Digo yo

El inmigrante

16-01-0914-nino.jpg
 

Natalia Pandolfo

[email protected]

—Si usted no duerme, yo podría ir tipo tres de la tarde.

—Yo no duermo, para eso vamos a tener tiempo cuando estemos muertos.

—Bueno, ponga la pava entonces, a las tres ando por allá.

—Yo pondría un vinito y unos salamines...

Nino tiene 85 años, nació en Gorizia, hace más de seis décadas llegó a la Argentina y sigue hablando cruzado, como si las sílabas estuviesen cortadas con un hacha.

La cocina de su casa es un pequeño museo con forma de fogolar (el lugar destinado por las familias friulanas a cocinar): en exposición, una muchedumbre de envases de caña, campari y cynar son testimonio transparente de los buenos momentos vividos.

Nino siembra y cosecha en el terrenito del fondo: repollo, achicoria, rúcula, remolacha, porotos. Su dieta incluye panceta frita, chucrut, tocino, chorizos. Hace un par de años rompió la promesa de no pisar un consultorio y fue al médico. Le encontraron, por supuesto, algunas cosas.

—¿Qué almorzó hoy, Nino?

—Nada, tenía un poquito de pulpa de chancho y me hice una salsita. Tranquilo.

Nino -sus ojos celestes, sus anteojos cuadrados, su andar inclinado hacia adelante, su voz temblorosa que susurra cuando cuenta alguna picardía- riega la charla con consejos. “Hay que viajar -recita el primer mandamiento de su tabla pagana-. Es la plata mejor invertida. Lo que vean tus ojos es lo único que te vas a llevar”.

Segundo mandamiento: “Desde la época de la guerra, todas las mañanas cuando me levanto tomo un vaso de agua y hago un poco de gimnasia. Después, en las comidas, un poquito de vino para que no se fundan las bodegas. Y no vayas a querer tomar gaseosa, querida, que te vas a oxidar”.

Nino llegó a la Argentina con sus padres y sus cuatro hermanos en 1949, con el paisaje de la posguerra despidiéndolos en el puerto. Ni bien pudo hacer los primeros pesos, los cambió por ladrillos. Dice que este país lo recibió bien: que más allá de algún “gringo” despectivo, nunca se sintió discriminado. “Acá, en barrio Los Hornos, somos muchos los paisanos. Igual antes era distinto: vos veías a un vecino que se estaba haciendo la casa y te cruzabas y le dabas una mano. Ahora, gracias si nos damos el saludo”, se lamenta.

Nino fue carpintero pero también trabajó en el Molino Marconetti y en algunos otros rubros por pequeños lapsos. Dice que a veces le duele la Argentina: que cuando llegó se podía vivir tranquilo y que ahora anda con miedo por la calle. Igual sigue saliendo, yendo a cenas, participando de los encuentros de su segundo hogar, el Centro Friulano, del que es socio fundador y cocinero de las polentas más aplaudidas.

Nino reniega de los chusmeríos:

—Ay, ustedes las mujeres...

— ...

— Son rolleras, rebuscadas. Nosotros nos damos un puñete y ya está; ustedes están dale que te dale, que ésta me dijo, que la otra me miró... Yo me acuerdo allá en Italia, las puesteras del mercado, se tomaban una grappita y empezaban a pelear, unas lenguas de víboras... Igual uno ve más viudas que viudos, eso hay que reconocérselo.

Dice que no cree en Dios ni en los curas, a quienes bautizó “los pollerudos” en su diccionario bufón. Su credo es el destino: “Yo estaba en la guerra, en el frente. Nos habían militarizado los alemanes, estábamos bajo sus órdenes haciendo búnkers. Tenía 15 años. Una noche vino un bombardeo: mataron a dos adelante mío, y a uno que estaba atrás. A mí no me pasó nada. Después me salvé tres o cuatro veces más. Yo creo en eso, en el destino, y en nada más. Creo que está escrita la hora de nacer y la hora de morir: en el medio hay que lucharla, no dejarse abatir”.

Su mujer, compañera de los viajes por Latinoamérica y por todo el país, murió; y también muchos de sus amigos. Quedó pendiente en la hoja de ruta el viaje a Machu Picchu. Nino volvió a Italia varias veces, pero nunca dudó en quedarse aquí. “Este país es hermoso y la gente es buena. Igual, el emigrante tiene dos patrias y dos corazones. Eso es así. Nací allá, pero acá formé mi propia familia. Me gustaría, eso sí, volver a abrir la puerta sin problemas: que no tengamos que tener miedo a los demás” dice, y reprime una formidable puteada en friulano contra la cerradura que se resiste a dejarlo salir.