editorial

  • Considerada una epidemia mundial, la violencia contra las mujeres demanda de un abordaje integral que incluya acciones de prevención, cambios culturales y una respuesta efectiva de las autoridades ante el pedido concreto de ayuda.

Cambios prácticos y culturales por la violencia de género

Los crímenes o intentos de asesinato asociados con la violencia de género sacuden con una frecuencia alarmante la rutina informativa y desnudan un creciente grado de crueldad. Pero también dejan en evidencia, con asombrosa asiduidad, una falta de respuesta previa que, en no pocas ocasiones, termina operando como una suerte de condena hacia la víctima. En efecto, denuncias que no se atienden o procesos que no se siguen dejan a las mujeres en una situación de total indefensión aun después de haber tomado la difícil decisión de revelar su propio drama.

El tema trasciende las fronteras de nuestra ciudad y hasta del país, al punto que la Organización Mundial de la Salud definió a la violencia contra las mujeres como una epidemia. Las crónicas recientes dieron cuenta de dos adolescentes violadas y asesinadas en India; cientos de jóvenes secuestradas en Nigeria; abusos sexuales en contextos de conflictos bélicos y una sucesión de hechos aberrantes que tuvieron a las mujeres -por su sola condición de género- como víctimas.

En la Argentina, 295 mujeres perdieron la vida por violencia de género durante el año pasado, en la mayoría de los casos a manos de sus parejas o ex parejas, de acuerdo con un relevamiento realizado por La Casa del Encuentro. En la ciudad, sigue presente la trágica Semana Santa de 2013 en la que tres mujeres fueron quemadas, macabro balance que motivó apenas dos meses atrás, y al cumplirse un año del episodio, una movilización organizada por una asociación civil para reclamar por el refugio destinado a mujeres víctimas de violencia, iniciativa que no se acaba de concretar.

En las últimas semanas, a la par de nuevos casos de extrema agresividad, se conocieron algunas intervenciones oportunas a partir del uso de botones antipánico, destinados a garantizar la seguridad de mujeres y sus hijos en riesgo, modalidad que ya venía operando con éxito en otras ciudades del país y que ahora opera en esta capital.

Por otra parte, se puso en marcha un taller para hombres violentos que persigue un fin de reeducación emocional, tal como se difundió oportunamente, y otro destinado a adolescentes y jóvenes que promueve vínculos saludables ya desde el noviazgo. Es que las relaciones agresivas se gestan en esas primeras etapas, aunque en la mayoría de los casos recién se vuelven visibles o se hacen evidentes para sus protagonistas varios años después.

Diversas acciones lideradas por organismos locales, nacionales e internacionales han logrado poner el foco en esta grave situación que se cobra vidas humanas pero también deja graves secuelas físicas y psicológicas en quienes la padecen. A esta altura no quedan dudas de la relación entre violencia y el trato cotidiano hacia las mujeres, que tiene diferentes manifestaciones según las características de cada cultura pero que se sustenta en un trasfondo de discriminación, asimetría, prejuicios y misoginia, y que en todos los casos es injustificable. Se trata de una problemática que demanda de una atención integral y efectiva, de un cambio radical en la manera de considerar a los géneros que debe ponerse en práctica desde los primeros años de vida, pero también de políticas reales y concretas que atiendan y den curso a las denuncias de las mujeres agredidas, antes de que se conviertan en víctimas.

Denuncias que no se atienden o procesos que no se siguen dejan a las mujeres en una situación de total indefensión aún después de haber tomado la difícil decisión de revelar su propio drama.