A la hora de festejar

Seguimos con el mundial: lo siento, realmente, es lo que hay. Puede ocurrir, como pasó y ojalá siga pasando, que los argentinos celebramos. Nosotros somos tipos destemplados, jodones, expansivos, desmesurados. No tenemos casi, como construcción colectiva, el valor de la discreción o de la mesura. Y nos jactamos de todo eso. ¡Festejá, amargo!

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

A la hora de festejar
 

Los festejos pueden ser intra o extra hogar. Así que el eje espacial es móvil: hay gente que festeja sola o en familia dentro de los pudorosos límites de una casa; y hay otros muchos que sienten la necesidad interior de ir al exterior. Se van de su casa, salen a la vereda, gritan y tiran cohetes. Y hay otros que redoblan la apuesta y van a distintos lugares a festejar con extraños hasta hace un rato y amigos entrañables de ahora en más. Y hay algunos otros más que sacan su auto, su moto o su bici y recorren la ciudad a puro grito desaforado.

Luego, hay otras categorías de celebrantes. Tenés los festejos sonoros (somos gritones por naturaleza, así nomás, sin ningún estímulo, imaginate después de una victoria de la Selección), los visuales (hay un creciente y progresivo “tuneado” en celeste y blanco; antes, nos conformábamos con una camiseta o una banderita; ahora con todo en todas partes y todo el tiempo), los virtuales (gente que se saca fotos viendo el partido, o festejando, y de inmediato las sube a Internet), los gastronómicos (hay gente que se le da por chupar o morfar: organizan la previa, la durante y sobre todo el tercer tiempo), entre otros.

Yo conozco gente (existen incluso en nuestro país) que rechaza las grandes movilizaciones, las expresiones chauvinistas, los nacionalismos apasionados. No es que sean amargos o tristes o pesimistas o retraídos. Festejan de otro modo. Por ahí gritan un gol, por ahí tienen sus ritos y cábalas internas pero no trasladan esa euforia afuera. Se los respeta igual, desde luego: una implosión también conmueve.

Pero entre nosotros prima el gritón, el ruidoso. Tipos que salen a la calle y tiran desde cohetes hasta tiros al aire, repiten tantas veces como puedan los goles por los parlantes de su auto o de su equipo musical y gritan y cantan y vamo vamo y qué...

Después están los que se pintan la cara con los colores de su bandera, o se equipan enteros con gorros, bufandas, camisetas, pantalones, medias, zapatillas: todo en celeste y blanco. En mi barrio hubo que convencerla a doña Marcia para que no haga ningún body painting (ese arte de aplicar pintura sobre el cuerpo desnudo), no sólo o no tanto por pruritos estéticos o morales, sino porque no alcanza la pintura disponible en el mercado. Pero si Argentina sigue avanzando en el Mundial va a ser difícil, literalmente, contenerla.

También es creciente la hinchada selfie: tipos y tipas que se sacan fotos que de inmediato cuelgan en las redes sociales. No sabemos si de verdad festeja o no, si se junta con los vagos, si armaron una peña con las chicas, pero “parece” que sí. Andan por el espacio estos rostros felices, estudiadamente alegres (una alegría varias veces retratada hasta encontrar una que estéticamente los representa y conforma) y se suman entonces a los celebrantes pedestres, a los tradicionales, a los vulgares y silvestres.

Tenés también los que se amuchan. Andan a los saltos, a los besos y abrazos, con la secreta consigna de “a río revuelto...” en la esquina equis. Parece una salida espontánea, pero se va repitiendo una y otra vez con lo cual luego también es un estereotipo (es decir: un tipo con estéreo), uno más entre tanta alegría más o menos programada.

Súmese la incidencia no menor en todos los rubros descriptos de la publicidad, que machaca sobre esos componentes, y tenemos ya un excesivo emplasto, empalagador e inevitable. Súmese también por último (o primero, como quieran) a la juntada gastronómica que el partido provoca. ¿El postre? Helado: crema del cielo y crema americana.