Preludio de tango

“Tinta roja”

E4-01-tango20140913..jpg
 

Manuel Adet

El título es uno de los grandes hallazgos de este poema. Tiene sonoridad, sugestión y color. Novelas policiales, ensayos, revistas literarias, documentales, “plagiaron” y honraron este logro poético de Cátulo Castillo. “Tinta roja” se escribió en 1941. La música es de Sebastián Piana, el hombre que acompañó, por ejemplo, a Homero Manzi en memorables milongas como “Milonga sentimental”, o en temas como “Viejo ciego”, “Pena Mulata”, o ese extraordinario poema que se llama “El Pescante”.

“Tinta Roja” fue estrenado por la orquesta de Aníbal Troilo y la voz de Francisco Fiorentino. Después llegaron muchos más. Merece mencionarse a Jorge Valdez, Rubén Juárez o Susana Rinaldi. Pero el que marca un antes y un después con este tango, es Roberto Goyeneche, acompañado en la ocasión por “Pichuco” en una exquisita grabación de 1971.

Dicho sea al pasar, el aporte de Goyeneche a la interpretación de algunos tangos es uno de sus logros más destacados y uno de los argumentos para decir que después -o al lado de Gardel- es el gran creador en los modos de decir el tango. Pienso, por ejemplo, en “Naranjo en flor” o en “Afiches” y, por supuesto, en “Tinta roja”. Todos estos tangos fueron interpretados y grabados antes de Goyeneche pero, con todo respeto, el que le otorga el ritmo justo, el fraseo perfecto, el tono exacto es él. El disco “¿Te acordás Polaco?” grabado en noviembre de 1971, todavía lo tengo en mi modesta discoteca. En esa placa, además de “Tinta roja”, merecen destacarse “Sur”, “Fueye”, “El bulín de la calle Ayacucho”, “Barrio de tango”, “Trenzas”, para mencionar los más destacados. Tan interesante como los tangos elegidos es la calidad de la tapa, en un tiempo cuando la edición de cada placa incluía tapas que eran verdaderas obras de arte que realzaban la calidad del producto, una delicada atención a los clientes que lamentablemente se ha perdido.

“¿Te acordás polaco?”, es entonces el título de este logro de la RCA Victor, título acompañado de una breve referencia: “El legendario disco del reencuentro”, una mención para recordar a los desmemoriados que Troilo y Goyeneche estuvieron juntos durante diez años, luego se separaron y finalmente este deseado reencuentro, una solicitud reclamada a gritos por los tangueros.

Regresemos al disco. En la tapa se los ve al “Polaco” y a “Pichuco”. Los dos están en su plenitud. Informales. La imagen sugiere el reencuentro de dos amigos en el barrio; por lo tanto no hace falta que estén con traje y corbata. Podemos pensar en dos amigos que retornan al barrio y se encuentran en ese paredón inmemorial y eterno. Se los ve distendidos, con esa alegría discreta de los hombres de la noche, porque, bueno es decirlo, los dos han accedido a soportar la luz del sol, pero se nota a la legua que su lugar es la noche, las sombras y a la sumo, la luz de la luna y las estrellas.

Se supone que conversan entre ellos, pero el protagonista singular de esa foto es el paredón que los contiene a todos y hace explícita la foto. Se trata de un paredón viejo, descascarado, azotado por los vientos, las lluvias y los soles, el paredón que seguramente tuvo en cuenta Castillo a la hora de escribir el primer verso: “Paredón/ tinta roja en el gris del ayer”.

Dos versos y el poema está presentado. Es más, ¿por qué no pensar que allí empieza y termina el poema?, ¿que en esos versos está todo? Ungaretti o Ezra Pound hubieran meditado acerca de esta posibilidad. Pensemos en los detalles. La consistencia de ese paredón que es algo más que una pila de ladrillos viejos, la “tinta roja” cargada de múltiples significados, el contraste entre los colores, en este caso entre el gris, el rojo y el negro. Y la nostalgia, la evocación de un pasado íntimo, que es a su vez exclusivo e irrecuperable.

“Tu emoción de ladrillo feliz/ sobre mi callejón/ con un borrón/ pintó la esquina/ y el botón/ que en lo ancho de la noche/ puso el filo de la ronda/ como un broche”. Versos cortos, que impactan por el sonido de las palabras y la visibilidad de las imágenes. “Y aquel buzón carmín/ y aquel fondín/ donde lloraba el tano/su rubio amor lejano/ que mojaba con bon vin”. Versos cortos, cortantes, palabras que se repiten como una oración, como si el protagonista se dejara llevar por palabras que le llegan desde algún lugar de su memoria, sin importar su hilación lógica, su significado convencional. ¿Como en los poemas? Exactamente, como en los poemas

Presten atención en la insistencia en los colores, en las insinuaciones y las sugerencias. La esquina está pintada con un borrón, el buzón es carmín, el amor es rubio. Y la mención al vino, cuyo color está en sintonía con los colores nombrados. Los versos de la última estrofa insisten en la misma línea y son de una notable coherencia poética: “Paredón/ tinta roja en el gris del ayer/ borbotón de mi sangre infeliz/ que vertí en el malvón/ de aquel balcón que la escondía./ Yo no sé si fue el negro de mis penas/ mi sangría./ ¿Por qué llegó y se fue/ tras el carmín/ y el gris fondín lejano/ donde lloraba el tano/ sus nostalgias de bon vin.

Un poema se construye con detalles. No es una explicación y muchas veces lo más importante es lo que se sugiere, aquello que se insinúa sin necesidad de más palabras. Las penas son negras, el fondín es gris y las referencias a la sangría y el carmín. El juego de colores es deliberado y discreto, como también es discreta y, si se quiere, pudorosa, la nostalgia, el recuerdo de ese tiempo que se fue para siempre y, como en los sueños, sólo recordamos objetos, colores que, por supuesto, están cargados de sentidos, de significados.

El estribillo merece una especial atención: “¿Dónde estará mi arrabal?/ ¿Quién se llevó mi niñez?/ ¿En qué rincón luna mía/ volcás como entonces tu clara alegría?/ Veredas que yo pisé/ malevos que ya no son/ bajo tu cielo de raso/ trasnocha un pedazo de mi corazón”. Las tres primeras preguntas son las que desvelan a los poetas, a los filósofos y a los hombres de todos los tiempos. Castillo las repite, pero con tono de tango: el pasado es el arrabal, la memoria es la niñez y el rincón tiene el tono de la luna y su limpia alegría.

La mención a la vereda, a los malevos, al propio arrabal es una constante de nuestros grandes poetas, desde Homero Manzi a Jorge Luis Borges. Como todo creador, Cátulo Castillo posee sus obsesiones y la búsqueda de las palabras exactas que la expresen. Pienso en “La última curda”, su máxima creación, en “El último farol”, en “María” o en ese sensible homenaje a Manzi, titulado “A Homero”. “Tinta roja” perfecciona, agota sus posibilidades, búsquedas, que tal vez no pudo concretar en plenitud en “Caserón de tejas” o en “Patio mío”.