editorial

  • La avalancha de denuncias desatadas desde el kirchnerismo como reacción a las medidas judiciales vinculadas al patrimonio de la presidente, se vuelven un recurso desesperado que perjudica a las instituciones.

En la estampida

Pisar un hormiguero. La imagen con que una legisladora nacional de la oposición describió las reacciones del gobierno nacional a las denuncias sobre irregularidades en la empresa hotelera propiedad de la presidente de la Nación, es tan metafóricamente precisa como gráfica.

El juez de la causa ordenó el allanamiento a las oficinas de Hotesur, administradora del hotel Alto Calafate, cientos de cuyas habitaciones fueron alquiladas por el contratista del Estado Lázaro Báez, que jamás las ocupó.

Este breve enunciado ya contiene en sí mismo suficientes elementos para advertir la gravedad de la causa. A ello se podría agregar, a mayor abundamiento, que ese tipo de maniobras se utiliza habitualmente para el lavado de dinero; que el propio Báez administró ese hotel hasta fines del año pasado a través de otra sociedad; y que el mismo empresario, cuyo patrimonio creció exponencialmente durante la década kirchnerista al amparo de múltiples y diversificados contratos y concesiones, está siendo investigado en distintos tribunales internacionales por maniobras con divisas y tiene millonarias cuentas bloqueadas por la banca suiza.

Este allanamiento, y el pedido de las declaraciones juradas patrimoniales de la familia Kirchner -cuyos bienes y recursos también se vieron incrementados de manera ostensible y vertiginosa en un par de lustros- desataron tanto la furia discursiva contra el magistrado que solicitó las medidas, como una miríada de denuncias por evasión motorizadas desde la Afip contra una serie de personas y entidades, e incluso una presentación por enriquecimiento contra la legisladora que se atrevió a investigar las presuntas irregularidades.

“El ladrón cree que todos son de su condición”, ilustró la diputada, recurriendo en este caso al refranero popular para explicar el comportamiento del kirchnerismo ante la imposibilidad de ocultar la magnitud de los datos. En todo caso, ese infructuoso intento también puede representarse con una metáfora: aquélla que indica que la única manera de ocultar a un elefante blanco en particular, es rodeándolo de toda una manada de ellos.

La estampida kirchnerista busca así quedar sumida en el estrépito y el caos generalizado, al que se busca potenciar con acusaciones a diestra y siniestra, y descalificaciones que no reparan en magnitudes contrapuestas o grados de consistencia, ni en los antecedentes y trayectorias de los que terminan involucrados. En este marco, las imputaciones contra el juez de la causa tienen larga data, pero recién cobran relevancia e impulso cuando él se malquista con el poder, o tiene la osadía de hurgar en su trastienda.

Separar la paja del trigo -o a los elefantes blancos de otros representantes de la fauna sometidos a la misma insensata carrera- se vuelve una tarea que requiere esfuerzo, criterio, dedicación y desapasionamiento. Tal se vuelve una necesidad imperiosa para el ciudadano con aspiraciones de estar informado y contar con elementos de juicio para ejercer su condición; y un desafío al compromiso periodístico de relevar, explicar, jerarquizar y proyectar las informaciones. Lo contrario es permanecer en el embanderamiento acrítico, donde el papel de los personajes públicos y el funcionamiento de las instituciones quedan definidos por una guerra de bandos, sin cuartel ni miramientos acerca de sus efectos para el sistema republicano.

Como grafica el refranero popular, la única manera de ocultar a un elefante blanco es rodeándolo de toda una manada de ellos.