Mañana, en Jerárquicos Salud

Una Morocha internacional

  • Carolina Jador, de vuelta a la actividad luego de su periplo europeo, celebrará los cinco años de la milonga Taconeando con la Morocha de la mano de la orquesta La Juan D'Arienzo. También habrá clases mañana y el domingo.
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Jador con Alfredo Rutar, el bailarín entrerriano que la llevó a dar clases en la frontera entre Eslovenia e Italia.

Foto: Gentileza Jorge Pepermans

 

Ignacio Andrés Amarillo

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“Hace cinco años que vengo con la milonga Taconeando con la Morocha, y llegó el día. Es el sábado 12 de julio, ‘noche de gala' la quise llamar, porque Santa Fe se prepara para recibir a la orquesta La Juan D'Arienzo de Buenos Aires: son diez músicos más el cantor. La están pasando bastante por Crónica, tiene peso, en este momento está sonando fuerte en Buenos Aires. Y además por la juventud que tienen los músicos, con muchas ganas. El arreglador es el nieto de D'Arienzo, así que toca con las partituras del abuelo, directas. Y además traigo una pareja de bailarines muy buenos, Susana Bosio y Sergio Bustos, de Venado Tuerto, salieron quintos en el Mundial de Tango (tanto en categoría Salón como Escenario) y vienen a dar ese fin de semana seminarios de milonga, vals y tango”.

La que habla es la bailarina y profesora Carolina Jador, quien celebrará su aniversario luego de su vuelta de Europa. Las entradas anticipadas para la velada se pueden conseguir al 154329253, por una cuestión de orden y reservas. El evento será en Jerárquicos Salud (Facundo Zuviría 4641), a partir de las 22. Va a haber una clase previa de vals desde las 20.30, y al otro día a las 19 en Fomento 9 de Julio (Pedro Ferré 2928) una clase de tango y luego una de milonga lisa y con traspié.

Alzar vuelo

—Contanos sobre tu experiencia en Europa.

—El 13 pude concretar un viaje que venía planeando hacía bastante pero no se daba, por distintos factores. Tuve la posibilidad de estar allá con dos bailarines: primero arranqué por Eslovenia, en un lugar que se llama Tolmin, que está a una hora de la capital (Liubliana). Este chico está dando clases allá, es entrerriano, se llama Alfredo Rutar. Gracias a él tuve la posibilidad, porque por ahí para viajar tan lejos, una mujer sola, era un desafío.

Allá me esperaba, pero también fue una odisea: tomar el vuelo por primera vez, todo por primera vez (nunca había subido a un avión). Él me estaba esperando en Venecia, porque no hay vuelos hasta Eslovenia. Está viviendo hace cinco años en Tolmin, que es un lugar con mucha paz, un pequeño pueblito entremedio de las montañas y con el río Soca que cruza.

Él tiene clases casi todos los días menos los martes, así que estábamos dando clases viajando a distintos lugares. Tiene una fija ahí en Tolmin los miércoles, pero los lunes y martes nos íbamos a Trieste, el jueves a Idrija, a Gorizia/Nova Gorica, porque estábamos en la frontera con Italia y cruzabas en una hora, hora y media.

Estuve 15 días ahí, y después me crucé a París, donde estaba otro muchacho que me estaba esperando: un rosarino llamado Edgardo Manero, que da clases en la Universidad de París.

—Ya los conocías.

—Sí, esa parte me daba un poco más de tranquilidad y de confianza. Estuve una semana en París, haciendo un workshop como le dicen allá, el domingo 1º de junio, y con muchas clases privadas. Con el idioma me las arreglé bastante bien, porque ellos allá son muy cultos, manejan muchos idiomas (mínimo tres), y entre ellos el castellano o el italiano, que es bastante familiar. Así que entre el italiano y un poquito de inglés “la piloteaba”. El esloveno no tiene nada de similitud, no hay forma.

Las milongas de París son la contracara de todo lo que es Eslovenia. Eslovenia es naturaleza, tranquilidad y paz. París es similar a Buenos Aires, y me sorprendió el nivel de baile porque no sé si no es igual o superior a las milongas porteñas. La gente es joven, el promedio de edad era de 25 a 40 años; milongas repletas de juventud, aunque había algunas más tradicionales. Había dos o tres milongas por día.

En París son un poquito más “cerraditos”, pero en Italia y Eslovenia no. A veces dicen “el europeo es frío”; a mí no me pareció para nada. En Eslovenia casi todas las noches comíamos en distintas casas de alumnos, armaban reuniones. Ellos no están acostumbrados, tienen una vida más ordenada y si tienen que planear una juntada la arman con un mes de anticipación. Se ve que llegué y les revolucioné un poco todo, así que nos juntábamos en lugares distintos.

Pasión

—¿Por qué pensás que en esos lugares la gente quiere conocer el tango, siendo que (si bien en Francia hay una tradición), incluyendo a la gente joven?

—Pienso que es una manera de vincularse con el otro. Yo no les hablaba el idioma, pero en París bailaban turcos con orientales, gente hindú, de otros lugares. Por el aspecto ya te dabas cuenta de que no era el típico europeo. Yo les decía “Argentina” y se les iluminaba la cara como cuando uno habla de Messi o de Maradona. A nosotros nos ven con el tema del tango y es palabra mayor.

Lo que pude captar es como una necesidad. En París fui seis días a milonguear para conocer, y al 50 % me los encontraba en todas. Tienen su vida, su trabajo (algunos eran contadores o abogados) muy estudiosos, algunos casados que la mujer no bailaba pero ellos mantienen eso como un hobby o un deporte, como una necesidad.

—Por ahí en la Argentina el que baila lo hace más ocasionalmente.

—Tal cual: por eso me llamó la atención de que estén haciendo esto que acá por suerte hay movida, hace unos años que se están moviendo organizadores, haciendo propuestas; lo mismo en Paraná, que es lo más cerquita que tenemos, pero allá es terrible. Eran nuestros tangos y no entendían la letra, pero lo bailan romántico si es lento, a tiempo. Se están entregando a la parte musical, aunque no sepan lo que está diciendo.

Muchos de ellos vienen a la Argentina para las vacaciones, una vez al año. Y no son profesionales, ni profesores que vienen a capacitarse: les gusta bailar y dicen “me voy un mes a la Argentina”. Y varios ya me contactaron para cuando lleguen a Buenos Aires.

Crecimiento

—¿Qué te dejó la experiencia?

—En lo personal, en Eslovenia tuve mucho tiempo para pensar, porque en las mañanas estaba sola entre las montañas y el río, una experiencia de ordenarme con mi persona. Me vine con muchas ideas también: quiero armar otra milonga con otras perspectivas.

Las milongas allá no tienen buffet: con la entrada te dan de comer, arman una mesa aparte donde te van poniendo quesos, salames, hay un plato típico de allá que son fideos moño con aceitunas negras, tomate y albahaca. Vos te servís en platos descartables, cada uno tiene un vaso con su nombre que no lo toca nadie; hay vino, gaseosas y agua, y termos con café, que podés tomar con un pedazo de torta. Entonces no hay mozos: entrás a un lugar con sillas, hay un vestuario previo donde dejás tus pertenencias (nadie te toca nada), te cambiás los zapatitos y entrás: es otra cosa.

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La gran artista.

Foto: Archivo El Litoral