Preludio de tango

Toulouse, la ciudad que recuerda a Gardel

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Manuel Adet

Sería una evidente exageración decir que en Toulouse el tango es la música exclusiva o que los tolosanos pierden el sueño por Gardel, pero faltaría a la verdad si subestimara la presencia del tango en esta ciudad o los honores que periódicamente le hacen a Gardel. Al respecto, no es ninguna novedad decir que en Francia el tango siempre gustó. A la gente le gusta bailarlo, pero también le fascina su música, y su poesía. ¿Por qué?, es una pregunta difícil de responder, pero lo cierto es que ocurre, es decir, el tango gusta y los primeros en registrar esta pasión son los argentinos que lo enseñan y que han hecho de esa actividad un oficio. Como me dijera un amigo, un argentino que baile, cante o temple un instrumento del tango, puede ganarse la vida en cualquier lugar del mundo. Toulouse en ese sentido no parece ser la excepción.

La ciudad es encantadora. La llaman “La ciudad rosa” por el tono de sus edificios, pero podría ser también la ciudad de sus grandes universidades, o la ciudad de los parques, o la ciudad que fabrica aviones o la ciudad más española de Francia. En todos los casos da gusto caminar por sus calles, recorrer las orillas de sus canales o las riberas del Garone. Tomar un café o una cerveza en el Capitol, el centro histórico de Toulouse, es una felicidad que merece vivirse. Caminar por sus bulevares bordeados de plátanos o por sus barrios estudiantiles, es un festín para los sentidos.

En esta ciudad vivieron Toulouse de Lautrec, de quien dicen los lugareños que aprendió en este paisaje el misterio de los tonos de la luz. Toulouse es también la ciudad de ese otro gran dirigente socialista que fue Jean Jaurés, que -oh casualidad- la casa de Gardel en Buenos Aires está levantada sobre una calle que lleva el nombre del autor de una de las mejores historias escritas sobre la Revolución Francesa. Jaurés fue asesinado en París en 1914 por un fanático nacionalista. Su militancia a favor de la paz y en contra de la guerra le costó la vida. Toulouse fue la sede de la república española después del fin de la guerra y la ciudad donde murió ese testimonio intelectual del humanismo cristiano que fue Jacques Maritain. Por estas calles caminaba en la década del setenta un joven de cabellos largos y sonrisa compradora conocido con el apodo de “Felipillo”, una manera afectiva de designar al entonces anónimo Felipe González. Toulouse es por último -o en primer lugar- la capital histórica de los cataros, ese movimiento de regeneración religiosa aniquilado por una cruzada.

Vi bailar tango en Toulouse el primer día que llegué. Fue en la plaza Saint George. Caía la tarde y el movimiento de los bailarines le otorgaba a la escena un clima como de ensueño. La orquesta de Tanturi sonaba espléndida y un Alberto Castillo impecable cantaba “Decile que vuelva”. No eran buenos bailarines, pero se esforzaban por serlo. Confieso que un leve pero inconfundible cosquilleo de orgullo nacional me atacó mientras contemplaba a tantos franceses bailar con esa orquesta tan convocada por los argentinos.

Tres días después la pista de tango se levantaba en un paraje de la ciudad frente al río Garone. El espectáculo era digno de verse: el río, los arcos de los puentes, la silueta empinada de alguna iglesia, la arboleda y allí, muy cerca de la orilla, iluminada por faroles, un despliegue de bailarines al ritmo de las orquestas de Pugliese, Di Sarli, Troilo, D’Agostino y muchas más. El bailongo se inició a la tarde y continuó hasta la medianoche. Cada quince o veinte minutos, un breve reposo para tomar aire o cambiar de pareja y más tangos y más milongas y más valses.

Estos bailarines eran eximios, como si se hubieran criado bailando tangos. A veces la música era acompañada por las voces de Goyeneche, Rivero, Vargas o Gardel; a veces eran temas instrumentales, en todos los casos los bailarines se desplazaban por la pista como si estuvieran realizando la actividad más placentera del mundo. Con Santiago, con Ignacio, con Marisa contemplábamos admirados el desplazamiento de las parejas al ritmo de esa música que es una credencial actualizada del Río de la Plata.

Santiago de Luca fue el gestor del encuentro en la casa de Carlos Gardel y en el Instituto Cervantes. A su talento literario y su calidad docente, suma inusuales dotes diplomáticas. Fue así que tuvimos el orgullo de estar en la casa donde Gardel pasó sus primeros años, la casa que acaba de ser recuperada gracias a la iniciativa de madame Sabine Cavanis y que nosotros pudimos disfrutar durante dos días con alojamiento incluido gracias a su generosidad.

Ya mayor, Gardel estuvo varias veces en esa casa modesta pero digna. Allí llegó con Razzano en su primer viaje a Europa y allí regresó para compartir con sus parientes y su madre horas que él mismo calificó como felices. Siete u ocho meses antes de la tragedia de Medellín, viajó desde Nueva York a Francia para estar en Toulouse con doña Berta y el tío Jean. Fue algo así como una despedida.

En esa misma casa hace más de treinta años se hizo presente una mañana el entonces presidente de la Argentina, Raúl Alfonsín. El busto instalado en un parque a pocos metros de la residencia fue una iniciativa de él. En esa misma casa, Santiago, el jujeño Viltes y quien escribe le rendimos nuestro homenaje a Gardel. Estaban presentes autoridades municipales, directivos de “Tangopostale” y más de cuarenta personas, una verdadera multitud para escuchar hablar a tres argentinos en el mismo horario en que Francia jugaba en Brasil.

Esa misma tarde De Luca y yo estuvimos presentes en el Instituto Cervantes invitados por sus directivos. Recitamos tangos y hablamos de las relaciones entre la literatura y el tango y entre el tango y Jorge Luis Borges. A más de un francés allí presente lo que dijimos le resultó ininteligible, pero todos quedaron fascinados por el ritmo de las palabras, por su sonido y cadencia. Santiago habló de Madame Ivonne, evocó el Cafetín de Buenos Aires y se refirió a la Última Curda. Yo la emprendí con Celedonio Flores y Francisco Gorrindo, es decir con Corrientes y Esmeralda y Mala Suerte. Mientras hablábamos y recitábamos, una eximia bailarina de tango argentina pero residente en Toulouse acompañaba nuestras palabras mientras desde algún lado llegaba la voz de Goyeneche con Muñeca Brava.