Festival Internacional de Cine de Mar del Plata

Un premio poco comprometido

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Pedro Costa, el director portugués de “Cavalo Dinheiro”.

Foto: Archivo El Litoral

 

Roberto Maurer

Hubo cierta decepción por la decisión del jurado del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, que optó por sensiblería y paisaje a la hora de elegir el premio mayor de la competencia. O que no estuvo a la altura de la calidad -superior a ediciones anteriores- de una programación entre elitista y populista que atrajo a 130 mil espectadores. El Astor de Oro a la película kurda premió a un cine muy convencional, en lugar de ofrecer una señal de aliento a una mayor audacia artística.

Y la había en la competencia internacional, tal vez la más evidente fue “Cavalo Dinheiro”, del portugués Pedro Costa, a quien se considera como a uno de los cineastas mayores de la actualidad. Ya que no pudo estar presente en Mar del Plata, antes de la proyección una sentida carta suya fue leída por una señorita.

El director vuelve con su personaje Ventura y la fuente inspiradora de sus obras anteriores: Fontainhas, un barrio de Lisboa habitado por inmigrantes de Cabo Verde. Ahora, el barrio ha sido demolido y los sobreviventes se reencuentran con el viejo Ventura en un ruinoso y fantasmal hospital. Son espectros del pasado que cuentan sus historias trágicas de colonizados y la vida en su tierra, y la relación con la Revolución de los Claveles y su condición de inmigrantes.

Los tiempos se confunden, el registro es de un sombrío surrealismo y los personajes susurran, no porque lo haya marcado el director a los actores: así hablan los indocumentados. Es por el miedo. Quien no vio las películas anteriores de Pedro Costa, es posible que sufra esa falta de preparación.

CLAIRE DENIS

La directora francesa Claire Denis, cuyo cine se conoce bien en Argentina, fue una de las invitadas más valiosas. Hubo una retrospectiva, de la cual sólo vimos una película, la última, que se titula “Voilá l'enchainement” y dura 30 minutos, los suficientes para encerrarnos en el círculo emocional de una pareja en destrucción. Es un cine de texto -adaptado de una novela-, solamente dos personajes, un negro de la Martinica y una blanca francesa, y primeros planos, con una intervención activa del factor racial. Claire Denis rodó este ejercicio magistral durante su estancia como invitada en una escuela de arte.

AUTORES

Un agregado de gran valor en esta edición fue “Autor”, la denominación de una sección especial para la cual se seleccionaron películas destacadas que este año compitieron en los mejores festivales del mundo. Pudimos apreciar una del japonés Jayueui Onduk, en quien se suelen descubrir rasgos de Rohmer. “La colina de la libertad” describe la estadía de un joven japonés en Seúl adonde llegó buscando a una chica, algo así como enamorado, y pasa sus días sin encontrarla. Son flashbacks, porque sus jornadas se reconstruyen a través de un montón de cartas que la chica lee, pero en desorden temporal, porque se le cayeron y desparramaron. Una comedia sentimental leve como una burbuja, con un humor oriental que arranca algunas sonrisas.

UN MALDITO

Uno de los grandes aciertos del festival fue la difusión de cinco de los seis films que en 45 años hizo el casi desconocido director ruso Aleksei German. Entre las dificultades para comprender sus films y roces con la censura, Aleksei German fue grande aunque no popular en su tierra y merece ser incluido en esa galería creada por los cinéfilos para lo que llamaron malditos.

Luego de ver una de sus primeras películas conocidas (“Dura prueba bajo sospecha”, 1971), de guerra y prohibida, donde el traidor termina siendo el héroe y se duda del patriotismo, pudimos disfrutar (?) de la descomunal obra póstuma que tardó quince años en terminar antes de morir el año pasado.

“Es difícil ser Dios” tiene como base una novela de ciencia ficción con alusiones al régimen de Kruschev cuyo guión el realizador escribió durante 50 años. Un grupo de terrestres es enviado a un planeta que se parece al nuestro de hace 800 años o sea la Edad Media. Un ministro persigue y elimina a científicos, intelectuales, artistas hasta incluir bibliotecarios y alfabetizados.

Hasta allí llega el entendimiento, luego siguen tres horas muy difíciles de descifrar, pero fascinantes por la barroca puesta en escena y los movimientos de cámara en los cuales se sustenta la escatología de personajes que tosen, defecan y no economizan flatulencias u otro tipo de ruido corporal, no paran de hablar o gritar, se empujan groseramente, siempre en el barro o en charcos, con mal gusto y humor chusco, en un marco de escenarios, vestuario y utilería abigarrados de culturas residuales y anacronismo. Es raro, pero durante todo el tiempo se percibe un trabajo que inspira respeto. Se produjo una fuga constante de espectadores, pero la mayoría se mantuvo pegada a la butaca.

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