Normal, normal, normal

Enterate: terminó el año, terminó diciembre, estás en enero y en 2015. Y si bien podés estirar un poco -entre Reyes, recibimiento de año, vacaciones y alguna otra cosa- el jocoso estado de fin de diciembre, entre copas y comidas ricas todo el tiempo, quizás sería hora de comenzar a normalizar tu vida, tu dieta, tu heladera, tus horarios... Bah, si querés...

TEXTOS. NÉSTOR FENOGLIO ([email protected]). DIBUJO. LUIS DLUGOSZEWSKI ([email protected]).

Normal, normal, normal
 

Para mí, ya lo saben, la heladera es un exacto medidor de tu vida. Si yo quisiera la definición más o menos fiel de cómo es un tipo y cómo encara su vida, hay que hacerse el gil, autoinvitarse a la casa y en algún momento de descuido abrir la heladera o acompañar al señor a hacerlo.

En diciembre, las heladeras tenían ese estado irrepetible de abundancia, saciedad, hartazgo, y hasta desprecio: mirá que en mayo vas a encontrar cuatro botellas de vermú, medio pollo, freezer lleno, fiambres, verduras, tupper repletos. Enero, lentamente, comienza a plantear una normalización de tu heladera y de tu vida: finalmente agarrás el pollo empezado y le entrás a las cansadas; de a poco, vas liquidando una a una las botellas de vino o de vermú; los tupper se van vaciando y, nuevamente limpios, van a la alacena, sentís la necesidad de comer más liviano y mejor.

Yo no sé qué es primero (huevo o gallina): si la heladera te comunica a vos la nueva realidad, o más bien, vos la vas anoticiando de que se terminó la joda. Pero sucede, empieza a suceder. Los vagos que no se fueron de vacaciones arman un fulbito y te invitan y vos, que no tocaste los botines ni la bici ni nada sano en un mes entero, por ahí te ves nuevamente dando pasos por esa senda que, te decís, no debiste abandonar...

También la casa empieza a recobrar el tono: vuelven a estar los dos o tres o cuatro de la familia y no cuarenta, en el patio vuelve a reinar soberano tu perro y no tu familia ampliada, tus amigos o tu peña. La parrilla toma descanso. Los teléfonos suenan menos. En la calle, frente a tu casa y a los costados, ya no hay autos estacionados en todas partes y sólo está el tuyo y el del vecino. Esa tierra arrasada que era tu casa empieza a ser emparejada, a promediarse, a entrar en ese otro ritmo “normal” tras los días de locura de fin de diciembre.

Algunos dirán, y comparto: enero no es tampoco un mes “normal-normal” (la “normalidad” y la “cordura” son cosas anormales puestas entre comillas), porque retiene y estira características de diciembre y porque aporta otras propias.

De diferente, lo que les venía diciendo: ya no tenés fiestas, despedidas y encuentros todos los días; más bien al contrario: el sopor de las siestas, el bochorno del calor, los días largos plantean otras búsquedas y otros (des) encuentros, distintos del abigarrado amuchamiento, muchas veces insensato y peligroso, de diciembre.

Y sostiene el parecido de que los trabajos están a media o cuarta máquina, nadie está en la calle, ni en los negocios, sólo laburan los que laburan (que en nuestro país nunca fueron mayoría). No hay clases, y todo se resuelve entere colonias de vacaciones, clubes, parientes o amigos con pileta (amores de un solo verano), vacaciones en definitiva...

Bueno, bueno: nos vamos de a poco despertando, ¿verdad? Te recuerdo (porque ahora el señor no se acuerda...) que prometiste formalmente, en medio del pedo de novela adquirido en largos días de joda de fin de año, que ni bien pisabas enero ibas a cambiar, que nunca más ibas a hacer borrones, que ibas a tener una vida, perdón pero vos utilizaste la palabra, “normal”...

Yo no sé si pisaste enero, creo más bien que te tiraste o te caíste encima de él. Pero enero es largo y en algún momento se libera. Y vos, finalmente, empezás o debés empezar a ser vos decembralizado hasta el año que viene. Ahora, o mañana, abrís la heladera y encontrás de nuevo espantosas y reales botellas de agua, lechuga, ningún tupper con ninguna comida rica. Y vos, vos mismo por todos lados. ¡Ahhhhhhhhhhhhhh!