Sin aliento

De “El punto suspensivo”

16_LINDE.jpg
 

Por Raúl Fedele

“El punto suspensivo”, de Fabián O. Iriarte. Letra Svdaca ediciones. Mar del Plata, 2014.

Umberto Eco, en uno de los memorables pastiches de sus dos Diarios mínimos se dedica a bromear sobre el uso de los puntos suspensivos, reconociéndolos como eficiente detonante y criterio científico para distinguir a un escritor de fuste de uno fustigable. Y cita a quienes usan los puntos suspensivos para indicar que ya no tienen resuello para continuar (“y sobre este argumento habría mucho que decir, pero...”), o para guiñar el ojo al lector ante una figura retórica que juzgan demasiado atrevida (“Estaba enfurecido como... un toro”). Y aquí se detiene para imaginarse si algunos grandes escritores hubieran titubeado ante la osadía de algunos de su términos (“En medio del camino de... nuestra vida”; “Polvo serán, mas polvo... enamorado”; “Nuestra vida son... los ríos”). El pavor ante la temeridad del hablar figurado también se extiende a la necesidad de advertir de que no se tome lo que se dice como literal (imaginemos los problemas que habría creado a las exégesis shakesperianas las distintas intenciones recónditas del bardo si hubiera escrito: “Ser o... no ser, éste es el problema”, o “Ser o no ser, éste es el... problema”, o “Ser o no... ser, éste es el problema”).

Los puntos suspensivos son, pues, cosa seria. Y ni hablar del punto suspensivo a secas. Fabián O. Iriarte lo elige no sólo como tema de un poema sino para darle título a todo el conjunto de su último libro. Quizás en su sentido más hondo y atávico, precisamente el que alude al punto de fuga, hacia atrás, hasta la infancia, o hacia adelante, hacia donde va y se interrumpe la narración (“¿Es que el narrador está apurado? ¿Huye el narrador? ¿Hacia dónde? ¿No contempla? ¿No se detiene por un instante?”).

Points suspensifs (el poema) se abre con un epígrafe, el final de una autobiografía (de Sara Coleridge). Un final que habla de la infancia y termina, precisamente con puntos suspensivos: “Al recordar mi más temprana infancia, descubro el reflejo predominante...”. Y el poema habla de esa historia que queda interrumpida ante ese “reflejo predominante”. Porque “la infancia es difícil de narrar”. Los testimonios y documentos que podrían ayudarnos se han perdido por el camino (fotos rotas, palabras borradas, juguetes desechados). Sin esas marcas, sin guías, “nos perdemos. Dejamos de hablar. Ponemos puntos suspensivos, en la duda. Que hagan lo que quieran”.

Dividido en tre partes, El punto suspensivo (el título del conjunto) espacia de lo cotidiano a lo metafísico, de lo íntimo a lo político, del amor al temor. Fabián O. Iriarte es uno de los poetas más destacados del panorama non canonico de la Argentina, es decir de la mejor poesía argentina de las últimas décadas. Su libro anterior, Litmus test, fue publicado por Ediciones UNL en 2013.

Por Fabián O. Iriarte

Il Spinario

Virgen con el niño (1495-98)

Luca Signorelli

Se arranca la espina de la planta del pie. No veo sangre, pero seguramente estuvo corriendo, porque quedó sin aliento. Sentado en la roca desnuda, se descalza: primero la sandalia del pie izquierdo, después la del pie derecho, donde se alojó la molestia y la herida. ¿Quiénes son esa mujerona y ese bebé sin ropas, de cara regordeta y adulta, que ya puede erguirse de pie? (quise decir “adusta”). ¿Cuántos años tiene? La espina es como el pinchazo de un alfiler a un globo de aire. “Soy renuente a aceptar esta realidad -se dice-, toda esta belleza, pero sé que en algún lugar de esa región ya existía el propio descontento”. Y la sangre comienza (por fin) a manar.

Points suspensifs

Al recordar mi más temprana infancia,

descubro el reflejo predominante...

(Sara Coleridge, final de su autobiografía)

Como si fuera un país cuyos límites todavía no se hubieran trazado. Se suspende la incredulidad, que define a los adultos. Se mantiene en suspenso la historia. No se sabe cuándo realmente comenzó (no tiene principio) y se duda de que llegue a algún fin. Quizás no se quiere que tenga fin. Mirar atrás es un gesto ambiguo, ya que todo parece perder el sentido de la perspectiva. Se descubre el “reflejo predominante”. Pero, ¿dónde se ubica el punto de fuga?

¿Es que la narración corre, fluye como un arroyo, se mueve hacia adelante? ¿Es que el narrador está apurado? ¿Huye el narrador? ¿Hacia dónde? ¿No contempla? ¿No se detiene por un instante?

La infancia es difícil de narrar. ¿Dónde encontramos los objetos que nos definen? Alguien destrozó, con malicia, las fotos. Algún otro pisoteó una palabra, despanzurró un juguete mecánico para jugar al doctor o examinar las vísceras del pasado. Al no encontrar las marcas de los límites, ningún trazo, nos perdemos. Dejamos de hablar. Ponemos puntos suspensivos, en la duda. Que hagan lo que quieran.