OPINIÓN

Los refranes populares y la mujer

Ana María Zancada

Si bien el cupo femenino igualó (o por lo menos trató) el protagonismo de la mujer en política, el muy mal llamado sexo débil ha luchado a través de la historia para lograr una banca en primera fila. Lo va consiguiendo con los debidos barquinazos de un viaje de milenios donde debimos pelear por una consideración que, a todas luces, nos merecemos. Sin embargo, desde el comienzo de la historia hemos tenido que soportar los desplantes masculinos, provenientes de una lógica desesperación provocada por el hecho evidente del avance femenino.

Desde los albores de la memoria, el hombre construyó frases que se inscribieron en el acervo popular y que una mayoría del pueblo las atribuyó a la “sabiduría ancestral”, producto de los hechos reales. Hace ya varios años, este diario tuvo la gentileza de publicar una columna de mi autoría que titulé “Sabiduría y despropósitos populares sobre las mujeres”.

Hoy, ya con muchos más textos transitados, podríamos repasar y ampliar ese material que, sin lugar a dudas, causa gracia en algunos casos e indignación en otros.

El pueblo español, tan admirado y querido por mí -dada mi ascendencia castellana- ha sido prolífico en nuestro denigrado protagonismo. Comenzando por el conocido: “La mujer honrada, la pata quebrada y en casa”. Nos comparan con el valor monetario de un inmueble: “A la mujer y a la viña, el hombre la hace garrida”. Y nada de hablar mucho: “La mujer algarera nunca hace larga tela”. Hablar poco y trabajar mucho, venga...

Bien lo marcaba ya un proverbio latino medieval: “Mentir, llorar, coser, son los dones de Dios a la mujer...”. Pero esto debe tener sus raíces árabes, ya que Averroes, a finales del s.XII afirmaba: “La mujer es el hombre imperfecto”.

En el cancionero de los trovadores franceses no nos trataban mejor...: “En cambio, las mujeres son siempre arteras, inconstantes, poco escrupulosas, camorristas, quejonas, lascivas y desvergonzadas”.

Santo Tomás de Aquino no se quedó atrás: “El padre tiene que ser más amado que la madre y merece mayor respeto porque su participación en la concepción es activa y la de la madre simplemente pasiva y material...”. Claro, nosotras solamente parimos...

La “sabiduría popular sigue transitando los siglos, pero las mujeres no logramos escalar posiciones en la estima de nuestros “queridos compañeros”. En el s. XIV, Petrarca también tuvo la gentileza de mencionarnos: “Enemiga de la paz, fuente de impaciencias, ocasión de querellas que destruyen toda tranquilidad, la mujer es el mismo diablo”.

Será que nos precian al mencionar: “Con las mujeres y el dinero, no te burles compañero”. Pero no, porque destacan nuestra supuesta inestabilidad emocional cuando afirman: “Mujeres, viento y ventura pronto se mudan”.

Para el toque de humor recordemos a Enrique Jardiel Poncela, el español del disparate humorístico, cuando afirmaba que hay dos cosas que la mujer pierde sin darse cuenta: el honor y el bolso. También él sostenía que tanto la mujer como el tren no se pueden parar cuando están a punto de descarrilar.

Evidentemente, los españoles se han preocupado mucho por nuestra fragilidad al afirmar: “La mujer y el vidrio siempre están en peligro”.

En el s.XVI Martín Lutero decía: “No hay manto ni saya que peor le siente a la mujer o a la doncella que el querer ser sabia”. Y John Donne, poeta inglés, hizo grabar el epitafio en la tumba de su esposa: “Mientras tú reposas, yo descanso”.

La educación de la mujer fue rechazada en todas las épocas. Jean Jacques Rousseau afirmaba: “Una mujer letrada será soltera toda la vida, mientras haya hombres sensatos en la Tierra”. Dentro de la misma línea un contemporáneo alemán, G. Lessing, afirmaba: “La mujer que piensa da tanta repugnancia como el varón que se pinta”.

Napoleón Bonaparte, luchando contra el complejo de corta estatura, desde su trono de emperador afirmaba: “Las mujeres no son otra cosa que máquinas de producir hijos”.

Jacinto Benavente, con su premio Nobel a cuestas también integró las filas de la misoginia al afirmar: “No hay nada que se parezca tanto a un hombre tonto como una mujer sabia”.

En realidad, todas vanas palabras que a través de la historia no han demostrado más que la inseguridad de nuestros nunca del todo bien apreciados compañeros ante el avance incontenible del rol femenino.

Demoramos siglos, fueron muchas luchas en un camino lleno de injusticias, afrentas y humillaciones. Por suerte, en esa lucha, descollaron nombres y figuras brillantes que fueron los escalones necesarios para conquistar el lugar que ahora tenemos en algunas sociedades. No olvidemos el Oriente, algunos territorios de Asia y Africa donde todavía queda mucho por hacer.

En nuestro país, mujeres valiosas marcaron el camino de las conquistas. Una de ellas, la Dra. Alicia Moreau de Justo reclamaba el derecho al voto femenino en una de las tantas sesiones de lucha en el Parlamento. La ignorancia colectiva se alborotaba ante el avance de la razón y la justicia. Uno de los legisladores se levantó y con el brazo en alto gritó: “Jamás aprobaría un proyecto que atenta contra la santidad del hogar”. Puedo imaginar la sonrisa benevolente de esta digna señora sabiendo que ya no se podría frenar el viento de la historia.