editorial

Cuando la palabra se bastardea

  • El gobierno se empeña en negar la realidad. Las conferencias de prensa de Jorge Capitanich se parecen cada día más a un soliloquio.

La palabra y la construcción del relato representaron desde temprano una verdadera obsesión para el kirchnerismo.

Desde los primeros años de gestión, la estrategia del gobierno en este sentido apuntó a clausurar cualquier intento del periodismo de realizar preguntas a los funcionarios. De esta manera, desaparecieron las conferencias de prensa. Y así, la Argentina se convirtió en el país de las preguntas prohibidas.

Cuando a principios de 2012, se produjo la tragedia ferroviaria de Once -donde murieron 51 personas-, el gobierno convocó a una supuesta conferencia que terminó siendo un monólogo del entonces secretario de Transporte de la Nación, Juan Pablo Schiavi. Se trató apenas de un discurso. De una versión de los hechos. Fue sólo la palabra oficial.

Los periodistas se vieron obligados, como en tantas otras oportunidades, a aceptar las reglas de juego impuestas por el poder. La lógica era tan simple como lamentable: unos hablaban y el resto, simplemente, escuchaba.

Poco tiempo después, el gobierno optó por aplicar otra metodología en su obsesión por transmitir un discurso único y unidireccional.

Cristina Fernández, a través del recurso de la cadena nacional, decidió convertirse en la exclusiva transmisora del mensaje oficial. De esta manera, el gobierno buscó eliminar cualquier error en la intermediación, preguntas incómodas o interpretaciones disonantes respecto de su propio relato.

Hasta ese momento, la cadena nacional había sido el recurso utilizado por los gobiernos para anunciar cuestiones importantes. Sin embargo, el kirchnerismo manipuló al punto del bastardeo a este mecanismo de comunicación institucional previsto por la ley. Cristina aparecía en la pantalla de la televisión y en las transmisiones de radio de todo el país de manera constante y por razones inverosímiles.

Con el correr del tiempo, la ciudadanía comenzó a manifestar su malestar frente a esta situación. Y entonces, el gobierno decidió limitar la aparición de la presidente a través de esta herramienta.

Aun así, y aunque con menos frecuencia, Cristina Fernández continúa utilizando el recurso de la cadena nacional de manera discrecional. Por lo general, habla ante la presencia de funcionarios, amigos, militantes y aplaudidores, utilizando este recurso con meros objetivos político-partidarios.

Pero esto no es todo. Desde la llegada de Jorge Capitanich a la Jefatura de Gabinete de la Nación, el funcionario realiza cada mañana un informe de situación y responde a una serie de preguntas de los periodistas acreditados en la Casa Rosada.

Lo que en principio surgió como una promisoria alternativa de comunicación entre la prensa y el gobierno, terminó convirtiéndose en una suerte de soliloquio en el que el funcionario se empeña en negar la realidad de manera tragicómica. Tanto es así que, con el tiempo, la mayoría de los medios y de los habitantes del país dejó de prestarle atención a estas conferencias.

La palabra es el valor esencial en las relaciones humanas, en la construcción de poder, en el fortalecimiento del concepto de ciudadanía y en la conformación de una sociedad. Sin embargo, cuando se la menoscaba de esta manera, cuando se la utiliza sistemáticamente para negar la realidad, pierde todo su sentido. Y en esta situación, este valioso instrumento de comunicación se degrada, el vínculo de los ciudadanos con sus gobernantes se enrarece y la credibilidad pierde consistencia.

Ante tal grado de pérdida de credibilidad, el vínculo entre los ciudadanos y sus gobernantes termina irremediablemente enrarecido y degradado.