OCIO TRABAJADO

Visitante “en tierra incógnita” (*)

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Van Gogh. "La noche estrellada". Fragmento.

 

Estanislao Giménez Corte

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“Huésped. Yo te interrogo primero que nadie. ¿Quién eres, de qué tierra (...)?¿No dijiste que errante viniste cruzando las ondas?”.

“Odisea”, Homero

“Y en tanto rendido de sueño descansas, remará nuestra gente en el mar apacible hasta que hayas a tu patria llegado”.

“Odisea”, Homero

I

Vi luces que atardecían, vi unas manos de decir adiós, vi personas, edificios y esquinas que se empequeñecían lentamente sólo para venir hacia mí, sólo para caber en mí. Vi a mis hijos recién nacidos, los vi niños, adolescentes, jóvenes, todo a la vez, en el mismo momento. Vi el tiempo y el espacio fundirse en una masa informe, elástica, dócil al tacto y al capricho. Vi a los objetos desprenderse de la materia y a las gentes abandonar sus cuerpos. Vi todo, absolutamente todo, en un mismo instante demorado, como un mapa que se extiende, bello en la lentitud. Sentí que los hombros de las personas queridas recuperaban su fisonomía, aliviados. Sentí la piel de mis familiares: la sentí contraerse y después relajarse, síntoma de la despedida inexorable y de la esperanza que se apaga. Escuché todas mis canciones al mismo tiempo: increíblemente sonaban en un tempo insólito que las tornaba una única y superadora melodía, imposible síntesis que acariciaba mis oídos, en una tecla o acorde que comprimía todo. Vi a todos mis amores al unísono: formaban una sola cosa que era el amor dado y recibido. Sentí el sexo, la caricia, el pelo, la voz de una mujer en un punto preciso que se dilataba, como una hermosa nota sostenida en una voz igualmente hermosa, acaso para que la sensación fuera de placer continuo. Vi todas mis noches, todos mis diálogos, simultáneamente, comprimidos como en una esfera naranja o algo así. Vi mi primera bebida, mi primera mujer, mi primera canción, mi primer viaje. Sentí, y seguí sintiendo, las sensaciones de todas las primeras veces en mí. Vi; sentí; escuché todo. No pensé en nada, creo: los recuerdos se me aparecían extraordinariamente actuales, todos en un presente perpetuo, y yo tenía la capacidad de disfrutarlos, a cada uno de ellos y a todos juntos, con la misma completa emoción que tuve en cada instante por separado. Recibí, como si se me hubiera inyectado adrenalina, un gigantesco cúmulo de energía: me sentí feliz y liviano, si es que estas palabras alcanzaran para decir ello (y no, no alcanzan). Supe todo, todo el tiempo: en una perfecta forma de conciencia desconocida, en un estado de latencia en el que ello se me permitía, pero no comunicarme de formas convencionales con los míos. Creo que esto fue, finalmente, alguna forma de reparación por el tiempo en que no nos vimos (no lo sé).

II

No puedo decir que haya llegado o entrado a algún lugar. Sólo sé que abandoné ese estado y, eufórico, colmado de todas las cosas que me sucedieron cubriéndome como una estela, o corriéndome desde dentro, todas ellas conmigo o en mí, partí, pasé, atravesé, subí, bajé (no lo sé). Entendí que una vez recorrido cada paso, que una vez respirada la última mañana, que una vez visto el último rostro, todo el panorama completo se presenta de repente, soberbio en su enormidad, en una suerte de procedimiento de transferencia (del olvido a una memoria brutal y permanente). Después -y al mismo tiempo- algo se me presentó, o alguien andaba por allí, en medio de una atmósfera en que a la vez no se veía nada y se veía todo. Lo percibí muy claramente, alrededor: sentí una suerte de abrazo o cobijo. Imaginé un útero o, mejor aún, una habitación de la infancia o, mejor aún, el momento exacto en que una canción se presenta. Atiné a decir, o a pensar, o a sentir, o mejor aún, a imaginar: “Hola, me llamo Gustavo y soy músico”.

*) El entrecomillado corresponde a parte de la frase que Carlos “Indio” Solari publicó en las redes sociales el pasado 5 de septiembre, a propósito de la muerte de Gustavo Cerati. La frase completa es: “Bueno... a comenzar de nuevo en tierra incógnita”.