editorial

  • Con Juan Carlos concluye una etapa política trascendente de la historia de España.

España, crisis y monarquía

No por previsible, la abdicación del rey Juan Carlos de España impactó en la opinión pública nacional e internacional. Su decisión estaba tomada desde hacía meses, pero consideró que éste era el momento de dar el paso que pone punto final a un reinado de más de treinta años.

Juan Carlos no es el único monarca que ha abdicado en los últimos años. Es más, tal como se manifiestan los hechos, da la impresión de que este recurso institucional será empleado con mayor frecuencia por futuros reyes. Por lo menos así lo sugiere lo ocurrido en Holanda y Dinamarca; y la propia abdicación de Benedicto XVI. Es como si los reyes percibieran por fin que no están obligados a eternizarse en el trono y exhibir el triste espectáculo de su decadencia.

Con Juan Carlos, concluye una etapa política trascendente de la historia de España. Se trata del tiempo que se inició con la muerte de Franco y se desarrolló durante la transición de la dictadura a la democracia convirtiendo a España en una de las naciones modernas y pujantes de Europa. El formidable proceso de transformaciones de los últimos cuarenta años fue llevado a cabo por una clase dirigente emprendedora, y en ese contexto el rol del rey en algún momento fue decisivo.

Sería exagerado decir que la España moderna es consecuencia exclusiva de la intervención de Juan Carlos, pero se faltaría a la verdad si se ignorara su desempeño, sobre todo, en dos o tres momentos claves de la historia. Por ejemplo, cuando asumió luego de la muerte de Franco y en lugar de comportarse como un rey franquista apostó por la democracia. Cuando designó a Adolfo Suárez para timonear la transición y, por último, cuando se pronunció públicamente contra el intento de golpe de Estado puesto en marcha por el coronel Tejero.

Esos tres momentos alcanzan y sobran para asignarle a Juan Carlos un lugar importante en la historia. A ello hay que sumarle el estilo moderno con el que ejerció su investidura; un encanto personal que en algún momento permitió decir que la mayoría del pueblo español más que monárquico era “juancarlista”; y un tacto y una discreción especiales para navegar en las procelosas aguas de la política.

La profunda crisis económica de los últimos años y su consiguiente crisis política expresada por una creciente indiferencia y hostilidad de la sociedad hacia sus representantes, alcanzó también a Juan Carlos. La consecuencia: el agotamiento de un ciclo político que coincide con su vejez y sus achaques. Y en este cuadro de situación, quedan a la vista los vicios que el anterior período de esplendor disimulaba. Las infidelidades conyugales, los problemas de salud y los episodios de corrupción que comprometen a su yerno y una de sus hijas, han erosionado su prestigio creando las condiciones para que se produjera esta abdicación.

Vistas las reacciones de amplios sectores, queda pendiente un debate acerca de la legitimidad de la monarquía. Por lo pronto, la Constitución define a España como una monarquía parlamentaria, de modo que cualquier cambio que se quisiera introducir a favor de la república, deberá ser legitimada con una reforma constitucional.

De cualquier modo, en el siglo XXI se hace difícil sostener el principio monárquico. Nuevas sociedades y sistemas de información interpelan la racionalidad de la monarquía. De manera que el nuevo rey Felipe VI afronta el desafío de construir su propia legitimidad, como en su momento lo hizo su padre. La voluntad de hacerlo es importante, pero sin soslayar que también debe haber condiciones políticas propicias para que la monarquía se perciba como necesaria y deseable

Felipe VI afronta el desafío de construir su propia legitimidad. Su voluntad de hacerlo es importante, pero también debe haber condiciones políticas propicias.