su doloroso inventario, el escrito eclesial trituró puntillosamente el relato de la “década ganada”.

Es evidente que la cola de paja de las autoridades existe y que la situación no le da demasiado margen para defenderse, sobre todo porque a los ojos y oídos de los ciudadanos queda en claro que un modelo político que lleva más de 10 años en el poder probablemente algo tenga que ver con la degradación social que el Episcopado detalló con tanta acritud.

De allí que, desde Olivos, hayan mandado a sus lenguaraces a deslegitimar la declaración. Tal como es su costumbre también, los referentes más duros del kirchnerismo salieron a cambiar el eje de las críticas, removiendo el pasado para no hablar del presente y saliendo del paso con referencias laterales, antes que con una refutación directa.

Así, recordaron los episodios de violencia de 2001, aunque también se remontaron a la del año 1955 y con algo de memoria frágil quisieron instalar que no hubo pronunciamientos del clero en tiempos de la dictadura militar ni en la época del auge neoliberal. Para la discusión K no importa si lo que se dice es cierto o no, ya que lo que interesa es meter rápido otra idea diferente en la cabeza de la gente, de tal suerte que se corra el foco del problema. Toda una técnica.

La militancia hasta llegó a decir que el Episcopado copió la agenda mediática para hacer sus críticas, como si la institución no dispusiera de una formidable red de trabajo de campo a través de sus parroquias y sacerdotes, que le permite pulsar la realidad y saber antes que los medios qué cosas pasan en cada comunidad.

Salvando las magnitudes, la primera calentura oficial sobre el documento fue similar a la del nombramiento del Papa Francisco, cuando hubo ironías, silbidos y poca predisposición de los referentes kirchneristas a hacerle homenajes al “jefe de la oposición”, tal como Néstor Kirchner llamaba al nuevo pontífice cuando decía sus cosas desde el púlpito, hasta que comprendieron que no se podía nadar contra la corriente y dieron una vuelta de campana.

La preocupación de los políticos

A partir de allí, el diplomático “cuiden a Cristina” que ha sido puesto en boca del Papa, no ha tenido de parte del gobierno una contrapartida eficiente en la atención de fondo de los temas sociales que la Iglesia detecta y atiende solidariamente, más allá de la retórica del crecimiento a tasas chinas, de la inclusión social y de los planes que se siguen desembolsando carcomidos por la inflación.

Sin embargo, los actuales planteos eclesiásticos han ido más allá de los males primarios que como consecuencia de la abulia o de la mala praxis han cristalizado la pobreza. La declaración episcopal se centró este vez no sólo en la descripción de las aberrantes secuelas que le quitan dignidad a la persona humana (violencia, drogas, bullying, etc.), sino también en algunas de las causas del abandono de los deberes del Estado (corrupción, falta de diálogo, agresividad, manipulación y lentitud de la Justicia, etc.) que se juzga como caldo de cultivo de todo lo demás.

La explosión del escrito tuvo mucho más relevancia, porque desacomodó a toda la clase dirigente que se ha mostrado por estos días con deseos de discutir sólo las cosas que les interesan a ellos, mientras la vida real se desliza por otros tópicos mucho menos confortables, a los que sólo parece que se atienden cuando llegan las elecciones.

En esos otros temas tan poco relevantes para la gente, el massismo se la pasó preocupado por imponer en la agenda que los intendentes bonaerenses no tengan más de una reelección, el PRO se enfrascó en discutir si estar más cerca o más lejos de la presidenta aporta o aleja votantes, el Frente Amplio Unen en mostrar a sus presidenciables y el Partido Justicialista en elegir a sus nuevas autoridades para darle cabida a La Cámpora y resguardar a los dirigentes del kirchnerismo de algún traspié electoral en 2015.

Lo que detalla el documento

En tanto, los más duros del Frente para la Victoria armaron en el Congreso una tertulia para bajar líneas en materia de seguridad, creyendo todavía que el modo de resolver el problema es una cuestión de “izquierdas y derechas” o de acallar a los medios que “instalan” esos temas, mientras el Ministerio de Economía, para combatir la inflación, pretende obligar a los pequeños comercios de barrio, que apenas tienen stock, a que se fundan vendiendo la poca mercadería que pueden comprar con el giro de su negocio a “precios cuidados”.

Más allá de los destinatarios más visibles, hay en el documento de la Iglesia otras apelaciones dramáticas dirigidas a la conciencia de las personas, como por ejemplo a torcer la creciente insensibilidad que cruza a la sociedad que se desentiende de los males cotidianos como la desnutrición infantil, gente durmiendo en la calle, el hacinamiento y el abuso, la violencia doméstica, el abandono del sistema educativo, las peleas entre barrabravas “a veces ligados a dirigentes políticos y sociales”, los chicos limpiando los parabrisas de los autos, los migrantes no acogidos, etc.

“Son violencia las situaciones de exclusión social, de privación de oportunidades, de hambre y de marginación, de precariedad laboral, de empobrecimiento estructural de muchos, que contrasta con la insultante ostentación de riqueza de parte de otros”, detalla el documento. Y apunta al facilismo de mirar para otro lado.

En tanto, el gobierno ya ha dado muestras de seguir en la suya, con su relato en ristre y sus formas ya conocidas: colocar la responsabilidad en el otro y poner por delante la lógica amigo-enemigo.

Sin dudas no se puede caracterizar a los obispos como ingenuos, y bien vale la pena enlazar dos frases extraídas del documento, ya que deben haber hecho mucho ruido y generado paranoia en el entorno presidencial: “Con frecuencia en nuestro país se promueve una dialéctica que alienta las divisiones y la agresividad” y “no nos ayuda culpar a los demás. Para lograr una sociedad en paz cada uno está llamado a sanar sus propias violencias”. Al que le quepa el sayo que se lo ponga.