Una extraña dama

Una extraña dama

Perfil de Dante Alighieri, según la pluma del argentino Carlos Alonso.

 

Nidya Mondino de Forni

Escribe Dante en la Divina Comedia que, buscando su liberación de las pasiones humanas en el viaje por los dos reinos eternos, el Infierno (el de la pena) y el Paraíso (el del premio), pasa por el Purgatorio, el reino de la Esperanza. Esperanza que deja abierta la posibilidad para la salvación de los condenados, haciendo que se viesen las pasiones humanas, no del todo extinguidas, pero sí atenuadas, contenidas en una atmósfera lírica de resignada melancolía. Es así como se suceden soplos de oración, himnos de alabanzas, cantos de libertad de espíritus salidos de la esclavitud del pecado, voces de ángeles bendicientes que suscitan armonías in crescendo a medida que se aproxima a la cumbre de la Selva del Paraíso Terrestre (Jardín del Edén) en la que remata el Purgatorio.

Es evidente que en los cantos que corresponden a este lugar su estilo es diferente. Un lenguaje retorcido los convierte, a pesar de su contenido humano y su acción dramática, en la parte quizás más difícil del poema. En ningún otro pasaje aparecen tantos símbolos cifrados para cuya significación faltan elementos... Metáforas rebuscadas y eruditas, entre alegorías cuyo significado aún no está del todo esclarecido. Al Paraíso Terrestre lo imagina Dante dispuesto sobre un elevado cerro aislado. Alegóricamente, representa la inocencia que existía antes de perder Adán y Eva la Gracia de Dios. Esa gracia que poco a poco ha ido recuperando Dante en su ascenso. Esclarece su idea comparándolo con el gran pinar de Chiassi, situado muy cerca de Ravena, junto al Adriático. Recordemos que, desvanecida su fe política y proscripto ya para siempre, encuentra su definitivo refugio en esta ciudad. Aislado así de las iras políticas se sume en un mundo interior de serenidad y paz, que ayuda a su genio creador a brillar con plenitud meridiana en la prosecución de su obra maestra.

Al entrar en la “divina floresta” (Paraíso Terrestre), ansioso de contemplarla, siente un suave viento acariciar su rostro y al avanzar sobre el fragante césped, oyendo el canto de las aves acompañado, como cuerdas bordonas, por el armonioso susurro de las hojas de árboles frondosos, un río cristalino interrumpe su marcha.

Mecido por esa matinal sinfonía ve aparecer, en la otra orilla, una dama con hechicera gracia

“e lá m‘apparve, sí com’elli appare/ subitamente cosa che disvia/ per maraviglia tutto altro pensare,/ una donna soletta che sí gía/ cantando e scegliendo fiorda fiore/ ond’era pinta tutta la sua via”. Purgatorio XXVIII 37-42. (“Allí me aparece súbitamente/ una cosa maravillosa que desvía/ de nuestra mente todo otro pensamiento,/ una mujer sola que iba cantando y/ cortando flores de las muchas/ que coloreaban su camino”).

Esta gentil solitaria es Matilde (nombrada sólo una vez en la Divina Comedia). Su canto es feliz porque exalta las obras del Señor. Ante la pregunta ¿Quién es Matilde? o más bien ¿quién fue en vida Matilde? opinan los estudiosos que toda respuesta es vana, pues aún hoy es un misterio. Razones de lógica por lo que atañe a las ideas políticas han descartado la hipótesis de identificarla con la altiva y belicosa Matilde de Toscana, con ideas contrarias a Dante; ni identificarla con una de las dos Matildes alemanas, monjas y visionarias (Matilde Hackeborn y Matilde de Magdeburgo); ni tampoco parece acertada la interpretación de Pascoli que hace de ella un símbolo del Arte Nuevo. Aceptando que no sea más que una figura alegórica que debía personificar la vida activa, o la divinidad perfecta, o el símbolo de la virtud... Contentémonos con ver en ella la que ha de sumergir a Dante, luego de una dramática e intensa confesión (logrando así el arrepentimiento de todos sus pecados) en las aguas de los ríos Leteo y Eunoé que provocan el olvido de toda tristeza de la carne y el ardiente anhelo de la beatitud eterna. Lo cierto es que su aparición es esencial para la comprensión del poema porque desentraña la significación del bosque oscuro y prepara la ascensión a los distintos niveles del cielo. Una criatura de luz que resucita su adormecida virtud, anunciando su canto ya las armonías del cielo. En tanto se alejan, escribe Dante: “Io ritornai dalla santissima onda/ rifatto sí come piante novelle/ rinovellate di novella fronda,/ puro e disposto a salire alle stelle”. Purgatorio XXXIII 142-145. (“Yo volví de aquel río consagrado/ como planta en que brotan frondas bellas,/ por una nueva savia renovado,/ puro y pronto a subir a las estrellas”).