Espacio para el psicoanálisis

La seducción y sus fantasías

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“Los amantes” (1928), de René Magritte.

 

Luciano Lutereau (*)

De modo ocasional, nos encontramos con sujetos cuya posición de seductores “natos” es particularmente incómoda. La mayoría de la veces se trata de hombres que no pueden dejar de inmiscuirse en diversos deseos con los que se cruzan, al punto de que luego, no pocas veces, terminan quejándose del particular esfuerzo que les requiere estar a la altura de lo que han generado. Como contrapunto, es una queja corriente de las mujeres de nuestra época hablar de una “histeria” masculina, como un modo de referirse a esos hombres que sólo se erotizan preliminarmente que disfrutan de la seducción y, luego, en el momento de condescender al deseo, desaparecen.

Asimismo, si la cuestión de la seducción no ha despertado demasiado interés en la teoría psicoanalítica, esto puede deberse también a un motivo estructural: por lo general, cuando se interroga la vida amorosa, se intenta esclarecer las condiciones del objeto deseado, y no tanto la posición del deseante. Así, por ejemplo, en la primera de las Contribuciones a la psicología del amor, titulada “Sobre un tipo de elección de objeto en el hombre” (1910), Freud elucida un tipo particular de interés en el deseo del hombre que requiere la conjunción de diversas “condiciones de amor”: a) la condición del “tercero perjudicado”, por la cual se elige como objeto de amor a una mujer que no esté “libre”, sino a una sobre quien otro hombre puede reclamar “derechos de propiedad”; la mujer que ejerce atracción es aquélla cuya castidad puede suponerse en cuestión, o bien a la que puede reputarse una conducta disoluta o infiel; c) estas condiciones, asociadas con una sobrestimación del objeto amado, se repiten varias veces en la historia de la vida amorosa del hombre formando lo que Freud llama “una larga serie” podríamos añadir que se trata de esos hombres que se enamoran siempre “por última vez”, es decir, para los cuales la última es siempre la “primera” (“ahora sí estoy enamorado de verdad”); d) en los amantes de este tipo suele exteriorizarse una tendencia particular a querer “rescatar” a las amadas.

De esta presentación de los rasgos de amor de este tipo de elección, la segunda condición de las mencionadas se encuentra vinculada, según Freud, con la cuestión de los celos, sin que quede del todo claro por qué la primera de ellas no lo estaría. En todo caso, podría suponerse que el “derecho de propiedad” cancela el carácter erótico de la mujer para el reclamante; es decir, no es en tanto objeto de deseo que la reclama ese vínculo podría pensarse aquí, por ejemplo, en la novela El túnel, de E. Sábato, en la que el hecho de que María Iribarne se encuentre casada no es el principal desencadenante de los celos enloquecedores del protagonista, como sí ocurría en el caso de la suposición de un amante (en la segunda condición). Quizá por eso, eventualmente, los hombres pueden bromear y decir, a una mujer casada, “no soy celoso”, mientras que enloquecen con la posibilidad de que su amante esté con otro... que no sea su marido.

A propósito de la tercera de las condiciones, cabría apreciar que se vincula directamente con la fascinación del encuentro amoroso, eso que habitualmente llamamos “el flechazo”, que ubica inmediatamente al objeto amado en un rango diferencial respecto de las demás objetos.

En relación con la cuarta condición, quizá parezca un poco “desusada” la fantasía de “salvación” de la amada demasiado próximo, tal vez, a ciertos dramas narrativos del siglo XIX, como en la novela Naná de E. Zola; no obstante, podría pensarse en figuras actuales, como la del hombre que se convierte en una suerte de manager de su amada, a la que asiste e intenta orientar en sus proyectos, etc.; en definitiva, de lo que se trata en esta cuarta condición es de la ternura como moción libidinal y de cierto desvalimiento que se le supone al objeto de amor. “¿Qué sería de ella (sin mí)?”, podría parafrasearse esta condición, que no hace más que iluminar en su último tramo el sostén narcisista que la funda y que actualmente se verifica en aquellos hombres que no pueden dejar de “apoyar” (económicamente, emocionalmente, etc.) a sus ex-parejas incluso muchos años después de separados.

De este modo, la seducción se articula con diferentes fantasías que hacen del erotismo una forma variada y singular.

(*) Psicoanalista. Lic. en Psicología y Filosofía por la UBA., donde trabaja como docente e investigador. Es también profesor adjunto de Psicopatología en Uces. Autor de varias publicaciones, entre ellas los libros: “Celos y envidia. Dos pasiones del ser hablante” (2013) y “La verdad del amo” (2014).

La mayoría de la veces se trata de hombres que no pueden dejar de inmiscuirse en diversos deseos con los que se cruzan, al punto de que luego, no pocas veces, terminan quejándose del particular esfuerzo que les requiere estar a la altura de lo que han generado.