Presencia de Dios en la poesía de Borges

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Jorge Luis Borges. Foto: Archivo El Litoral

 

María Teresa Rearte

“Toda poesía es misteriosa; nadie sabe del todo lo que le ha sido dado escribir”, decía Jorge Luis Borges. A quien, desde los grandes temas metafísicos hasta los propios de la vida cotidiana, le llegaron desde y por la literatura. En esa línea, el tema de Dios que es objeto de esta nota, admite diferentes declinaciones.

Borges llega a la escritura como poeta. Y descubre temas en los que patentiza “algo”, que es real y sustancial para el hombre y el mundo. El tema de Dios ingresa suavemente en su obra. El escritor cita con frecuencia pasajes de la Biblia, que algunos sugieren rescatados de la voz de su abuela inglesa, que lo acunó con los sagrados versículos.

Así podemos apreciarlo en el poema “Lucas XXIII”, donde se aproxima a quien es conocido como el “buen ladrón”. “... En su tarea// última de morir crucificado,/ oyó, entre los escarnios de la gente,/ que el que estaba muriéndose a su lado/ era Dios y le dijo ciegamente:// Acuérdate de mí cuando vinieres/ a tu reino, y la voz inconcebible/ que un día juzgará a todos los seres/ le prometió desde la Cruz terrible/ el Paraíso...”.

Por otra parte, Borges gira en torno a cuestiones teológicas que lo inquietaban. Así ocurre con el poema “Del infierno y del cielo”, en el que despoja al infierno de sus aspectos truculentos. Y al cielo de su esplendor. Ambos estados de condena y salvación, definirán según los trazos del poeta, “un rostro/ inmóvil, fiel, inalterable/ (tal vez el de la amada, quizá el tuyo)/ y la contemplación de ese inmediato/ rostro incesante, intacto, incorruptible,/ será para los réprobos, Infierno;/ para los elegidos, Paraíso”. Los versos concluyen en que habrá “réprobos” y “elegidos”, unos y otros en situaciones diferentes. Pero llama la atención, sin mención alguna de Dios, que es el ausente.

En “Mateo XXV, 30” el poeta tiene conciencia del Juicio Universal de Dios, una noche sobre un puente ferroviario, en un barrio periférico de Buenos Aires, en medio del “fragor de trenes que tejían laberintos de hierro...”. Luego añade: “Y desde el centro de mi ser, una voz infinita/ dijo estas cosas (estas cosas, no estas palabras)/ que son mi pobre traducción...” Y continúa con la enumeración de lo que su memoria guarda.

Borges exhibe en su poesía la libertad de nombrar a Dios de acuerdo con sus personales, y aun contradictorios, puntos de vista. Y también con la bella hondura de su decir. Así en el “Poema de los dones” aparece al decir de su verso, “... la maestría/ de Dios, que con magnífica ironía/ me dio a la vez los libros y la noche”. Los 800.000 volúmenes de la Biblioteca Nacional, de la cual acababa de ser nombrado director están ahora ante él. Por lo que en el mismo poema añade: “De esta ciudad de libros hizo dueños/ a unos ojos sin luz, que sólo pueden/ leer en las bibliotecas de los sueños...”. No obstante, en el “Otro poema de los dones”, dirá: “Gracias quiero dar al divino/ laberinto de los efectos y las causas...”.

Quiero mostrar al menos una referencia a Jesús en su poesía. Por ejemplo, en el poema “Cristo en la cruz”, de cuidada construcción, resaltan las dos líneas finales del mismo: “¿De qué puede servirme que aquel hombre/ haya sufrido, si yo sufro ahora?”. Versos que parecen mostrar que para Borges, Cristo no pasaría de ser una imposibilidad trágica.

Deseo que quede clara la imposibilidad práctica de abarcar una obra tan amplia como la suya en el espacio de una nota. Así como rotularla, asimilándola a algún sistema doctrinal implicaría la reducción de la misma a esquemas un tanto arbitrarios. De los que el mismo autor se ha distanciado al escribir.

No obstante lo expresado, el poetizar de Jorge Luis Borges, el más universal de los escritores argentinos, no reniega de la búsqueda. Pero se advierte en su obra un interminable ir y venir del tema de Dios. Por lo cual, si bien permanentemente aludido, Dios acaba siendo el gran eludido. Poéticamente manejada, su presencia se muestra, y a la vez se nos esconde.