Crónica política

Las lecciones de la semana

17-sindicales.jpg
 

por Rogelio Alaniz

[email protected]

“No odies a tu enemigo” (Michel Corleone).

Vamos a esforzarnos por ser objetivos, si es que esa virtud es posible de practicar en este oficio. El paro nacional previsto por esta sugestiva alianza de peronistas y troskistas estuvo muy lejos de producir los resultados esperados por sus organizadores. Ni revolución social ni retorno a la patria sindical. Dicho con palabras ligeras, la medida de fuerza no le despeinó el jopo a la señora. Libre de pecados y de culpas, el gobierno nacional recordó al otro día que el impuesto a las Ganancias se mantendrá intacto y no habrá paritarias. Como le gustaba decir al General: los que quieran entender que entiendan.

Sinceramente no termino de entender qué esperaban conseguir los dirigentes gremiales con este paro. ¿Nostalgia por los tiempos de Vandor, Lorenzo Miguel o Ubaldini? ¿Advertirle al próximo gobierno con quiénes deben sentarse a conversar? ¿Representar las necesidades de los trabajadores? Lo seguro es que la huelga no dio una respuesta significativa a ninguna de estas demandas. Ni siquiera cumplió la función de un llamado de atención. La jornada del jueves fue más pobre que la de abril y en estas pulseadas bizarras cuando no se gana, se pierde. Los dirigentes gremiales podrán manipular cifras de adhesiones, pero ellos mejor que nadie deberían saber que también en este campo vale el principio, caro a la tradición peronista, que dice con tono admonitorio que la única verdad es la realidad.

Entiendo los motivos que explican la necesidad de un acuerdo tácito con troskistas y piqueteros. Sin ese acuerdo o esa coincidencia en la acción, el paro hubiera sido más lastimoso todavía. Pero convengamos que a la Argentina profunda, a la Argentina que trabaja, estudia y piensa, esa alianza inquieta y en algunos casos asusta. Inquieta y asusta, por el horizonte de caos y rencillas internas que promueve un acuerdo entre enemigos que nunca dejaron de detestarse.

Los paros no salen gratis. Y los paros fracasados, mucho menos. Sus máximos caciques aseguran que todo lo hacen para cuestionar a un gobierno injusto y corrupto. De que este gobierno es injusto y corrupto no tengo dudas, pero lo mismo pienso de sus acusadores. Unos y otros, gobierno y sindicatos, representan esa Argentina devastada por la corrupción, las riñas facciosas, las pujas corporativas y el vaciamiento de las instituciones.

Conozco las lecciones del realismo y la consistencia del resignado principio: “Es lo que hay”. No ignoro que el próximo gobierno, sea el que fuere, deberá acordar con dirigentes atornillados hasta la eternidad en sus sillones. Pero una cosa es negociar con ellos y otra muy diferente tenerlos de socios. Un país moderno necesita sindicatos, pero no corporaciones mafiosas. Sindicatos que reclamen por sus derechos y participen del conflicto social, pero de lo que estamos hablando es de corporaciones responsables de la prolongada crisis que arrastramos desde hace más de medio siglo, de un sindicalismo organizado en sus orígenes en sintonía con los principios de la Carta de Lavoro promovida por el Duce. ¿Cambiaron? Puede que sí. Son menos ideológicos y más prácticos; menos sindicalistas y más empresarios. Es que como le gustaba decir a mi amigo, se trata de un fascismo suavizado por la corrupción.

Los huelguistas acusaron el impacto que le asestó el gobierno al “convencer” a los dirigentes de la UTA que les conviene mucho más ir a trabajar que jugar al paro. Barrionuevo y Moyano manifestaron sus críticas a un gobierno que compra dirigentes, un hábito que a ellos no debería ponerlos colorados. Fastidiados por una maniobra que consideraron tramposa, perdieron de vista algo que por obvio nunca deberían dejar de tener en cuenta: si el gobierno puede hacer esa movida es porque dispone de recursos para hacerlo. Y un gobierno que dispone de esos instrumentos no está débil y mucho menos derrotado.

¿Pero no es que este gobierno no da pie con bola, se equivoca siempre, que por el camino que va no llega a 2015? ¿Y la inflación, la recesión, el desempleo y la crisis financiera? Todo esto es cierto, pero de ello no se infiere de manera directa que el gobierno está en la lona. Sigue gobernando, sigue contando con los instrumentos del poder y sigue disponiendo de la iniciativa. Que está fuerte y juega peligrosamente es algo que a esta altura del partido los opositores deberían saberlo. Tampoco está solo. Cuenta con adhesiones significativas y una cierta capacidad de movilización, notable en un poder que tiene los días o los meses contados.

Es verdad que también dispone de un extraordinario talento para crearse problemas, enredarse innecesariamente en conflictos, manejar la economía con la inconciencia y liviandad de un inimputable, pero de allí a suponer que está en la lona, hay un largo trecho a recorrer. Este gobierno ya fue derrotado el año pasado en los comicios y esa derrota le significó renunciar a la esperanza de la reelección indefinida. Se va porque las elecciones se lo impusieron, porque aunque a la Señora le duela, la Argentina no es Venezuela, pero sobre todo se va porque las instituciones así lo prescriben. Pero no se va condenada por una abrumadora mayoría. Es más, si logra conducir la nave hasta 2015, hay serios motivos para suponer que en 2019 intentarán regresar libres de culpas y pecados.

¿Será posible? Menem estuvo a punto de hacerlo hace once años. Fue necesario que Duhalde monte un régimen electoral amañado para impedirlo. Yo creo que en 2015 el kirchnerismo desaparece del mapa. Pero lo mío es una creencia, no una conclusión científica. En doce años de ejercicio discrecional del poder el kirchnerismo ganó muchos enemigos, pero también conquistó perdurables adhesiones. Alentaron el antagonismo, incentivaron la lucha facciosa, reeditaron refriegas que ya habíamos superado y todo lo que tocaron lo ensuciaron con el barro de la corrupción, pero convengamos que supieron resolver, por el peor de los caminos, necesidades sociales reales y simbólicas. Bien o mal, y yo creo que mal, marcaron con su impronta un ciclo histórico que la historia evaluará en el futuro.

¿Y qué pasará en 2015? En primer lugar, habrá que ver en qué condiciones llegamos a esas costas. El gobierno sabe que hay una bomba de tiempo activada pero apuesta a que el artefacto le estalle al que viene. ¿Y quién viene? Hoy hay tres o cuatro nombres a tener en cuenta: Cobos, Macri, Massa y Scioli. En todos los casos se trata de dirigentes cuyo rasgo distintivo es la moderación. Sorprendente. Un ciclo político signado por la facciosidad puede concluir con un desenlace moderado, de centroderecha para decirlo con un lenguaje clásico.

Scioli es el continuismo, pero probó que se pueden ejercer las virtudes de la moderación sin romper con el kirchnerismo. Massa es el rostro del peronismo que se prepara para un nuevo ciclo tomando distancia de sus antiguos jefes. Demás está decir que las diferencias de Scioli y Massa son las diferencias nacidas exclusivamente de las ambiciones del poder. En lo fundamental son lo mismo; por debajo de ellos se abre una ancha galería que habilita el pasaje de peronistas para un lado y para el otro.

Desde la oposición republicana, los nombres probables son Macri y Cobos. El voto social reclama un acuerdo para ganar, pero las exigencias legítimas de la política difieren de la demanda social. Hay buenos motivos para que estas disidencias estén presentes. En todos los casos se juegan tradiciones, perspectivas políticas, diferencias ideológicas. ¿Se pueden obviar estas prevenciones? Se pueden, pero es muy difícil hacerlo y, como suele ocurrir en política, los resultados tampoco están garantizados.

La otra variante es ir separados, pero una decisión de ese tipo empieza a acercase peligrosamente a la calamitosa estrategia de 2011. En el mejor de los casos promete perder las elecciones con dignidad, una alternativa que en nombre de legítimos valores que la política nunca debería desconocer, tampoco debe descartarse.