Crónicas de la historia

El asalto al Policlínico Bancario

19_29-8-1963 Ñ A 50 ANOS DEL ASALTO AL POLICLÍNICO BANCARIO.jpg

por Rogelio Alaniz

[email protected]

El 29 de agosto de 1963, un grupo armado asaltó al Policlínico Bancario de la ciudad de Buenos Aires, ubicado en la calle Gaona 2100 al frente de la plaza Irlanda. Fue un día de semana y el tiempo estaba lluvioso. Los asaltantes se llevaron unos quince millones de pesos destinados a pagar los sueldos de los empleados de la institución. Como consecuencia del operativo, murieron ametrallados dos trabajadores y hubo unos cuantos heridos.

La investigación estuvo a cargo del comisario Evaristo Meneses, acompañado por los comisarios Almirón y Morales, futuros militantes de las Tres A. Meneses no tuvo dudas sobre lo ocurrido: se trataba de otro de los asaltos perpetrados por la banda de Félix Miloro recientemente abierto de la jefatura de Villarino. El identikit coincidía con sus rasgos. Además, el Loco Prieto, otro de los míticos delincuentes de entonces devenido en confidente policial, juraba que Miloro era el autor del operativo. Pocas semanas después, a Miloro lo cocinaban a balazos en un aguantadero de la ciudad de Córdoba. Los policías lo rodearon y le exigieron que se entregara. Peleó hasta la última bala. Un cronista dijo al día siguiente que la casa, destrozada por los tiros, parecía un queso gruyere. Ironías de la vida: Miloro perdió la vida defendiéndose de un delito que no había cometido.

Meneses anunció ufano que el asalto al Policlínico había sido resuelto. El dinero no fue recuperado, pero los principales cabecillas estaban presos o muertos. Las autoridades respiraron aliviadas. También entonces la inseguridad era el tema que más preocupaba a los argentinos. Las revistas sensacionalistas de la época se dedicaron a narrar las andanzas de Miloro y colorín colorado este cuento pareció haber terminado.

Sin embargo, la historia real recién comenzaba. El 20 de noviembre de ese año, Interpol informó que algunos billetes robados en el Policlínico aparecieron en un cabaret de París. El rufián del local y una de sus prostitutas fueron detenidos por la tenencia de esos billetes y declararon que el pago lo habían hecho dos argentinos dedicados a tirar manteca al techo. En realidad, parece que el dueño del prostíbulo estaba furioso, porque las autoridades le confiscaron el dinero que generosamente repartieron los argentinos. Gracias a esa furia, pudo saberse que los responsables de los gastos eran los hermanos Gustavo y Lorenzo Posse, dos muchachos argentinos, atorrantes, simpáticos e irresponsables.

A los Posse los detuvieron en Ezeiza y a la segunda cachetada cantaron el repertorio completo de Carlos Gardel. Fue así como se supo que el asalto al Policlínico no fue obra de Miloro, sino de un comando que respondía a la sigla de Movimiento Nacional Revolucionario Tacuara (MNRT). Los Posse brindaron los datos del caso y en pocas semanas los principales responsables estaban entre rejas. El juicio fue rápido y expeditivo. Todos los detenidos fueron condenados y todos recuperaron la libertad en 1973.

Los Posse fueron los que la sacaron más barata. Gustavo siempre se ocupó en decir que se limitó a dar el dato, es decir, a oficiar de entregador, a cambio de un treinta por ciento del botín. Se dice que los asaltantes dudaron en su momento en cumplir con el pacto y uno de ellos sugirió liquidarlos para que no hablasen. La moción no fue aceptada y las consecuencias del gesto humanitario pronto se hicieron ver.

La noticia de que el operativo en el Policlínico fue cometido por un grupo armado que decía sostener ideales políticos sorprendió a todos. Un asalto de estas modalidades no era nuevo en la Argentina de esos años, pero éste fue el primero en adquirir esa envergadura. Los propios asaltantes dijeron luego que antes del Policlínico habían perpetrado numerosos operativos menores para adquirir armas y recursos económicos, pero lo del Policlínico fue su obra maestra.

Dos años después, el director de cine Fernando Ayala filmó una película que tomó como base argumental este asalto. “Con gusto a rabia”, fue un éxito de taquilla y contó con la participación estelar de Alfredo Alcón, Jorge Barreiro, Marcela López Rey, Mónica Mihanovich y Mirta Legrand. El toque femenino en la película pertenece a la imaginación de los guionistas, porque en el operativo no participó ninguna mujer. En Tacuara este tema estaba claro: las mujeres tenían prohibido la entrada.

Al momento de perpetrarse los hechos, Arturo Illia acababa de ser elegido presidente y esperaba asumir en octubre. Ninguna de estas condiciones inquietaba a los muchachos para quienes cualquiera de los gobiernos no eran más que retoños de la Revolución Libertadora, calificada como “fusiladora” y “gorila”. Dos años después, otro retoño del fascismo, Jorge Massetti, organizará un foco guerrillero en Salta, invocando los ideales de la revolución cubana.

¿Y el perfil ideológico del MNRT? Algo de Argelia, algo de Cuba y mucho de Primo de Rivera y Benito Mussolini. La afirmación habilita dar algunos detalles acerca de la identidad del flamante comando. El MNRT fue una escisión de Tacuara, la agrupación de extrema derecha fundada por Alberto Ezcurra Uriburu y asesorada ideológicamente por Julio Meinvielle y Jaime María de Mahieu.

Tacuara adquirió relevancia pública durante las jornadas de la laica y la libre de 1958. Se trataba de una agrupación integrada por chicos de clase alta y media. Defendían la enseñanza religiosa en las escuelas, pero éste no era su exclusivo componente ideológico: amaban a Juan Manuel de Rosas, odiaban a judíos y comunistas y estaban convencidos de que las grandes causas nacionales se jugaron en la cancillería de Berlín.

El MNRT rompió lanzas con Tacuara y más de un historiador calificó a esta ruptura como un giro a la izquierda de sus protagonistas. A decir verdad, no hacía falta realizar ejercicios ideológicos demasiados atrevidos para estar a la izquierda de Mahieu o Ezcurra.

Todo se precipitó cuando un sector dirigente de Tacuara decidió constituir Guardia Restauradora Nacionalista (GRN). Una de sus consignas exigía que para pertenecer a esta selecta vanguardia era necesario exhibir pureza de sangre, es decir una pertenencia de cuatro o cinco generaciones como mínimo a la Argentina. La “pureza de sangre” dejaba afuera a apellidos como Baxter, Zarattini, Caffatti o Cataldo, pero seríamos injustos con ellos si considerásemos que sólo esta excomunión dio lugar a la ruptura. Argelia y Cuba ejercían su influencia; también algunos militantes de la resistencia peronista.

En ese contexto, Baxter y sus compañeros dieron el “giro a la izquierda” y decidieron identificarse con el peronismo. A decir verdad, el paso no les debe haber provocado grandes dilemas espirituales: nacionalistas, rosistas, antisemitas y anticomunistas, no hacía falta una clarividencia especial para darse cuenta de que el peronismo era el lugar donde estar cómodos y alegres.

Al elitismo religioso del GRN, el MNRT opone una lectura “nacional y popular” que sin renegar de las premisas básicas que los convocaron en su momento, encontraron en el peronismo una base social y política mucho más operativa que vegetar entre las sectas de extrema derecha. Las elaboraciones ideológicas no fueron demasiado refinadas. Por temperamento, los muchachos amaban la acción directa y adherían a la consigna de “vivir peligrosamente” predicada por el Duce.

En ese contexto, el flamante MNRT se preparaba para ingresar en la década del sesenta con la pistola en la mano. Esta vez no lo harán en nombre del Duce o del Fhürer, sino de Ben Bella y Fidel. De ese núcleo de jóvenes decididos a matar o morir saldrán en el futuro militantes de Montoneros, del ERP y de las FAP. Pero también brindarán sus experiencias en el arte de la violencia, la extrema derecha y a los interrogadores de la Esma. Los más “sinceros”, lisa y llanamente se volcarán a la delincuencia común. En esa heterogeneidad, unida alrededor de la “dialéctica de las pistolas”, persiste una clave que importa descifrar.

(Continuará)