Crónicas de la historia

San Nicolás y los riesgos de manipular la historia

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Los principales dirigentes de la oposición se reunieron en San Nicolás, escenario elegido para fortificar su vocación acuerdista. Foto: Agencia Télam

 

Rogelio Alaniz

Dirigentes de la oposición se reunieron en San Nicolás para emitir una declaración política. El lugar escogido para reunirse no fue azaroso. Los propios dirigentes presentes se preocuparon por establecer conexiones históricas entre esa reunión y el acuerdo celebrado en mayo de 1852 entre los gobernadores de la Confederación. Las intenciones políticas de los convocados fueron legítimas, pero importa advertir que la asociación histórica que se intenta establecer es absolutamente arbitraria. Recurrir a la historia para prestigiar alguna decisión política en tiempo presente, llamar a los fantasmas del pasado y disfrutar de su confortable compañía, suele ser un recurso habitual de los políticos, una tentación en la que suelen caer sin preocuparse demasiado por la verdad histórica y sin prestar demasiada atención al proceso de manipulación que estas maniobras incluyen.

Si alguien hubiera propuesto -por ejemplo- celebrar la reunión en el Cabildo de Buenos Aires, en la Casa de Tucumán o en el Monumento a la Bandera de Rosario, habría sido tan legítimo y, a la vez, tan arbitrario como la elección de San Nicolás. Poco importa en el caso que nos ocupa destacar las buenas intenciones de los protagonistas o la justicia de sus reclamos.

Resulta innecesario decir que los problemas que hoy nos afligen a los argentinos no tienen nada que ver con los que preocupaban a nuestros antepasados. Ciento sesenta años no transcurren en vano. Ni el escenario, ni los protagonistas, ni la naturaleza de la crisis tienen punto de comparación. El acuerdo de San Nicolás fue importante, pero -por ejemplo- no lo fue menos el pacto de San José de Flores celebrado en noviembre de 1859,0 después de Cepeda. Y en la misma línea de buscar fechas memorables, ¿por qué no destacar el pronunciamiento de Urquiza de mayo de 1851 y, por lo tanto, en lugar de reunirse en San Nicolás, hacerlo en Concepción del Uruguay?

Retórica para justificar un lugar u otro siempre hay disponible, pero nunca está de más exigirle a los políticos -cualquiera sea su signo- actitudes intelectuales más serias. Cualquiera de los acontecimientos mencionados podría inspirar a dirigentes contemporáneos a vestirse con los venerables atuendos de sus antepasados. La maniobra podrá tener mayor o menor eficacia política, pero en todos los casos carece de validez histórica. Por más vueltas que le den, Cristina no es Evita, Scioli no es Dorrego, De la Sota no es el Manco Paz, Bonfatti no es Oroño y Binner, Sanz o Carrió no son Urquiza. Además no necesitan serlo. A todos, debería alcanzarles y sobrarles con ser lo que son, sin necesidad de apelar a la historia para legitimar posiciones que, por otra parte, saben defender muy bien.

Retornemos a San Nicolás. Después de Caseros, Urquiza reúne el 6 de abril a los gobernadores de Buenos Aires, Corrientes, Santa Fe y, por supuesto, Entre Ríos, en la residencia de Palermo. Allí es donde se decide -entre otras cosas- convocar a los gobernadores para celebrar una reunión en San Nicolás. Se le encarga a un jovencísimo Bernardo de Irigoyen que recorra el país y persuada a los mandatarios provinciales para asistir a esta reunión.

Irigoyen es de linaje federal y en el futuro será uno de los grandes diplomáticos de nuestra historia. Esta gira por las provincias es el punto de partida de su consagración como un político inteligente, discreto y eficaz. Los gobernadores a los que hay que convencer no son recién iniciados en la política. En su inmensa mayoría han sido rosistas hasta hace tres meses y todos se negaron a acompañarlo a Urquiza cuando se rebeló contra Rosas, entre otras cosas porque dependían demasiado de Buenos Aires y, además, le tenían terror al Restaurador. Las mismas razones que los motivaron a negarle el apoyo a Urquiza, fueron las que luego los alentaron a apoyarlo cuando quedó claro quién era el ganador.

Lo cierto es que el 29 de mayo de 1852 se iniciaron las sesiones en San Nicolás. Urquiza llegó ese día y se alojó en la casa del juez de paz, don Pedro Alurralde. Allí fue donde se decidió convocar ese mismo año a una asamblea constituyente en Santa Fe. También se acordó designar a Urquiza como Director Provisorio con atribuciones militares y políticas.

A la perspicacia de Urquiza no se le escapaba que se movía en un terreno resbaladizo. Los gobernadores que ahora estaban a su lado no eran para nada confiables y de Buenos Aires ya presentía que lo menos que podía esperar es lo peor. Con ánimo de no dar pie a rebeldías inconducentes, dejó claro que por el momento no se decidirá sobre la capitalización de Buenos Aires y la nacionalización de la aduana, los dos íconos sagrados del poder porteño.

Todo será en vano. San Nicolás será el antecedente de la convocatoria constituyente, pero también es el punto de partida para el reinicio de las guerras civiles con un agravante: la separación de Buenos Aires de la Confederación, separación que se prolongó durante toda la década y que estuvo a punto de hacer estallar a la Nación que recién estaba consolidándose.

Pregunta en clase a los políticos que se reunieron en San Nicolás: ¿En qué lugar se ubican ellos? ¿Con los gobernadores? ¿Con Urquiza? Y en consecuencia: ¿Qué lugar le asignamos al gobierno kirchnerista? ¿Con el poder de Buenos Aires, es decir con Mitre, Sarmiento, Vélez Sarsfield, Alsina? ¿Con Rosas derrotado en Caseros? Imposible responder a estas preguntas sin caer en el disparate, porque el disparate no es la supuesta maldad de los porteños, o las intrigas de Urquiza, o las obsecuencias de los gobernadores, sino la intención de comparar hechos históricos separados por más de un siglo y medio de tiempo.

Como sabemos, la Asamblea Constituyente convocada para sesionar en Santa Fe pudo realizarse, pero con la ausencia de Buenos Aires, que es como decir con la ausencia de la provincia cuyos recursos duplicaban y triplicaban a todas las provincias reunidas, a “los doce ranchos” como despectivamente dijera Anchorena. La Constituyente fue valiosa, pero hay que recordar que la Constitución que allí se aprobó no ponía punto final a un ciclo histórico sino que lo abría; y lo abría hacia un horizonte de guerras, conflictos y disidencias que se habrán de prolongar por varios años.

Digamos que de San Nicolás salen dos chasques: uno en dirección a Santa Fe con la orden de iniciar la Constituyente; otro en dirección a Buenos Ares con la orden de desconocer todos los acuerdos. Los acontecimientos se precipitan. Vicente López y Planes llega a Buenos Aires y es recibido por los titulares de los diarios que le reprochan las concesiones hechas a Urquiza. En “Los Debates”, Bartolomé Mitre advierte que lo firmado en San Nicolás debe ser ratificado por la Legislatura. Buenos Aires empieza a superar las diferencias del pasado para descubrir que antes que todo hay una causa que los une y esa causa es la de los intereses de la propia provincia. Honorables unitarios como Valentín Alsina se abrazan con venerables federales rosistas como Lorenzo Torres. No es el amor lo que los une, sino el interés por preservar privilegios.

Para hacerla corta. Buenos Aires no desconoce beneficios de la unidad nacional, pero esa unidad debe hacerse bajo la dirección de Buenos Ares y no de Urquiza. Temas como la Aduana, la sede de la ciudad capital, la formación del Tesoro, pueden discutirse, pero lo que para ellos está fuera de discusión es que la Nación se construye bajo la hegemonía porteña.

Septiembre de 1852 será para la ciudad que ya se califica como “La Atenas del Plata” una de sus fechas memorables y una plaza en Barrio Once así lo recuerda. Ese día Buenos Aires se alza en armas contra la autoridad de Urquiza.

La guerra está declarada. Ciento sesenta años después no quisiera para la Argentina un escenario semejante. En realidad no hay motivos para temer. En el caso que nos ocupa el problema no es San Nicolás, el problema es creer que ciento sesenta años después, como en la letra del tango, “la historia vuelve a repetirse”.

Retórica para justificar un lugar u otro siempre hay disponible, pero nunca está de más exigirle a los políticos -cualquiera sea su signo- actitudes intelectuales más serias.

Para hacerla corta. Buenos Aires no desconoce beneficios de la unidad nacional, pero esa unidad debe hacerse bajo la dirección de Buenos Aires y no de Urquiza.